Por Luis Cifuentes Seves
Una amiga me pregunta si me interesa la geopolítica. ¡Por supuesto! ¿Por qué? Porque nos ayuda a entender los futuros posibles de la humanidad.
Por ejemplo, tomemos una vieja y osada afirmación: el que domina el centro de Asia, domina el mundo. ¿Será cierto? Partamos por definir cuál es el centro de Asia.
Asia Central
Consideremos que Asia Oriental está constituida por China (incluida Taiwán), Japón y todos los territorios al Sur de estas potencias, vale decir, India, Bangladés, el llamado Sudeste Asiático, que junta a Vietnam, Cambodia, Laos, Tailandia, Birmania (hoy Myanmar), Singapur y Brunei, los archipiélagos de Malasia, Indonesia y las Filipinas, a los que habría que agregar las dos Coreas y la parte de Siberia al Norte de China y Japón.
Por su parte, el Asia Occidental estaría constituida por Turquía, Siria, Jordania, Líbano, Palestina/Israel, Irak y toda la península arábica.
Luego, el Asia Central sería la considerable franja de territorio que va desde el Océano Ártico (específicamente desde el Mar de Kara), pasando por Siberia (que formó parte del imperio zarista, de la URSS y en la actualidad de la Federación Rusa) hasta llegar a las que fueron repúblicas soviéticas de mayoría musulmana: Kazajistán (lejos la más grande), Uzbekistán, Azerbaiyán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguistán.
La población original de estas repúblicas nunca fue particularmente marxista-leninista ni fanática de los planes quinquenales, de modo que el Estado soviético envió a ellas grandes contingentes de profesionales, rusos en su mayoría, a hacerse cargo de la administración estatal y los vitales sistemas de producción industrial y agrícola, educación, salud, vivienda y orden público. Ellos se avecindaron, integrándose con la población nativa. Por otra parte, el ruso se convirtió en lingua franca de toda esta región.
Hacia el Sur, y mucho antes de que existiera la URSS, siempre hubo tres países grandes: Irán, Afganistán y Pakistán.
Dominio del Asia Central
Examinemos entonces la veracidad de la frase “el que domina el centro de Asia, domina el mundo”. A lo largo de la historia, el imperio que estuvo más cerca de conquistar toda el Asia Central fue el mongol, que se extendió desde China hasta el Danubio, incluida el Asia Occidental y llegando por el Sur hasta el Océano Índico. Sólo le faltó la zona cercana al Océano Ártico. Los mongoles trataron de invadir África y fueron derrotados por los mamelucos en 1260 en la gran batalla de Ain Yalut. Con esto el gigantesco imperio perdió su condición de invicto y frenó su avance, aunque aún alcanzó su peak bajo Kublai Kan, quien se transformó en el primer emperador de China en 1271.
El imperio de Alejandro de Macedonia ocupó la parte Sur de la gran franja, desde Grecia hasta la India, pero no tocó la parte Norte.
En el siglo XX, el que estuvo más cerca de regir el centro de Asia fue Stalin (el georgiano Iósif Vissariónovich Dzhugashvili), quien controló desde el Ártico hasta las repúblicas de mayoría musulmana, pero no llegó al Índico. Pudo haberlo intentado, pero habría tenido que conquistar Afganistán.
¿Por qué no lo hizo? Porque había estudiado la historia del siglo XIX y estaba consciente de las dos invasiones británicas a Afganistán, donde el vasto imperio que dominaba los mares del mundo fue derrotado en ambas ocasiones. No lo fue por un ejército regular del Estado afgano, sino por los nativos, etnia soberbia, gallarda y belicosa, que estaba acostumbrada a practicar una muy efectiva y despiadada guerra de guerrillas. Entonces, Stalin decidió no intentar el dominio de toda el Asia Central y se dijo:
“La prefiero compartida.”
Refiriéndose a la parte que controlaba, agregó:
“No es perfecta / mas se acerca / a lo que yo / simplemente soñé”.
Revelo aquí que Stalin pronunció estos versos mucho antes que Pablo Milanés, salvando a su país de una onerosa aventura bélica. Décadas después, los sucesores del georgiano, desde Brezhnev hasta Gorbachov, ignoraron esta experiencia e intervinieron militarmente en Afganistán entre 1979 y 1989 con el resultado de un desastre total que contribuyó al colapso final de la URSS.
Pareciera que estoy hablando bien de Stalin, luego debo aclarar que lo considero un loco asesino de los peores en la historia de la humanidad. Está fácilmente entre los top five y tal vez entre los top three. Sin embargo, en geopolítica, Dzhugashvili acertaba.
