Liam formó parte de una legión de aquellos hombres admirables que dedicaron su vida a la lucha por la justicia y que, desde la Iglesia de base, nos dieron una voz de esperanza en un mundo tan lleno de injusticias.
Él y otros sacerdotes en aquellos momentos difíciles de la dictadura se pusieron al frente de la defensa de la dignidad avasallada por botas y fusiles. En ese contexto supe de él, haciendo frente a la brutal represión en contra de los pobladores y que por cierto le costó golpizas, cárcel y finalmente la expulsión de nuestro país, en momentos en que luchar por la vida constituía un gran delito. Pero sólo llegué a conocerlo personalmente en otro contexto, cuando, a pesar de la llegada de la alegría, cumplía su misión pastoral junto a los pobres de otro rincón del mundo y, en mi caso, junto a mi familia vivíamos en la permanente inseguridad obligados a una vida ilegal y clandestina.
Desde el primer momento que nos conocimos me hizo sentir que en él encontraba un compañero, un amigo dispuesto a brindar todo su apoyo y solidaridad. Nos sirvió de refugio material y espiritual, compartimos su modesta casa parroquial llenándonos de alegría y confianza, en particular en ese entonces hacia mis pequeños hijos.
A pesar de las distancias ideológicas, me fui dando cuenta que los valores y principios están por sobre ello y lo que al final prima es saber de qué lado estamos y qué derechos defendemos, independientemente de los caminos por los que cada uno ha optado.
Conocí de su acción con y en medio de los más pobres y humildes y no tan sólo llevando una palabra de aliento en situaciones difíciles, sino codo a codo resolviendo de manera terrenal aquellas consecuencias de un mundo injusto, incorporando a cientos de jóvenes en planes y proyectos de vida. Por cierto él, a su manera, luchaba por un cambio social en los lugares de mayor abandono por parte de gobernantes y políticos.
Me llamaba la atención su rostro siempre alegre y afloraba en sus conversaciones de manera permanente la picardía chilena. Tenía grandes recuerdos de nuestro país, al que sin lugar a dudas asumió como si fuese parte de esa tierra. Añoraba volver a Chile y reencontrarse con sus pobladores de la Sara Gajardo. Al borde de su final, cumplió su sueño y con mucha satisfacción veía crecer la semilla que años atrás había ayudado a plantar.
Compartimos largas jornadas donde disfrutaba de la música, los chistes y bromas y en más de una oportunidad lo escuché cantar canciones picarescas y a pesar de su enfermedad disfrutaba de la vida, con la alegría y tranquilidad que sólo tienen aquellos que caminan con la sensación del deber cumplido.
El haber conocido a Liam, me permite seguir soñando y constatar con su ejemplo que a pesar de las adversidades, la construcción de un mundo mejor es posible mientras existan hombres que no están dispuestos a someterse a tanta exclusión e injusticia.
Por: Galvarino Sergio Apablaza Guerra, Salvador. Exclusivo para Crónica Digital y Revista Reflexión y Liberación.
Santiago de Chile, 4 de agosto 2006
Crónica Digital
, 0, 702, 19