El fallecimiento del político derechista y pinochetista, Sergio Díez Urzúa, ha sido recibido con dolor por diversos sectores de la Derecha chilena y El Mercurio refirió en su edición del martes 30 de junio “el pesar en el mundo político” destacando “su calidad de orador y académico”.
Tras su muerte, a los 90 años, la publicación afirma que “dirigentes de todos los sectores destacaron su capacidad de diálogo en la transición y su oratoria”.
Sebastián Piñera escribió que fue “un gran creyente y servidor público. Hombre bueno y leal con sus amigos”.
El senador DC Andrés Zaldívar agregó que Díez fue “una persona abierta al diálogo y que colaboró, desde la derecha a la transición durante el gobierno de Patricio Aylwin”.
El ex ministro de Piñera, Andrés Chadwick, de la derechista Unión Demócrata Independiente, UDI, buscando sacar ventajas políticas coyunturales, declaró que Diez fue “un comprometido defensor de la institucionalidad y del valor de la Constitución. Un gran líder político al servicio del país”.
Otros personajes del Olimpo político nacional, como el presidente del Senado, el DC Patricio Walker señaló, según dice El Mercurio, que “despedimos a un hombre que sirvió a Chile, con vocacíón, mientras era parlamentario, buscando el bien común”, y Ricardo Nuñez, embajador de Chile en México (PS), declaró que “Más allá de las diferencias, ERA MUY SENSIBLE A LA NECESIDAD DE DIÁLOGO (subrayado por El Mercurio), entre todas las fuerzas democráticas”.
Todos estos opinantes eluden claro, según la versión entregada al país por El Mercurio, algunos detalles claves de la biografía política de Sergio Díez Urzúa, como su participación en la conjura sediciosa que llevó al Golpe de Estado de Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973.
Diez tuvo una extensa trayectoria en la derecha chilena, desde que en 1948 fue presidente de la Juventud Conservadora, pasando luego por el filofacista Partido Nacional hasta terminar en Renovación Nacional, siendo diputado y hasta presidente del Senado entre 1996 a 1997, por estos avatares de la política de los consensos de la transición a la chilena.
Pero sobre todo se busca tender una cortina de humo sobre el “destacado” rol que jugó en la apasionada defensa de los crímenes de la dictadura de Pinochet en Naciones Unidas cuando ejerció como embajador, entre los años 1977 a 1980.
Pero lo principal que “olvidan” quienes se conduelen por la “gran pérdida para el partido (RN) y para la política”, como dijo el presidente de esa colectividad, Cristián Monckeberg, es la negación el 1 de diciembre de 1977, en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, de que en Chile, existían “detenidos desaparecidos”.
Sergio Díez, al responder un informe del Relator de Derechos Humanos de Naciones Unidas, una lista de 70 casos de personas desapar5ecidas tras ser secuestradas por los servicios secretos de la dictadura, aseguró que serían personas “inexistentes”.
Hasta hoy más de mil chilenos sigue en esa condición para vergüenza de la justicia y de las instituciones que se empeñan en negar toda la información necesaria para esclarecer estos episodios vergonzantes.
Tamaña ofensa a la verdad histórica, a la realidad del país, al duelo de miles de familias, a la verdad y la justicia, a los Derechos Humanos lo convirtieron en encubridor y cómplice de los crímenes de la dictadura.
Y el panegírico a su figura, el blanqueamiento que se ha pretendido hacer a su verdadera biografía es simplemente una vergüenza política y moral, además de un falseamiento de la historia del país.
Por Marcel Garces, director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 2 de julio 2015
Crónica Digital