El caso Norcorea

Por Luis Cifuentes Seves

Trasfondo

Desde que en los años 60 oí por primera vez hablar de la República Popular Democrática de Corea (RPDC, más conocida como Corea del Norte o Norcorea), el líder indiscutido fue Kim Il Sung. En cumplimiento de los acuerdos de la conferencia de Yalta (Franklin D. Roosevelt, Stalin y Churchill), los EE.UU. y la URSS se habían repartido Corea en 1945. Los soviéticos ocupaban el sector al Norte del paralelo 38, los norteamericanos, el sector Sur. Los jefes fueron Kim Il Sung y Syngman Rhee, que tenían una pretensión común: alegaban representar a la totalidad de Corea. 

Después de varios inútiles intentos de unificación, el ejército norcoreano cruzó el paralelo 38 en junio de 1950, dando inicio a la guerra de Corea. Al cabo de tres años de sangrientos avances y retrocesos, donde aparte de las fuerzas coreanas participaron tropas chinas apoyadas por la URSS y tropas norteamericanas y aliadas sin que hubiera un claro ganador, se resolvió firmar un armisticio reinstalando la frontera en el paralelo 38. Sin embargo, nunca se llegó a un tratado de paz, luego ambas naciones siguieron en estado de guerra que nunca ha sido revocado.

Kim Il Sung gobernó Norcorea basado en una ideología de su creación: “la idea Juche”, que quedó en la constitución como “una aplicación creativa del marxismo-leninismo” consistente en el principio de autosuficiencia nacional. Su liderazgo se mantuvo hasta su muerte en 1994, completando casi medio siglo en el poder, a los que pueden sumarse 13 años previos como jefe guerrillero contra la ocupación japonesa. Se le dio el título póstumo de “Presidente eterno de la República”.

Tras la muerte de Kim Il Sung, la economía norcoreana empeoró notoriamente y hubo una hambruna que cobró las vidas de entre 200 mil y 600 mil personas de acuerdo a varias estimaciones. Su hijo Kim Jong Il fue nombrado secretario general del Partido del Trabajo en 1994 y en 1998, presidente de la Comisión Nacional de Defensa hasta su fallecimiento en 2010. Entonces ascendió al poder Kim Jong Un, nieto de Kim Il Sung, que mantiene el cargo hasta la fecha.

Las potencias occidentales, contrarias al discurso antiimperialista de Kim Il Sung y de su sucesor, y a sus pretensiones de desarrollar un poderío basado en bombas nucleares, impusieron un severo bloqueo y sanciones a la RPDC. Entre 2007 y 2008 hubo conversaciones multilaterales (las dos Coreas, EE.UU., Rusia, Japón y China) en que Norcorea ofreció cancelar su programa nuclear a cambio de ayuda económica de los participantes y levantamiento del bloqueo, pero sectores conservadores de Corea del Sur llegaron al gobierno y dieron por terminado cualquier acuerdo. Esto coincidió con un endurecimiento en las posturas de los EE.UU. bajo el mandato de G. W. Bush.

El tema nuclear y los derechos humanos

La economía norcoreana se ha concentrado fuertemente en el gasto militar, dedicándole un 25% del PIB. En 2006, Norcorea hizo explotar su primera bomba atómica a pesar de las amenazas de las potencias occidentales. En 2013 se realizó un segundo ensayo nuclear desafiando un acuerdo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En 2016 Norcorea llevó a cabo su primer test de una bomba de hidrógeno (la de Teller), lo que instaló al país en el reducido club de naciones que las poseen. En 2017 agregó a sus capacidades su primer misil balístico intercontinental y ha lanzado varios de ellos cruzando el espacio aéreo de Japón, despertando estridentes protestas.

Aunque el tema nuclear ha sido lejos el que más ha preocupado a los EE.UU. y sus aliados, también se ha acusado al régimen norcoreano de graves violaciones a los derechos humanos. Amnistía Internacional denunció que hay no menos de 200 mil prisioneros condenados a trabajos forzados en seis grandes campos. En 2014 el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos acusó al gobierno de la RPDC de tortura, ejecución sumaria, abortos forzados y otras prácticas represivas. Sin embargo, estos han sido rechazados por la RPDC como propaganda, dado que la alianza occidental nunca ha dado gran importancia a los abusos de derechos humanos cometidos por dictaduras anticomunistas.