Por ejemplo, en los años 30, antes del comienzo de la segunda guerra, se le antojó que, muy lejos de Moscú, había un punto triple que podía calentarse en cualquier momento. Era el lugar donde coincidían las fronteras de la URSS, China y Mongolia. Al bigotudo no le preocupaba Mongolia, que era un protectorado soviético, y tampoco China, sino los japoneses que habían invadido la provincia china de Manchuria en 1931 y que podían sentirse tentados de acrecentar su territorio a expensas de Mongolia o de la misma Unión Soviética, dado que tenían el precedente de haber ganado la guerra ruso-japonesa de 1905.
El georgiano decidió entonces enviar varias divisiones bien entrenadas y apertrechadas a la proximidad del punto triple, y puso a la cabeza de sus fuerzas a un joven y talentoso general llamado Giorgi Zhúkov.
Pues bien, el olfato de Stalin no falló, y en mayo de 1939 los japoneses intentaron entrar a Mongolia. Zhúkov, al mando de tropas mongolas y soviéticas hizo frente a los nipones en la olvidada batalla de Jalkin Gol. Las hostilidades se extendieron hasta septiembre del 39 y su fin casi coincidió con la declaración de guerra de Inglaterra y Francia contra Alemania, que inició la segunda conflagración mundial.
En Jalkin Gol los muchachos del sol naciente recibieron tal paliza que nunca más osaron mirar siquiera las fronteras mongola ni soviética, lo que permitió a Stalin desentenderse de ese problema. En un momento oportuno, mandó llamar a Zhúkov, acompañado de un par de divisiones fresquitas, ya que no habían tenido nada que hacer desde Jalkin Gol, a apoyar el esfuerzo bélico contra los teutones al Oeste de los Urales.
De Jalkin Gol a las Kuriles
En mayo de 1945, Zhúkov, convertido en Mariscal, tomó Berlín y buena parte de Alemania junto a sus congéneres Rokossovski, comandante del frente bielorruso (polaco, a quien la purga stalinista de 1937 había enviado al gulag) y Konev, quien encabezó el frente ucraniano y fue el primero en hacer contacto con tropas estadounidenses en el río Elba, cuando el Reich de Mil Años ya estaba boqueando.
Después de la muerte de F. D. Roosevelt, los líderes aliados Truman y Churchill, cuyos gobiernos se habían demorado una eternidad en cumplir su compromiso del desembarco en Normandía, exigieron a Stalin que atacara a Japón de inmediato.
La conferencia de Potsdam resolvió la división de Alemania y de Berlín en cuatro zonas, pero no había un acuerdo similar respecto de Japón, que aún combatía. El georgiano vio que en esas circunstancias lo mejor era hacerse presente en el teatro bélico, declaró la guerra a Japón a comienzos de agosto del 45 y envió sus tropas al oriente, donde avanzaron raudas persiguiendo al ejército japonés que se batía en retirada por Manchuria. Desde allí, y también desde Vladivostok, los soviéticos ocuparon el sur de la isla Sajalin (en disputa con Japón desde 1905) apenas ocultando que su destino era Hokaido, la más septentrional de las cuatro grandes islas japonesas, para lo que no había acuerdo con los EE.UU.
Empero, Truman realizó una jugada doble: aceleró la rendición del imperio nipón y dio una seria advertencia a los rusos dejando caer dos bombas atómicas. Dzhugashvili acusó el golpe y en lugar de dirigirse a Hokaido, ocupó la totalidad de las Kuriles, un archipiélago de 24 islas ínfimas y con muy escasa población. Desde entonces, sucesivos gobiernos nipones han exigido a Rusia la devolución de las Kuriles en todos los tonos posibles y en todos los foros internacionales existentes. Hace poco recibieron el apoyo nada menos que de ¡Volodymir Zelenszy! (wow!)
Resulta casi conmovedor que el país del sol naciente haya desplegado tales esfuerzos por recuperar esas islitas cuando nunca se ha quejado de las dos bombas atómicas que recibieron de regalo americano. Cosas de la geopolítica, que a la luz de los acontecimientos actuales, se transforma cada vez más en un puzzle preocupante.
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El autor es Luis Cifuentes Seves es Profesor Titular (jubilado) de la Universidad de Chile. Sus libros más recientes son “Dilo, antes que sea demasiado tarde”, 2020 y “Mi catedral todavía está ahí”, 2023 (ambos por Cuarto Propio). Es coautor de “Rescate de la luz”, 2022 (Georgian Bay Books, editado por Tomás Ireland).
Santiago de Chile, 10 de junio 2024
Crónica Digital