Ninguna eminencia, incluyendo a los enciclopedistas y a los redactores de la Declaración de independencia Norteamericana, anticipó la necesidad de su existencia, por el contrario, Madison criticó las facciones y en 1797, al rechazar la elección para un tercer mandato, George Washington se pronunció contra el partidismo.
El inventario de los partidos políticos es tan extenso como profunda su crisis y grande el descreimiento respecto a ellos.
El término partido viene de partidario y comenzó a circular en el siglo XVIII para identificar a las facciones, sin formar parte de la jerga política hasta mediados del siglo XIX.
Los partidos políticos no son, como ocurre con otros elementos del sistema democrático, resultado de reflexiones teóricas. Ninguna eminencia, incluyendo a los enciclopedistas y a los redactores de la Declaración de independencia Norteamericana, anticiparon la necesidad de su existencia, por el contrario, Madison criticó las facciones y en 1797, al rechazar la elección para un tercer mandato, George Washington se pronunció contra el partidismo.
De hecho, fueron las tendencias partidistas, con frecuencia ilegitimas, ilegales y violentas, los intereses de grupos y las ambiciones individuales, y no ningún precepto teórico ligado al ideal democrático, quienes originaron el partidismo y el multipartidismo, del mismo modo que la dicotomía poder-oposición y la llamada alternancia engendraron al bipartidismo.
Donde más temprano se desarrollaron los partidos políticos, con su sentido actual, fue en los Estados Unidos donde en 1792 Thomas Jefferson creó el partido Demócrata que alrededor de 1837, bajo el gobierno de Andrew Jackson, adquirió su configuración actual.
Por esa época se desarrollaron en Europa los partidos socialdemócratas y socialistas de inspiración marxista, cercanos a los intereses de los obreros, las masas y las clases medias, basados en afinidades ideológicas e intereses compartidos y cuyas predicas promovieron las más grandes esperanzas y contaron con la adhesión más entusiasta y madura de las masas.
De Europa, los Estados Unidos y la Unión Soviética, donde en los siglos XIX y XX se desarrollaron los más poderosos y modernos partidos políticos, provinieron también las más grandes decepciones.
El partido Republicano, abanderado de las ideas antiesclavistas, e integrado por elementos progresistas, cuyo primer presidente fue Abrahan Lincoln, en apenas cincuenta años evolucionó hacia las posiciones más reaccionarias y primitivas que puedan ser imaginadas y que han tipificado algunos de sus líderes, entre ellos: Nixon, Reagan y Bush.
Por su parte los partidos socialdemócratas trasladaron a la práctica política su reformismo teórico. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, ante la disyuntiva de defender las posiciones pacifistas e internacionalistas de los trabajadores y oponerse a la guerra, asumieron las consignas nacionalistas de la burguesía europea y apoyaron un curso que arrastró a los pueblos y a la clase obrera de Europa a una matanza por un nuevo reparto del mundo.
Aquella actitud provocó grandes escisiones, una de ellas, la del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, en el que militaba Lenin y que se dividió dando lugar al surgimiento del Partido Bolchevique, génesis del Partido Comunista de la Unión Soviética y prototipo de todos los partidos de orientación marxista del mundo, incluido los que, amparados por la Unión Soviética, asumieron el poder en Europa Oriental al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
De aquellos partidos, integrados por millones de heroicos militantes, protagonistas de la toma del poder que ejercieron en la era estalinista, provino la más grande frustración que haya experimentado el movimiento progresistas y revolucionario.
El Partido Comunista de la Unión Soviética, formado por veinte millones de militantes, que tomó el poder y lo ejerció durante 70 años en una sexta parte de la tierra, fue manipulado por Gorbachov y disuelto por Boris Yeltsin que, de un plumazo, decretó su desaparición.
La idea de los partidos políticos puede renacer y es posible que con reglas y normas nuevas algún partido pueda librarse del lastre de tan dramáticas experiencias y remontar la cuesta. La pregunta es por qué empeñarse en repetir una experiencia fallida cuando se puede crear algo nuevo y mejor.
Naturalmente, la historia y la ejecutoria de los partidos políticos es larga, complicada y con diversas experiencias que les contaré.
Por Jorge Gómez Barata
Santiago de Chile, 18 de diciembre 2006
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