El costillar, es una danza festiva y competitiva alrededor de una botella colocada en el centro de la pista es muy nuestra, como el idioma castellano, que cada día los chilenos, lo vamos jibarizando con anglicismos. Cada día, en nuestros trabajos, colegios e incluso en el hogar utilizamos palabras que no son nuestras y cuyo significado tampoco es el que interpretamos y tratamos de adaptar a nuestra realidad.
El modelo neoliberal ha permeado todos los ámbitos en nuestros país y por lo tanto, debemos preguntarnos si es viable a futuro una cultura chilena, con la certeza de que la respuesta debe darla la generación de la cual somos parte, porque más allá, podría ser tarde.
Si creemos que hay viabilidad para la existencia de una cultura chilena con identidades propias -, lo primero que tenemos que aceptar es que el mundo ha cambiado, sigue y seguirá cambiando, a un ritmo vertiginoso y que para ello, debemos enfrentar esa realidad, que trastoca nuestras más arraigadas referencias, potenciando nuestra identidad ,lenguaje , herencia cultural ; cuidándonos de lo que tienda hacia la homologación y la uniformidad (Ej: Nuestra sociedad se viste en general igual ,todos se uniformaron con los jeans). Debemos tener la certeza que tenemos singularidades y distinciones, y ello debemos potenciarlo.
La proximidad de las Fiestas Patrias, más allá de las discusiones mediáticas, nos debiera remitir a muchas interrogantes sobre nuestro pasado, sobre nuestro futuro, sobre quiénes somos y quiénes queremos ser como sociedad y como nación. Revisando libros de poetas, de danzas nacionales y de algunos escritores chilenos ,descubrí un pequeño poema de Marcela Paz, llamado “¡Mío!” donde destacaba la importancia de los signos de exclamación y donde se expresa: A mí me gusta leer porque es mío lo que leo :lo siento como yo siento, lo veo como yo creo..
Cuando las noticias del día muestran la consternación gubernamental por el escaso dominio del idioma inglés, resulta inconcebible que no se hagan todos los esfuerzos para que primero, hablemos y leamos bien nuestra lengua materna.
Los expertos lingüistas observan con horror cómo van desapareciendo lenguajes y con ellos el conocimiento, la historia y la manera de entender el mundo, es el caso de los kaweskar, en la Patagonia, donde quedan dos escasos hablantes de una lengua que podemos ya considerar muerta.
¿Entonces?.. ¿Hasta cuándo creemos los argumentos y mitos en torno a que los chilenos no nos gusta leer o que tenemos que potenciar para entrar a esta nueva era, sólo la tecnología?, otra cosa distinta es que la respuesta pase por que las personas compren libros cuando están al alcance de su bolsillo o de sus pies, como lo es en las calles a un tercio de su valor original. La compra y la lectura son actos que van de la mano. Todo lector, finalmente, quiere poseer lo que ha disfrutado, aunque en muchas ocasiones el idilio literario se haya iniciado a través de un préstamo bibliotecario.
Los estudios sobre índices de lectura y capacidad de comprensión lectora en nuestro país son siempre indicadores que nos hace ver ese lado deforme y horrible, que el espejo del exitismo económico se esmera por ocultar. A la hora de la verdad, el porcentaje de adultos capaces de entender un texto escrito es tan bajo que nos asemeja a una aldea europea medieval, pero no por ello, los chilenos del s. XXI no les gusta leer o ignoran lo que sucede a su alrededor. A la hora de informarse, es la radio y la televisión los que cumplen el rol de verdaderos juglares contemporáneos.
La oferta audiovisual es tan amplia que las personas pueden optar entre: sepa lo indispensable en 10 minutos hasta canales y radios dedicadas por completo a la información del segundo o basta ver a las salidas de las estaciones de metro en Santiago, como las personas al ver la posibilidad de tener un periódico e informarse acuden masivamente a obtenerlo.
Es de esperar que el castellano no sufra una suerte parecida a la del latín una vez impuesto el inglés como idioma único y universal, para que su estudio y habla no se reduzca al de unos pocos exégetas.
Solo nos queda terminar preguntándonos respecto de que porcentaje de nuestra clase dirigente, de nuestros intelectuales, de nuestra ciudadanía, tiene la comprensión y la predisposición para entender lo que somos y podemos ser como sociedad y país. Sin duda, creo que esa es la mayor de las interrogantes que debemos despejar.
Por Marta Canto Castro.Licenciada en Ciencias Políticas y Administrativas.
Administrador Público. Académico del Instituto Jorge Ahumada y Editora General de la Revista Impacto.
Santiago de Chile, 21 de agosto 2007
Crónica Digital , 0, 110, 12