No se obtuvo todo lo que se pedía pero sí una buena parte y ello obviamente es del todo satisfactorio para los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Sin embargo, lo más importante no han sido los logros económicos para los trabajadores, sino más bien los logros políticos, no sólo para ellos sino para todo el país, para el gran conjunto de trabajadores de Chile que incluye no sólo a los obreros o a los mineros en este caso particular, sino también que es lo correcto- a todos quienes recibimos una remuneración como resultado de una actividad laboral cualquiera sea ella. Ya lo entendía así y muy bien Jorge Manrique cuando en sus coplas por la muerte de su padre, nos recordaba que a la muerte llegan como los ríos en la mar- tanto los que viven por sus manos como los ricos. Esta distinción tan típicamente económica y muy bien comprendida en la literatura, a muchos les gustaría olvidar en un desenfrenado y absurdo arrivismo social pensándose miembros de una categoría especial por sus estudios o sus posiciones en la pirámide productiva, pero, se les olvida que en la antigua Grecia o en la antigua Roma, hasta los médicos eran esclavos. De allí la importancia de entender el logro político de los contratistas de Codelco.
Para quienes no lo sepan o les cueste verlo, el famoso modelo económico chileno, padre espiritual del milagro económico, no es más que un patrón de acumulación, es decir, un mecanismo jurídico institucional y político construido para producir un aumento importante del producto económico en territorio chileno, pero acumulado y concentrado en un extremadamente reducido número de agentes económicos, esto es, las familias de los grupos económicos y sus más estrechos colaboradores. Eso y nada más es el milagro económico nativamente chilensis. Esto no tiene nada de milagroso, es tan mecánico como las torturas de la Santa Inquisición: a mayor tortura más confesiones, más almas rescatadas y más cuerpos quemados. A mayor poder ejercido implacablemente sobre la sociedad chilena, mayor la concentración de la riqueza de unos y mayor la tortura de la enorme mayoría para alcanzar el pan nuestro de cada día. En este mecanismo de poder, la clase política juega un rol trascendental, son como los redefine José Saramago, los comisarios del capital, quienes les guardan a los poderosos las llaves del reino. Ellos aseguran que las leyes democráticamente elaboradas y aprobadas, tales como las leyes de pesca, subcontratación, inversión extranjera, código de minería, y otras, no modifiquen ni con el pétalo de una rosa los mecanismos institucionales que aseguran la apropiación de la riqueza que todo el país contribuye a producir.
Quizás los únicos rasgos milagrosos de este modelito sean, por ejemplo, hacer de las nanas puertas adentro parte del 20% más rico -según la Casen 2006- o que los indicadores económicos muestren el mundo feliz de Aldous Huxley, ese mundo altamente productivo sin conflictos sociales, sin pobreza y todos -como nos lo relata Huxley -permanentemente felices, pero, a costa de dejar a los niños a cargo de la televisión pues sus padres deben producir para que don Anacleto o don Eleodoro o el mismo Tatán Piñera puedan estar en el selecto grupo de los multimillonarios del mundo. Mundo feliz en el que ya nadie lee ni le importa el arte o la literatura, menos aún cultivar relaciones amigables pues hay que ser competitivos, vale decir, mirar al otro como un enemigo a destruir.
Dicho esto, se desprende fácilmente el enorme logro político de los trabajadores contratistas de Codelco. Este se suma al logro de los contratistas forestales que ofrendaron un mártir más en toda esta larga historia de los chilenos por construir la justicia y, cómo no, al de los estudiantes secundarios los pingüinos- que despertaron el sueño colectivo del derecho a ser ciudadanos activos y educados. Estas movilizaciones que se sumarán a otras en buena hora- han ido abriendo la ruta para desmontar esta máquina demoledora de biología y vida -animal, vegetal y humana- que es el milagro económico chilensis.
La subcontratación y la imposibilidad de negociar colectivamente de forma asociativa, evitando que los trabajadores de un mismo rubro e incluso de una misma empresa -como es el caso de Codelco- se unan en sus demandas laborales, es parte de estos mecanismos institucionales que permiten ejercer brutalmente el poder para concentrar la riqueza. Más viejo que el hilo negro: dividir para reinar. A esto se unen ilusa -o más bien sádicamente- en el nombre de las modernas teorías económicas, del cambio tecnológico, de la responsabilidad social de la empresa, un conjunto de tecnócratas como el ministro de hacienda, Andrés Velasco, que ha probado pertenecer a la especie de los reptiles de sangre fría por su total indiferencia ante el dolor de los chilenos, o el siempre inconsistente comentarista de Tolerancia Cero, Sergio Melnick. La cárcel esta llena de gente que ha causado menos dolor y sufrimiento que este tipo de tecnócratas. Y no es broma ni tampoco ironía, puesto que uno solo de estos niñitos que tome una decisión como lanzar el transantiago antes de tiempo o privatizar una empresa que provocará el despido y la cesantía de miles de trabajadores, es causa de mucha violencia, agresión y dolor, mucha de la cual se traduce en crímenes y violencias inexplicables. Entregarle decisiones importantes a estos especialistas suele ser más peligroso que cruzar un campo minado.
Los trabajadores contratistas de Codelco van abriendo parafraseando a Sartre- los caminos de la libertad, van sentando las formas de asociación y lucha sindical que nos debería llevar, esfuerzo y trabajo responsable de por medio, a debilitar de manera importante los mecanismos de poder que han instalado en Chile la sociedad más desigual que recuerde nuestra historia económica.
Aún queda un largo y fatigoso camino por delante, estamos recién recuperando el tono muscular, el deseo de no sentirse siempre derrotados por el poder asimétrico y desequilibrante de los señores feudales. No obstante, el logro político de los trabajadores contratistas de Codelco ha sido un aporte de esperanza y renovación para la dignidad humana de los chilenos tan venida a menos por estos días.
Por Marcel Claude, Economista. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 1 de agosto 2007
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