Confusas y lejanas son las imágenes archivadas en mi mente. Aparecen mis primeros recuerdos como las noches de invierno , donde la luna hace todo lo posible por proyectar su luz a través de las nubes. Había escuchado un comentario de mi cumpleaños, pero no recuerdo de quién; Pablo mi amigo, escalaba la reja del patio pasándose al mío a sacar una pelota: En la Mañana mi perro Kayser comenzó a ladrar y papá bajó a ver quién era. Dos soldados comenzaron a allanar la casa y luego subieron al segundo piso, uno de ellos me saludó; una señora gritaba no sé que cosa de una de las viviendas de al lado: alguien me llevó a comprar dulces, pero llegamos a la esquina y nos devolvimos, era una mujer que no era mi mamá, parece que algo la asustó.
Trato de rescatar otros momentos, pero nada concreto, aquí se presenta un vació, que me hace saltar hasta el primer día de clases; tenía miedo de entrar al colegio, temor a los niños mayores y pánico de perderme, pese a que la escuela se encontraba a dos cuadras de mi hogar.
Mejor haber nacido en enero junto a la calidez del verano y ser acuario, en lugar de ser producto de septiembre con etiqueta de virgo. El noveno mes estaba marcado por las empanadas la reunión de toda la familia y los volantines. Los 18 de septiembre los tengo en mi mente, al igual que una novela de García Márquez, sin un orden cronológico, y sin recordar aquel cumpleaños de septiembre de 1973.
Mis cortos años no entendían lo que pasaba a mí alrededor, en lo que era aquel entonces la población Pablo de Rokha. Pasé mucho tiempo escuchando este nombre sin saber que era un poeta al cual yo saqué del anonimato, años más tarde, al encontrar un libro de este en el mercado persa.
El mercado persa callejero se establecía en la calle Los Morros en el 28 de Gran Avenida, donde yo había llegado a los 14 años. Aquella calle me vio pasear con mi primera polola y salir a mis primeras fiestas donde escuchábamos todo en inglés. Michael Jackson imponía su moda y nos hacía a todos andar para atrás, mientras el grupo Devo nos contagiaba y saltábamos como locos con su ritmo acelerado y computarizado. Los primeros besos fueron abrazaditos escuchando “Escalera al Cielo” de Led Zepelin, o los temas románticos de la banda Chicago.
Así, comenzaba mi juventud en este sector que también me observó manejar por primera vez la camioneta vieja de mi padre.
Frente a mi casa a unos treinta metros, estaba esa señora cuarentona, pero de apariencia bastante jovial, con su pelo liso y bien rubio: faldas largas y aros artesanales. Rompía todos los esquemas de una simple vendedora de cassettes y equipos de música.
Aquellas melodías estremecían a todos los puestos establecidos a lo largo de la cuadra. Dos razones, una, el gran volumen que está señora le daba a los equipos de audio y la otra gran razón, sin duda que era la música que transmitía: Inti Illimani, Quilapayún, Isabel Parra, Piero y Silvio Rodríguez, entre muchos otros. Este sonido acaparaba la atención y este puesto se llenaba de melancólicos del tiempo de la Unidad Popular y jóvenes que buscábamos respuestas a una historia que había quedado oculta en el inconciente colectivo de nuestros maestros y padres.
En este tiempo no comprendía hasta qué punto era peligroso escuchar este tipo de música. Cuando llegaba un cassette con canciones de protesta a mis manos, las advertencias eran claras, debía esconderlo y escucharlo secretamente.
Todo este mundo musical era nuevo para mi, había crecido viendo el retrato del General Pinochet en el colegio y en la televisión, que me llenaba de asombro escuchar discursos, poesía y canciones que cuestionaban y pedían la caída del dictador, comandante y no sé que cosa más, que a la vez era nuestro autoproclamado presidente.
Aquí en este local de melodías folklóricas, andinas o del canto nuevo, conocí a cientos de jóvenes que luchaban por ideales, otros por ser famosos con su canto. Actores y poetas se perdieron, pero también crecieron en este reducido espacio de libertad, donde la música era lo que más queríamos y lo único que teníamos. Aquí en esta etapa de mi vida nacería la inquietud por escribir lo cotidiano…por hacer poesía.
Es aquí que pude juntar el primer tercio de la década de los setenta con el primero de los ochenta.
Ahora, a 40 años, los soldados de mi infancia están más nítidos. El cumpleaños que alguien me había mencionado no llegó, es decir, no se registró en mi conciencia. No puedo recordar aquel 12 de septiembre de 1973, pero sí el 11.
Creo que pasé bastante tiempo esperando cumplir 5 años, y hasta ahora no he podido hallar mi cumpleaños perdido. Perdí un cumpleaños y no lo puedo encontrar, no le he preguntado a nadie qué pasó co el, porque tengo que descubrirlo en mi mente.
Mis pensamientos, mis recuerdos y mis sentimientos son hijos de septiembre.
No importa mucho ahora…yo sólo perdí un cumpleaños, otros perdieron muchos años y muchos jamás volvieron a cumplir más años.
Por Miguel Alvarado Natali
Crónica Digital, 11 septiembre 2013
como no recordar. nosotros los cuarentones de hoy jóvenes de ayer jóvenes que siempre estuvimos comprometidos con la lucha contra la dictadura. de una u otra forma por medio de la música decíamos lo que hera necesario decirle al dictador.
como no recordar las protestas que se hacían en contra del dictador en mi población la bandera. aunque no vivimos el golpe militar si nos afecto la dictadura en lo mas esencial nuestra juventud. ojala que el próximo gobierno cumpla con lo prometido. terminar con las diferencias sociales tener una nueva constitución y terminar con el sistema vinominal.