EL EFECTO BOLAÑO

Hace algunas semanas apareció una entrevista de María Teresa Cárdenas a Gonzalo Contreras en la Revista de libros de El Mercurio. Allí, se le pregunta al novelista por los cambios provocados por la obra de Roberto Bolaño en la literatura chilena. El novelista declara que las ficciones del autor fallecido el 2003, están movidas por una “moral unívoca”, una visión apocalíptica del mundo en el que “la vida es un horror. Todos son malos.” Sugiere que las novelas creadas por Bolaño se asemejan a Moby Dick, de Melville, y como aquel libro, terminarán en los anaqueles de la literatura juvenil.

A propósito de dichas declaraciones, Ignacio Echevarría, crítico español y amigo de Bolaño, señala que Contreras se va por la tangente, es decir, no responde con precisión a lo que se le pregunta y acto seguido, él mismo propone una respuesta, sugiere que la obra de Bolaño ha levantado un muro en medio de la literatura chilena y latinoamericana, motivo por el cual las letras de nuestro continente “han quedado escindidas, a partir del gran boom de la obra de Bolaño, en un antes y un después. A un lado, los narradores surgidos detrás de Bolaño. Al otro, los que ya eran más o menos conocidos antes que él.” Por otra parte, asegura que comparar a Bolaño con Melville, en vez de lesionarlo, le hace justicia, no olvidemos que la obra del autor norteamericano es considerada “la más grande novela que se haya escrito en América, un poderoso remix épico de la biblia, Shakespeare y de la enciclopedia.”

 En mi opinión, Bolaño crea un par de obras maestras e ineludibles para las letras en español. Para decirlo utilizando una imagen parecida a la de Echevarría, instala “Los detectives salvajes” y “2666” por nombrar los textos más importantes, como un par de torres bellas e imponentes en el centro del barrio literario hispanoamericano, torres que si bien no cubren ni desaparecen al resto de las construcciones, sí provocan una sombra que las hace mucho menos visibles. Y en este sentido, la más afectada por ley casi física, es la llamada nueva narrativa chilena surgida a fines de los ochenta y de la que Contreras es referente. Quizá a eso se deba aquel intento errático de minimizar la obra bolañiana, una reacción en defensa del trabajo propio. Comprensible, sí, pero poco digno.

No es la manera de enfrentarse a los gigantes, Contreras equivoca el camino. Me parece que lo primero debe ser reconocerlos, saludarles y por qué no, agradecerles su aporte. Luego, si tenemos la energía, la visión panorámica y la fuerza vital a tope, esa que tuvo Bolaño hasta el último de sus días, lanzarnos a trabajar en nuestra propia obra maestra, en nuestra propia torre si se quiere. Si se logra el objetivo, toda la obra previa se iluminará nuevamente y si falla, por lo menos su intento será reconocido. Eso es lo que necesita la literatura chilena, una actitud de grandeza y no de chaqueteo, una competencia sana lejos del “ganar como sea” y sobre todo, lejos de los comportamientos mafiosos que se han ido apoderando de los premios y las poquísimas oportunidades editoriales existentes en nuestro país.

Santiago de Chile 2 de octubre 2013
Por Rodrigo Jara Reyes
Crónica Digital

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