Por Nicola Tota
Mil novecientos noventa y siete.
Se entregó el primer condominio – Ghetto vertical- de mayor densidad en Chile.
Se ubicó en el territorio de nuestra JJVV Parque Almagro. Detrás de la actual Universidad Central.
Una multitud alegre lo pobló. La que fue desapareciendo al comprobar las terminaciones.
Además, curiosamente, siendo DFL2 no fue inscrito como tal y empezamos a pagar contribuciones.
La municipalidad moría en indescriptible gozo.
La alegría dejó de ser alegre.
El entorno:
Casas que habían resistido con un increíble valor el pasar de los años, seguían en pie.
Lo que debió ser la segunda y tercera etapa del condominio murió en el intento.
El sitio fue vendido. Del comprador no se supo el nombre.
Las malas lenguas dijeron – la cooperativa financia la campaña política del alcalde –
La buenas declaraban – es por el progreso; hay que contribuir –
Permaneció vacío por breve tiempo.
La universidad Central, aprovechando el auge de la educación pagada, adquirió y demolió un viejo teatro y algunas casas que se resistían a desaparecer.
Sus cimientos no pudieron contra el poder del oro y colapsaron.
Comenzaron los ruidos propios de esa actividad, demoler y construir.
La mirada benévola hacia la cultura, fue cambiando orientación.
Algunos maldecían haber nacido.
Otros con neta orientación patriótica – que le vamos a hacer-
Terminada la primera etapa le siguió la segunda, con idénticas características.
La educación con vista al norte cubrió la manzana entre San Diego y Nataniel.
¡Y vendrán cosas peores! dijo un visionario vecino. Así fue.
Tottus compró los cinco mil metros cuadrados destinados a la cuarta etapa del ghetto.
Se inicia la siguiente sucesión de maldiciones y ruidos.
Gran inauguración.
Nuestra gente volvió a alegrarse.
Viendo los precios se comenzó a disipar el entusiasmo por tanto progreso.
Unas señoras decían- Dios es grande y piadoso nos ayudará-
No fue posible saber si la hubo.
Otros siguieron en la feria y en el almacén.
Ante tanto progreso los pájaros buscaron nuevos horizontes.
Y nosotros sin poder volar, anclados al dividendo mensual, resistimos.
Algunos para disipar la pena siguen cantando aún “resistiré”.
Siguieron demoliendo y construyendo.
Los pulmones se llenaban de polvo.
La consigna era resistir hasta el último suspiro o respiro.
No había donde escoger.
Los árboles del parque crecían lentos.
El oxígeno era cada vez más escaso.
Treinta años después los pulmones perdieron la preciada virginidad.
¡Y vendrán cosas peores! seguía anunciando el profeta.
Muchos vendieron, otros huyeron: llegó gente nueva.
Las caras cambiaron.
Algunos propusieron obviar la ley de condominios.
El aplauso fue cerrado; el condominio se regirá por su propia ley.
Ni la Dirección de obras, ni el juzgado de policía local tendrían cabida.
Se izó la bandera de la corrupción. Subieron los gastos comunes.
Caras largas.
Protestas susurradas en los pasillos.
Gritos desde los balcones.
¡Vendrán tiempos peores! la predicción se cumplía. Así fue.
Lo que quiso ser la alegre casa propia en pocos años se convirtió en un condemonio.
Los demonios se apropiaron de los espacios comunes.
Parte del dinero destinado a mejorar el entorno se esfumó sin dejar rastros.
El entorno se pobló de torres y más torres.
Las casas viejas temblaban ante cada aparición.
Todos desconfiaban de todos.
¡¡Tú fuiste!!; No!; Él fue.
¡Tu abuela! ¡¡La tuya!!
Y así fuimos construyendo barrio.
Ahora tu vecino es tu enemigo; todos tienen uno o más de uno.
Nadie saluda.
Hasta que llegaron los venezolanos saludando a todos.
El ascensor, que se convirtió en sala de lectura, ahora era sector de charla.
Lo más común fue -hace frío hoy-
Todos siguen apurados.
Corriendo para alcanzar el metro.
Corren para llegar a la caja del super.
No sea que la cajera se levante y se vaya
Hay que llegar al semáforo si o si, a bocinazos o como sea.
Voy atrasado.
En la calle ya no hay tranquilidad.
Cuidado con la mochila.
Ahí va la tuya.
Corre.
Ahora vienen de todas partes a poblar la ciudad. De Arica a Punta Arenas.
Hay consenso, Santiago es Chile, el epicentro de Chile se llenó de departamentos.
Hay que poblar Santiago, fue la consigna municipal.
Se atropellaron para atropellar la ley.
Construyeron a su pleno gusto.
El resultado fue evidente.
Jaulas de cemento.
Cada vez más chicas.
Algunas tan pequeñas que para ponerse el abrigo es necesario abrir la ventana.
Lo que alguna vez fue barrio ahora es gallinero.
De haber habido organización vecinal, pues, qué duda cabe, otro gallo cantaría.