Ingrid Cordova, nos presenta su primer libro cuyo título ya es una gran metáfora, un intento de (re)semantización del viejo mito griego, instalándolo en la ciudad que encandila y nos deja convertidos en piedra, porque nos deshumaniza impidiéndonos observar el pasado. Instalándonos en un hoy patriarcal y lacerante, desde esa veta se construye este primer trabajo.
El texto consta de 89 páginas, comienza con un acercamiento (La Medusa habló) y luego se subdivide en cuatro partes, la autora recurre como estrategia discursiva al tono coloquial o conversacional, de potente tradición en América Latina, con Mario Benedetti y con otras variantes en la poesía femenina chilena con Teresa Calderón, en especial “causas perdidas”.
La estructura poética, es hija del verso libre y por tanto de los recursos retóricos que caracterizan ese camino, en cuánto a su visión de mundo, se trata de una apuesta cuyo conocimiento poético; se fragua en las vanguardias de principios del siglo XX. Toma además en consideración: el aporte de la poesía de género, las experiencias sociales, personales y políticas, son su entorno.
Ingrid interpela al lector, declarando su apostasía por un cierto modo de confrontarse con el ejercicio poético, en ese sentido cuerpo y escritura son una misma cosa, desde esa mirada el gran objetivo es encontrar su propio registro, sin distracciones banales:
“La poesía mira burlona desde un balcón oscuro
como en la vía embaldosa de luces artificiales,
los escribientes se pelean a capa y espada
quince minutos de famélica gloria perecedera.”
La referencia religiosa, nos mueve en un espacio donde el aparato cultural radicado en las creencias más profundas: se ve trastocado. Se nos promete desde el inicio una abjuración, sino total a lo menos visos de desborde.
En un segundo intento por explicarse, el hablante nos dice que se encuentra ubicada en otro espacio, alejada de una cierta manera de acercarse al lenguaje poético: “¡Qué lejos estoy/ de la palabra insigne,/del verbo prístino,/ del adjetivo exacto!”. Nos informa que en su caso la poesía se escupe o vomita. Lo hace desde el espacio reservado a los mitos, con ropaje de sacerdotisa destemplada. Por momentos parece situar el discurso en un susurro o un grito, en una especie de canto tántrico de liberación y auto-conciencia.
El poema DEFINICIONES es una muestra patente, de una escritura del padecimiento, la acción liberadora se desencadena en una larga enumeración, donde la referencia a Naciste pintada de Carmen Berenguer, pudiera ser incluida.
“Pinte los ojos color del diablo
me desnudé procaz en cada esquina
aprendí las lenguas proscritas de la calle,
caminé a pie descalzo entre los abrojos,
renegué de hostias y de velos,
practiqué la risa desmedida
en noches de amantes y de camas.”
LINEAS PARALELAS, me parece un texto a leer con atención. Aquí se define una voz donde el tinte erótico, el tono conversacional, el quiebre con lo anterior se traduce en un espacio desbordante. Se trata de un acierto donde la poesía cobra un espesor vital, un hálito de sabiduría y locura otorgado por la experiencia. El cruce entre música, grito y placer, sumado al elemento visual, lo transforman en algo distinto: por su fuerza, su desgarro.
“Su voz trizada
En notas y vibratos
Clama por más dolor
Mi cuerpo deshecho
Entre flujos y lamentos
Suplica por más placer”.
Omar Cid
Crónica Digital
Santiago 24 de enero 2017