Esta había sido proclamada un día de primavera en 1931, luego de la derrota electoral que sufrieran los partidarios de la monarquía. El Rey cargaba en sus espaldas la responsabilidad de haber apoyado la dictadura de Primo de Rivera.
Tras las elecciones, abdicó y partió al exilio. Me he dado cuenta -dijo- que ya no cuento con el amor de mi pueblo. El 14 de abril se izaban las banderas republicanas en distintas ciudades españolas.
El 16 de febrero de 1936, el Frente Popular triunfó en las urnas. La reforma agraria, los estatutos de autonomía, la ley de divorcio, amnistía para los presos políticos, el derecho a voto a las mujeres, fueron algunas de las medidas que la república alcanzó a emprender en tan poco tiempo y que tanta molestia causaron en los sectores más conservadores que veían como perdían sus privilegios seculares.
No pudieron soportarlo y la derecha española respondió con violencia. En la mayoría de las regiones se desató una feroz represión, fusilamientos, “paseos”. En Andalucía, Galicia, miles de muertos. En Madrid y Barcelona el pueblo resistió en defensa de la República, lo que hizo fracasar, en un principio, el golpe de estado, transformándolo en una cruenta guerra civil que se prolongaría por tres años. Son los días del fusilamiento de Federico García Lorca, el bombardeo a Guernika, la batalla del Ebro, en la que participó la “columna del biberón”, llamada así por la edad de sus combatientes, ya no quedaban hombres adultos para combatir, y su lugar lo ocuparon adolescentes, casi niños.
En enero de 1939 cayó Barcelona, en marzo, Madrid. Se calcula en más de quinientos mil a un millón el número de muertos y una cifra similar de exiliados que cruzaron a pie los Pirineos buscando refugio en Francia. Allí los esperaban los campos de concentración, sumando más penurias a las ya vividas durante la guerra. Algunos tuvieron suerte y lograron rehacer sus vidas en distintos países de Europa, otros cruzaron el atlántico con destino a México, Cuba, Venezuela, Argentina y Chile, países que los acogieron con gran solidaridad, gracias a sus gobiernos.
En nuestro país, el presidente Pedro Aguirre Cerda, a instancias de Pablo Neruda, adquirió un barco para traer a miles de refugiados. Quienes llegaron en el “Winnipeg”, han representado un gran aporte a la cultura, las artes y el desarrollo económico del país. Leopoldo Castedo, Roser Bru, y el entonces niño José Balmes eran algunos de los pasajeros.
Menos conocida es la historia de otros niños, que durante el transcurso de la guerra fueron acogidos en otros países, mientras duraba el conflicto, pues sus padres se encontraban en el frente o habían muerto, son los “niños de Morelia” y los “niños de la URSS”, la mayoría de los cuáles nunca pudieron regresar a España. Los que se quedaron tuvieron peor destino, eran “recogidos” por la “beneficencia franquista” para reeducarlos en conventos o en casa de “buenas familias”, para que no se convirtieran en “rojos” como sus padres.
La guerra terminó el 1 de abril de 1939, con el triunfó del bando nacional, liderado por Franco que inició una larga, larguísima dictadura. Cuarenta años que sólo terminaron con la muerte del dictador. Una de las pocas salidas al extranjero de Pinochet, fue precisamente al funeral de Franco.
Fueron años de terror, hambre, atraso económico y cultural, aislamiento y de un integrismo religioso que dominaba el quehacer cotidiano de los españoles. La propia iglesia fue uno de los principales sostenes de la dictadura, y nunca alzó su voz contra las violaciones a los derechos humanos. España estaba sola, los países de Europa se embarcaron en la segunda guerra mundial, cuyo ensayo general había sido la guerra de España. Muchos españoles se enrolaron en los ejércitos aliados para derrotar al fascismo y en respuesta a la solidaridad recibida por los brigadistas internacionales. Pero una vez acabada la guerra nadie se acordó de España.
Hace ya más de treinta años que se inició la transición democrática en España. Hoy es un país moderno, democrático e integrado a Europa. Sin embargo, las heridas provocadas por la guerra y la dictadura no están sanadas. Los acuerdos de la transición permitieron elaborar una nueva constitución, la disolución de las cortes, elecciones libres y nuevos estatutos de autonomía. Incluso la legalización del PCE. Sin embargo el precio fue el retorno de la monarquía y el olvido más absoluto para las víctimas. Hasta hoy no se conoce con certeza el número ni la identidad de los asesinados, los torturados, desaparecidos y presos.
El develamiento de la verdad ha sido un proceso lento y sin ningún apoyo estatal. Han sido principalmente los periodistas, los historiadores y otros profesionales los que han acometido esta tarea, respondiendo al interés de la sociedad española, que quiere conocer su pasado, que sigue presente.
Las posibilidades de justicia son nulas, han pasado demasiados años. Bajo el gobierno de Aznar, el 20 de noviembre de 2002 el congreso en pleno condenó la dictadura, sin embargo, dicha condena, en términos prácticos, no significó absolutamente nada. Hoy, el gobierno de Rodríguez Zapatero y algunos gobiernos autonómicos están iniciando un proceso de reparación material y simbólica a las víctimas. El propio presidente es nieto de una víctima del franquismo.
Precisamente ha sido la generación de nietos de represaliados por el franquismo los que han iniciado la tarea de recuperar su memoria. Paradójicamente un estímulo importante fue la detención de Pinochet en Londres.
A pesar del paso del tiempo, del silencio, de la impunidad, España vive aún con el peso de la guerra y el franquismo. La amnesia colectiva, sólo ha servido para mantener una sociedad dividida.
Todavía hay quienes aplauden, aunque sea discretamente, a la dictadura, y otros muchos lloran en silencio a los ausentes. Sin embargo ese silencio se está rompiendo con fuerza, ha llegado la hora de los vencidos los que, sin ánimo de revancha, hacen esfuerzos por recuperar la memoria histórica y el proyecto inconcluso de hombres y mujeres que dieron su vida por defender la República.
Por Carla Peñaloza Palma. Academica de la Universidad de Chile.
Santiago de Chile, 20 de julio 2007
Crónica Digital
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