La riesgosa geopolítica

Recientemente, Kim Jong Un ha declarado que, en el corto plazo, la RPDC estará en condiciones de lanzar un ataque nuclear contra los EE.UU. Por razones de proximidad, los estados de la costa oeste (Washington State, Oregón y California) serían los que estarían en mayor riesgo. En conjunto, tienen 60 millones de habitantes, un PIB per cápita de más de 80 mil dólares y un alto índice de desarrollo humano (0,985). Entre las ciudades en peligro de destrucción estarían Seattle (sede central de Microsoft, Amazon y Nintendo), San Francisco (Silicon Valley), San Diego (gran base naval) y Los Ángeles (Meca cinematográfica y televisiva). La ciudad canadiense de Vancouver, el puerto de mayor tráfico en Norteamérica, correría el mismo peligro.

Aficionados al tema militar podrían afirmar que, a pesar de la capacidad nuclear de Norcorea, esta nunca se atreverá a atacar a los EE.UU. debido a que la respuesta sería devastadora: el territorio liderado por Kim Jong Un quedaría convertido en un gigantesco cráter de gran profundidad. Pero… ¿es el resultado tan predecible? 

Veamos: partiendo de una situación en que la costa oeste de los EE.UU. ya fue vaporizada, esta super potencia tendría que sopesar las consecuencias de su acción retaliativa. La destrucción total de Norcorea no podría hacerse con precisión quirúrgica. Lo más probable es que gran parte de Sudcorea también sería destruida, especialmente su capital, Seúl, que se sitúa muy cerca del paralelo 38. Corea del Norte comparte una frontera de 1420 kilómetros con China, luego una superficie no menor de territorio chino también sería gravemente afectada. La frontera Norcorea-Rusia es de sólo 19 kilómetros, pero está cercana al puerto de Vladivostok, base de la flota rusa del Pacífico y terminal del ferrocarril transiberiano. Las islas japonesas de Hokkaido y Honshu, que cobijan a Sapporo, Tokyo, Yokohama, Kioto, Osaka, Nagoya y otras importantes ciudades, también recibirían un impacto considerable.

En otras palabras, una respuesta arrasadora de los EE.UU. posiblemente desataría la tercera guerra mundial, en la que no habría ganadores, excepto tal vez los insectos, bacterias y hongos inmunes a la radiación ionizante que, para su gran sorpresa, se convertirían de la noche a la mañana en amos del planeta.

Además, los EE.UU. contarían con la férrea oposición de Japón, siendo este el aliado más incondicional que han tenido desde que les dejaron caer dos bombas de Oppenheimer en agosto del 45.

La alternativa y un diablillo de temer

Con todas estas consideraciones in mente, a pesar de su enorme poderío militar y de haber sufrido ya una agresión nuclear, el gobierno de los EE.UU. tendría que buscar, en consulta con sus aliados más cercanos, alternativas a la gran represalia. La más práctica sería asegurar la intervención de China y Rusia para neutralizar a Norcorea por métodos que ambas potencias tendrían que ponderar, partiendo por respetuosas tratativas diplomáticas hasta llegar a la destrucción por misiles de crucero e hipersónicos del arsenal nuclear a disposición de Kim Jong Un.

Dado que estos buenos oficios se desplegarían en beneficio de los EE.UU., China y Rusia pedirían algo a cambio. Entrando en el terreno de la geopolítica ficción, China podría exigir la neutralización y entrega de Taiwán en bandeja de plata a Xi Jinping.

Rusia demandaría la neutralización de Ucrania, convirtiéndola en un Estado buffer, sumado a la reversión de todas las sanciones aplicadas por la OTAN al régimen de Putin e incorporando a la Federación Rusa los territorios ucranianos de mayoría ruso parlante. Exigencias comerciales y financieras, y tal vez otras de conveniencia del Sur Global, podrían ser puestas sobre la mesa por China y Rusia y presionadas por BRICS y otros.

Si este proceso concitara un delicado consenso (y no hay certeza de ello), al final de todas las movidas conducentes a un mundo multipolar más estable, la costa oeste de los EE.UU. seguiría vaporizada. No cabe duda de que la pequeña Norcorea es un diablillo de temer, pero no llegó a serlo motu proprio; hubo responsables. “El destino manifiesto del Dr. Frankenstein” sería un buen título para una novela casi totalmente carente de ficción.

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Luis Cifuentes Seves es Profesor Titular (jubilado) de la Universidad de Chile. Sus libros más recientes son “Dilo, antes que sea demasiado tarde” (2020) y “Mi catedral todavía está ahí” (2023, ambos por Cuarto Propio); es coautor de “Rescate de la luz” (2022, Georgian Bay Books, editado por Tomás Ireland).

Santiago de Chile, 26 de mayo 2024
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