Ese criterio aparece en forma coincidende tanto en comentarios de gente simple -pero con sentido común y acertada lógica política-, como en los centros de análisis de ese partido y de la oposición, donde se teje ahora el entramado de la estrategia para la nueva cita.
El presidente Luiz Inacio Lula da Silva, candidato a la reelección por el PT, y el socialdemócrata paulista Geraldo Alckmin, un hombre sin carisma pero abierto de cuerpo y alma a los polos de poder económico y financiero (la extrema derecha), se medirán el día 29.
Lula terminó la primera vuelta con 48,61 por ciento de los votos, y Alckmin con 41,64, insuficientes en ambos casos para imponerse.
Una enconada pugna por las alianzas caracteriza desde ya el ambiente político nacional, en el que la polarización entre derecha e izquierda se hace más notable y peligrosa que nunca antes, según reflexiones de observadores, enviados y científicos sociales.
Los ataques contra la administración petista y el jefe de Estado alcanzan hoy el calificativo de brutales en céntricas avenidas y apartados rincones de la geografía brasileña.
Marco Antunes, de 71 años, taxista desde hace 44, dice que no recuerda en la historia reciente tal grado de “chacalismo político”.
“Voté y votaré siempre por Lula y el PT porque hoy mi hija estudia en la universidad gracias a eso, pero no le niego que lo hice en esta ocasión con la nariz tapada”, comentó.
Los embates de la extrema derecha, representada por Alckmin, reiteran el término corrupción como el “Abrete, Sesamo” que los condujo a la segunda vuelta en las elecciones y, “quién sabe, sin también en la segunda”, dijo Antunes.
Lula y el alto mando del PT apelan casi en forma permanente a acciones limpias y éticas en el lenguaje político.
“No hay preocupación por la ética”, afirmó en días pasados el reconocido científico social Emir Sader.
En una residencia de clase media de la encumbrada Copacabana, el catedrático universitario comentó que “la derecha ha tolerado, ha participado y ha ganado con todas las maniobras de la dictadura”.
Los círculos de poder que representan a ese polo propugnan una enconada ofensiva contra la izquierda aparentemente arrinconada, según demuestran sus objetivos programáticos a corto, mediano y largo plazos, exhibidos ahora como banderas de cara a los comicios.
Menos estado y reanudación de privatizaciones en Petrobras, Bancio de Brasil, Eletrobras, Caixa Económica Federal y Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, figuran en la mira opositora.
Para Sader, a ello se agregarían “menos tributación, mayor recorte de los gastos públicos, más apertura de la economía, fin de las regulaciones estatales, privilegio de las relaciones exteriores con el libre comercio, menos soberanía e integración.
“Habrá una fuerte confrontación en la segunda vuelta”, advirtió el también secretario ejecutivo de la Confederación Latinoamericana de Ciencias Sociales (CLAPSO) y fundador del Foro Social Mundial.
En coincidencia con estas opiniones, Marco, el taxista, pronostica que si triunfa Alckmin, volverán las políticas de seguridad represivas y ocurrirá un giro de 180 grados en el tratamiento de los movimientos sociales y en la situación de las clases más humildes.
“Nadie será perdonado en el campo de la izquierda y todos sufriremos directa o indirectamente los efectos de políticas bien diferentes a las de Lula y el PT”, dijo con evidente preocupación.
Brasil vive una era de derechas unificadas en la que tecnócratas, hacendados y jeques de las finanzas, con un desenfadado respaldo de los grandes medios, se unen alrededor del candidato del Partido Social Demócrata, adalid y cabeza visible de la batalla contra Lula.
Líderes de esa agrupación política, cuyo centro radica ahora en el poderoso estado de Sao Paulo, plantean que la táctica en el segundo turno será contar con los votos de todos los que no apoyaron a Lula.
El fundador del PT alcanzó 46 millones 661 mil 622 boletas en la cita del domingo pasado y Alckmin, 39 millones 968 mil 622.
Del total de 125,9 millones de ciudadanos convocados, 21 millones 92 mil 045 se abstuvieron, dos millones 866 mil 191 votaron en blanco y cinco millones 957 mil 117 anularon la boleta.
La llegada del ex tornero metalúrgico al poder en 2002 fue y es un reto para la política de Estados Unidos, por su confesa inclinación integracionista en el ámbito sudamericano, entre otras cosas.
Lula modificó el escenario político en América Latina, donde ningún partido de izquierda había triunfado en elecciones desde el golpe de estado contra Salvador Allende, en 1973.
El favorito para ganar en primera vuelta -pocos lo dudan- era Lula. “La ofensiva terrorista mediática de un monopolio brutal de la derecha” -según Sader-, provocó el movimietno de miles de votos de uno a otro aspirantes.
Lula -se dice- ahora no sale con esa condición. La gran prensa arremeterá de nuevo con fuerza contra él. La unidad, como bastión de rocas, es la única alternativa.
Por Roberto Gilí Colom (Enviado Especial de Prensa Latina)
Río de Janeiro, 4 de octubre 2006
Prensa Latina
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