Isla de Chiloé en sur de Chile potencia el turismo rural liderado por mujeres de tradiciones ancestrales

La isla Grande de Chiloé, la mayor y más populosa del archipiélago homónimo situado en el sur de Chile, impulsa un modelo de turismo rural que promete a los viajeros “experiencias auténticas”, en manos de mujeres locales abiertas a compartir sus tradiciones ancestrales mejor guardadas.

Doris Millán, de 61 años, camina por la playa recolectando los mariscos que han quedado regados al bajar la marea en las orillas de Rilán, península de unos 400 habitantes, en el centro de la isla, situada a unos 1.200 kilómetros al sur de la capital chilena, Santiago.

Millán, traducido como “resplandeciente” en lengua de la etnia mapuche (mapudungún), se convirtió hace casi tres décadas en la primera guía turística mujer de la zona, donde ahora se dedica a mostrar a los visitantes “la cultura ancestral, que es la base de la cultura de Chiloé”, según explicó.

“Yo trato de llegar a todos los lugares del agroturismo rural de Chiloé, porque ahí vamos a encontrar el auténtico Chiloé (…) necesitamos difundir la cultura a través de la gente, eso es fundamental”, agregó.

Dijo que en la isla Grande de Chiloé, poblada por unas 170.000 personas, nadie sufre la pobreza ni pasa hambre, ya que “la tierra y el mar ofrecen diferentes productos para la sobrevivencia” y la autosuficiencia.

Unas 40 islas componen el archipiélago, un territorio verde y lluvioso considerado el reducto más austral de la colonización española en Sudamérica, pero que está poblado desde hace más de 5.000 años.

Los evangelizadores que llegaron a estas tierras insulares indígenas en el siglo XVII las llamaron “el fin de la cristiandad”.

La cultura chilota es hoy en día una fusión de creencias y cuenta con iglesias o templos patrimoniales de elogiada arquitectura en madera, erigidos por carpinteros locales a semejanza de los europeos.

Estos templos son el epicentro de festividades locales en que congenian la religión católica y la cosmovisión de pueblos originarios sureños.

En este territorio insular abundan también leyendas populares sobre brujos y criaturas míticas del océano o los bosques, muestra de un sincretismo cultural que ha sobrevivido a la modernidad, a causa del aislamiento en el que viven los habitantes de las 10 comunas que integran el archipiélago.

El viaje de la parte continental a la isla Grande de Chiloé toma una hora en ferry, el cual desembarca en la punta norte del territorio, con unos 9.000 kilómetros cuadrados de extensión y 180 kilómetros de longitud hasta su extremo sur.

Desde la agencia de viajes Conecta Chiloé explicaron que la nueva forma de hacer turismo busca vincular a los visitantes con las comunidades rurales y sus costumbres para construir así un “relato de vida”.

La idea es fomentar lo que llaman turismo “cultural” y “rural”, además de brindar oportunidades de desarrollo a familias y pequeñas empresas locales.

Lo anterior consiste, en parte, en armar grupos pequeños de turistas a quienes ofrecen “vivencias únicas y auténticas”, respetuosas con los ecosistemas, la biodiversidad de las islas y la calidad de vida de sus habitantes.

Chiloé, reconocida por sus casas de tejas construidas sobre estacas sumergidas en el agua (palafitos) y sus “mingas” en colectivo, intenta de esta manera “empujar el carro” del turismo sustentable en todo el país.

Una de las mujeres que aprovecha el turismo rural es Maribel Méndez, quien tiene 34 años de edad y con esfuerzo construyó un modesto centro de eventos en la cima de un monte con vista al mar.

El centro cuenta con un comedor y un pequeño escenario donde espera recibir a grupos reducidos de turistas para cocinar juntos el típico “curanto en hoyo”, receta heredada que antiguamente se usaba para secar y conservar alimentos, pero que se ha convertido en una preparación tradicional.

Luego de la recolección de mariscos en la playa de Rilán, guiada por Doris, Maribel espera a las visitas acompañada de su familia y vecinos.

Toca verter papas, carnes, embutidos y la cosecha de mariscos a un pozo cavado en la tierra, colmado de piedras calentadas a las brasas.

Los insignes “milcao” y “chapalele”, una especie de pan de textura viscosa hecho de harina y papas nativas, únicas en el mundo, son amasados por los invitados e incorporados al cocimiento humeante, cubierto finalmente con enormes hojas de la prehistórica planta de nalca.

“Yo quiero que esto tenga un ambiente familiar. No pienso en vender una porción de comida, al contrario, sino compartir, mostrar la unión, la amistad que significa el ‘curanto’ para nosotros”, afirmó con calidez Maribel, quien aconsejada por un tío se decidió a emprender con su esposo e hija.

El icónico “curanto”, cuyo nombre proviene del mapudungún “cura” (piedra) y “antu” (sol), tarda una hora en cocinarse.

La espera se ameniza con una bebida de manzana fermentada, la “chicha”, entre música folclórica, mitos urbanos e historias de navegantes y madereros de ribera, oficio de larga tradición en las islas.

A decir de la subsecretaria de Turismo de Chile, Verónica Pardo, el turismo es a su vez el sector “donde más empleo y empleabilidad tienen las mujeres”.

Pardo comentó que las mujeres empiezan a atreverse a mostrar las historias que antes no se contaban como las recetas familiares o los secretos de familia, que antes no se les daba valor.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoció a Chiloé como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (Sitios SIPAM), por sus prácticas agrícolas rurales y la combinación de biodiversidad, ecosistemas resilientes, tradición e innovación.

Hasta el momento, 26 países albergan territorios con este sello, que destaca lugares y formas de vida fundamentales para el futuro de la humanidad, dado que permiten enfrentar desafíos globales como la crisis climática y las amenazas a la seguridad alimentaria.

Santiago de Chile, 15 de marzo 2024
Crónica Digital/Xinxua

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