Amparados en la hipocresía colectiva de algunos de los gobiernos mundiales y haciendo uso de la supremacía militar, de su alianza con los poderes mundiales y de su auto percepción de que han sido elegidos por algún dios para desarrollar un plan en la tierra del cual los únicos beneficiarios son ellos, los israelíes arrasan con todo, asesinan niños y civiles inocentes, destruyen viviendas completas de familiares de los miembros de la resistencia palestina, destruyen también la infraestructura básica de poblados completos como castigo colectivo a un pueblo cuyo único delito es resistir una ocupación ilegal que dura ya casi 40 años.
Como si esto fuera poco hacen prisioneros a los miembros del gobierno y del legislativo palestino y tienen la desfachatez de acusarlos a ellos de terrorismo y exigirles que reconozcan el derecho a existir de Israel, antes de dialogar. Pero quién debe reconocer a quién. Los palestinos no han bombardeado la sede del gobierno Israelí ni han tomado prisioneros a sus legisladores. No ocupan territorio de ese país ni torturan, ni matan a sus, ciudadanos, pero este mundo parece estar loco y al parecer, vive al revés.
Si hoy yo desapareciera por unos cuarenta días y al cabo de ello retornara a donde mis seres queridos, amigos, amigas y les planteara a ellos y a la sociedad toda, que he vivido una revelación de un nuevo dios, que sí es el verdadero y que este me ha prometido para mi y para mis descendientes, debido a mi lealtad y en desmedro de quienes la habitan hoy, una tierra estratégicamente ubicada, con excelentes proyecciones económicas y que resulta atractiva para gran parte de la humanidad, seguramente me tildarían de loco y no pocos de quienes me rodean se reirían en mi cara de mis falsas pretensiones.
Sin embargo, en virtud de la libertad de pensamiento y la tolerancia que, se dice, existe en el mundo contemporáneo, nadie haría nada por cambiar mi forma de pensar, ya que cada cual puede creer en lo que quiere y vivir según eso mientras no dañe ni atente contra los derechos esenciales de los otros.
Ahora bien, si además de asegurar que dicho dios me ha regalado una tierra en donde no vivo, asegurara yo que el mismo dios me ha instruido que vaya a ella con aquellos a quienes logre convencer de esta prometedora empresa y mate a todos y todas quienes viven en ella y decidan interponerse en mi camino hacia la realización del plan divino encomendado, que destruya sus casas y caminos, que viole a sus mujeres y niños, que sepulte su historia y elimine del mapa sus escuelas y la infraestructura que poseen para satisfacer sus necesidades básicas.
Si, en definitiva, planteara a mis seguidores que el hecho de haber sido elegido con mis familiares y amigos por ese dios, para habitar esa tierra prometida, me da el derecho, sagrado por cierto, para aniquilar y destruir, violar y aterrorizar, humillar y violar a todos y todas quienes habiten ese territorio y decidan resistir mi invasión no solo mis amigos sino que la sociedad en la que vivo, seguramente, intentaría aislarme y someterme a un tratamiento médico para que tratase de recuperar la cordura.
Pero si esto no fuera posible, seguramente me encerrarían en algún centro de rehabilitación para proteger a la sociedad del peligro que mi ideología reviste para la seguridad y los derechos de las personas, sin descontar a más de alguno que preferiría eliminarme por considerarme un peligro demasiado letal para la sociedad.
Ahora, si por ventura antes de ser detenido, algunas y algunos ciudadanos de este mundo me creyeran, ya fuera por indiferencia o por simple ignorancia, y lograra yo conformar una organización poderosa para llevar a cabo mis deseos y los de mi dios y para ello me aliara con los países más poderosos del mundo, que se interesarían por mi negocio, con la mira puesta en los beneficios que el control de dicho territorio pudiera significarles y desarrollara una invasión despiadada y arrasara con todo, con la complacencia y el silencio cómplice de los gobiernos del mundo, si todo eso pasara, nos encontraríamos con un caso similar, por no decir idéntico, al del Israel de hoy.
Claro está, seguramente nos encontraríamos con la resistencia de ese pueblo que desarrollaría todas las formas de lucha para enfrentar a esta demostración de soberbia y fuerza descontrolada en virtud de un engaño original que solo es comparable con la esquizofrenia. Pero yo y mis aliados habríamos desarrollado toda una maquinaria de desinformación mundial que sería capaz de acallar cualquier intento de la sociedad por llevar la verdad al mundo entero y podría yo seguir actuando en la más completa inmunidad.
