Cada época autoriza sus verdades, legitima sus protocolos y estatuye un clima político determinado. De este modo, durante los primeros tiempos concertacionistas había una serie de tabúes en la sociedad chilena que respondían, en lo fundamental, a la mal disimulada presencia militar en todas las instituciones del país. De hecho, Augusto Pinochet ocupaba la comandancia en jefe del ejército como una sombra todavía amenazante sobre una frágil democracia.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. Cuatro gobiernos de la Concertación lograron desplazar la mirada de las masas desde la traumática brutalidad militar hacia el mundo de los negocios, el glamour y el consumo. Los años noventa del siglo pasado fueron, a su modo, años de amnesia y promesas. Nuestra democracia tomaba el tinte deslavado de un binominalismo predecible al cual una gran mayoría de ciudadanos y políticos de resignaron. Esto convirtió al país en una insípida taza de leche, más aparente que real, en que la impunidad y los buenos negocios iban de la mano. Por una parte, prometedoras cifras económicas, por la otra, bajos salarios y creciente endeudamiento.
Los primeros campanazos de alerta sonaron hacia 1998 y la llamada “crisis asiática”, poniendo en evidencia, entre otras cosas, la tremenda vulnerabilidad del llamado “modelo chileno”. A esto siguió un malestar estudiantil expresado por los “pingüinos” y una nueva crisis económica en 2008. No fue hasta el 2011 que estalló la “burbuja chilena”, lo que parecía un exitoso modelo económico y social en América del Sur resultó estar podrido hasta la médula, se instaló entre nosotros lo que se ha dado en llamar “malestar ciudadano”, lo que no es otra cosa que el hastío profundo de los trabajadores y los estudiantes ante un modelo privatizador clasista, excluyente e injusto.
La historia reciente ha mostrado hasta la saciedad que el malestar salió a la calle, abriendo una vieja herida en la sociedad chilena. La receta que ha querido conjugar un capitalismo extremo con una democracia débil ha fracasado estrepitosamente en Chile y con ella la pretensión de la derecha de perpetuar un orden heredado de la dictadura. Estamos ante un nuevo proceso que apenas se inicia y del cual desconocemos sus contornos y sus plazos, pero es claro que se trata de desandar el camino que hemos venido transitando por cuarenta años.
Las nuevas generaciones de chilenos retoman el camino democratizador interrumpido drásticamente en los años setenta del siglo precedente. No se trata, por cierto, de reeditar viejas consignas y creencias, el mundo de hoy es muy otro. No obstante, la tendencia básica es la misma, mayor participación, más justicia social y un papel más preponderante del estado nacional en cuestiones económicas. Si es cierto que cada época autoriza sus verdades y protocolos, quizás ha llegado también el tiempo de llamar pan al pan y vino al vino.
Por Alvaro Cuadra. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
Santiago de Chile, 27 de agosto 2013
Crónica Digital