Una inyección en el estómago acabó con la vida del poeta chileno Pablo Neruda el 23 de septiembre de 1973, algo de lo cual está absolutamente convencido su chofer y ayudante personal Manuel Araya.
En entrevista con Prensa Latina, Araya insistió en la idea, a partir del hecho de que Neruda se encontraba ingresado en la clínica Santa María, pero tan estable que lo envió a él y a la esposa Matilde Urrutia a buscar unos libros en Isla Negra.
La segunda parte del diálogo exclusivo con Prensa Latina viene a completar un tema que recobra actualidad en estos momentos: el Premio Nobel de Literatura fue asesinado, como ha repetido incesantemente Araya a lo largo de los años.
Isla Negra es donde se encuentra una de las tres casas del autor de Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada. Allí deberían reposar sus restos mortales, según voluntad propia, pero ahora sus vestigios se hallan en otra parte.
Aguardan por financiamiento del Gobierno de Chile para ser remitidos a Europa, donde científicos realizarán nuevos exámenes para tratar de determinar las verdaderas causas de la muerte de
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Neruda).
El dictamen oficial de la época, en plena efervescencia de la dictadura de Augusto Pinochet, fue que había muerto de cáncer en la próstata. Sin embargo, el hallazgo de estafilococo dorado en sus osamentas recientemente despertó serias dudas.
Apenas esboza una sonrisa, porque el asunto en realidad evoca tristeza. Las veces que lo he visto anda enfundado con un terno gris o marrón y lleva gorro de paño, como el que usaba el extraordinario escritor.
Su fidelidad y admiración por el creador de Canto General lo condujeron a la presidencia de Antología popular 1972-Patrimonio de Chile/ONG, con el sitio web www.nerudavive.cl.
“Desde el 19 de septiembre lo ingresamos. Pero el día 22 termina sus famosas memorias Confieso que he vivido. Cambia de parecer el 23, impresionado por relatos que le hacían, como el crimen de Víctor Jara. Y decide salir a México el 24”, explicó.
A la insistencia de Prensa Latina, todo viene a colación y encaja en la actualidad noticiosa, tras un comunicado del Ministerio del Interior de Chile.
Por primera vez, en un texto oficial se reconoce la existencia de un documento en el que se admite la posibilidad del asesinato de Neruda.
Afirma que “resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros en la muerte de Pablo Neruda”.
Inclinado en su asiento hacia adelanta, Araya completa la historia.
“Ay Manuel, si me pusieron una inyección”, y me mencionan que dipirona. No comprendo. Y aparece un médico joven cuyo rostro todavía recuerdo, y me da una receta para que vaya en busca de un medicamento, a lo cual me niego”, comentó.
Araya señaló que le resultaba extraño en una clínica donde se había pagado muy cara la estancia de Neruda, aunque al final, increpado por el médico, no le quedó otra que salir hacia la farmacia.
“Lo demás ya lo había dicho. Me apresaron agentes de Pinochet, me torturaron, me dieron un balazo y terminé en el Estadio Nacional. Gracias a la mediación del cardenal Silva Enríquez es que me salvo, pero fue cuando recibí la terrible noticia”, anotó.
El cardenal Silva Enríquez -prosiguió- me dijo que Neruda había fallecido a las 10.30 de la noche anterior (23 de septiembre). Y me puse mal, le pedí a los militares que terminaran de matarme.
Como si hablara de hechos sucedidos ayer, Araya explicó que fue trasladado a curarle las heridas y de nuevo, de regreso al Estadio Nacional, de donde salió en libertad vigilada por las gestiones del cardenal Silva Enríquez.
Neruda había muerto y era todo lo que le importaba a su chofer ayudante en esos instantes.
Por Fausto Triana
Santiago de Chile, 10 de noviembre 2015
Crónica Digital / PL