Por supuesto, este engaño daría pauta para el surgimiento de otros engaños similares y más de alguien podría llegar a pensar que bienaventurados son los pobres y que tienen hambre y sed de justicia y que ellos serán beneficiados o saciados después de muertos si creen en otros dioses y aceptan con resignación su suerte en este mundo de locos; y otros llegarían a plantear que alguna guerra, por justa que pueda parecer, pudiera llegar a ser santa y que pueden haber bombardeos humanitarios y que las vidas humanas perdidas pueden llegar a ser daños colaterales o errores no intencionados.
Claro está, la esquizofrenia es una de las enfermedades mentales más serias que hoy conocemos y ocasiona una gran perturbación en las relaciones sociales de las personas que la sufren. Tiene tendencia a evolucionar hacia la cronicidad y no existe un tratamiento curativo en la actualidad, lográndose únicamente una remisión de los síntomas con el uso de antipsicóticos. Claramente hace 5000, 2006 y 1400 años, nadie la conocía y parece que la tardanza en descubrirla nos tiene prisioneros de una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.
Los relatos que elaboran quienes padecen esta enfermedad pueden no ser confiables porque se detectan incongruencias que nadie es capaz de aclarar y en el curso de pensamiento pueden encontrarse las clásicas disgregaciones que son el resultado de incoherencias en las ideas. En el contenido del pensamiento se encuentran las ideas delirantes, que pueden ser de tipo paranoide, místico, religioso, de grandeza, de influencia extraña, de despersonalización o de desrealización.
Pero lo más dramático es cuando la esquizofrenia comienza a apoderarse de parte importante de una sociedad que cree que la injusticia termina siendo lo justo y comienza lo sano a parecer enfermo y disruptivo mientras lo enfermo, comienza a establecerse como lo sano y lo normal.
Hoy vemos a una sociedad completa que está enferma de odio y cegada por una ideología que ha provocado tal alteración de la realidad en sus entrañas y en sus cabezas; que violando a diario los más elementales derechos humanos del pueblo palestino sobre el cual han edificado su proyecto, supuestamente divino, se sienten víctimas.
Hoy asistimos a un discurso absolutamente esquizofrénico que ha reinventado la historia poniendo el inicio de la misma en el lugar que a ellos acomoda para justificar lo injustificable. Tratando de convencer al mundo que el culpable de todo es el terrorismo palestino y no una ocupación ilegal que dura más de 40 años y que ha mostrado un desprecio absoluto por el derecho internacional y por los más básicos derechos humanos y sin embargo, se sienten víctimas.
Hoy asistimos también a una comunidad universal que grita y rechaza tajantemente los atentados suicidas de los palestinos o el discurso fundamentalista de algunos musulmanes, o el programa nuclear de Nor Corea y de Irán pero que aplaude y tolera de manera cómplice los asesinatos de familias enteras y el castigo colectivo sobre un pueblo completo solo porque algunos de sus miembros han decidido resistir una injusticia sin igual en la historia contemporánea, solo comparable con el Apharteid sudafricano o con el nazismo que bajo premisas similares a las utilizadas por los israelíes se arrogó el derecho de matar a los antepasados de los criminales de hoy.
Esa misma comunidad no hace nada cuando los países poderosos y algunos otros como Israel desarrollan sus armas de destrucción masiva, cuando mienten y cuando se arrogan el derecho a juzgar al mundo entero desde sus cómodos escritorios, en nombre de dios, algunas vírgenes y la libertad.
Claro está que mientras esta situación de esquizofrenia colectiva y este apego a dioses y discursos ideológicos continué como mínimo común denominador del pensamiento contemporáneo; mientras sigamos creyendo que la injustita es un regalo divino o que la guerra puede ser santa; no habrá posibilidad de hablar de paz justa y duradera ni en Palestina ni en cualquier parte del mundo, pues condición sine qua non para ella será que los pueblos abandonen esos discursos que en 5000 años de historia solo han generado muerte y destrucción. Mientras alguien crea que algún dios puede haber puesto los bienes en la tierra solo para un puñado de hombres y mujeres mientras los otros se debaten entre la pobreza, la desesperanza y la miseria no serán posibles ni las patrias inclusivas ni los mundos mejores para todos y para todas.
Mientras perdure la incapacidad de entendernos y mirarnos como iguales, depositarios del mismo derecho a vivir en paz, en la tierra que nos vio nacer a nosotros y a nuestros padres y mientras sigamos educando a las futuras generaciones en la mentira y en el dio hacia lo distinto, como una forma de ignorancia que provoca temor y que convierte a este mismo temor en el poder detrás del poder, seguiremos esperando quizá 5000 años más de enfrentamientos económicos expresados en forma de odios religiosos o falsas ideologías que se seguirán negando a ver las causas de los problemas mientras atienden rentablemente solo a los síntomas.
Por: Daniel Jadue. el autor es arquitecto y licenciado en sociología de la Universidad de Chile. Colaborador de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 17 de julio 2006
Crónica Digital
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