Fue el primer y más significativo contacto que establecimos con el mundo cristiano evangélico y protestante. Para los que llegamos a tomar posición en la lucha contra la dictadura cívico–militar, desde una inspiración cristiana de izquierda, la pastora Juana Albornoz Guevara era referente fundamental. Mientras un sector de ese mundo eclesiástico se postraba frente al tirano, ella era incasable defensora de los derechos humanos y protectora de los perseguidos. Ahora ha partido de este mundo y es indispensable recordarlo para rendirle un homenaje merecido, sobre todo frente a tantas renuncias del que prefirió olvidar y también frente a la ignorancia del malvado.
La pastora Juanita, como la conocíamos, era una de las impulsoras clave de la Confraternidad Cristiana de Iglesias (CCI), que tomó una categórica postura profética de denuncia de todas las violaciones a los derechos humanos en tiempos del autoritarismo. Se le recuerda por haber promovido la “Carta Abierta” dirigida a Augusto Pinochet el 29 de agosto de 1986, firmada por un grupo de obispos y pastores, y el Consejo Directivo de la CCI. Sus palabras parecieran tener plena dramática vigencia hasta la actualidad.
Señalaban: “No necesitamos ser economistas ni manejar estadísticas para darnos cuenta del abismo que existe entre el triste país real, y lo que proyectan generalmente las cifras oficiales o la publicidad televisiva (…) A la luz de nuestra fe cristiana, esta situación es un escándalo, y se contrapone radicalmente a la voluntad de Dios (…) En nombre de este Dios, proclamamos que ningún Estado, y menos aún si pretende inspirarse en los principios cristianos de justicia, puede supeditar la satisfacción de derechos tan vitales, tales como la salud, la educación o la vivienda, al puro ‘libre juego’ de las leyes del mercado”.
“La situación antes descrita ha ido generando un creciente descontento popular. Es propio del ser humano reaccionar cuando sus necesidades básicas están insatisfechas. Sin embargo, constatamos en la actual situación del país, una inexistencia total de canales normales, permitidos y respetados, para expresar ese descontento y demandar soluciones. La gente no tiene a quién recurrir, dónde reclamar, dónde participar constructivamente para resolver sus problemas”, añadían. Frente a ello, manifestaban, emergieron las protestas y paralizaciones populares: “Aunque las leyes vigentes proscriban estas manifestaciones, como cristianos las reconocemos como éticamente legítimas y justas”, precisaban.
“Con tristeza hemos constatado en repetidas oportunidades que vuestro gobierno en vez de procurar escuchar y reconocer las razones del descontento popular, ha concentrado todo su esfuerzo en la incomprensible tarea de inhibir, reprimir, desvirtuar y desconocer toda forma de manifestación popular. Para ello se ha recurrido a los mecanismos jurídicos que el propio gobierno ha creado y sobre todo al recurso de la fuerza, destinando un numeroso contingente armado para la represión directa e indiscriminada de las manifestaciones”, señalaban. Y sentenciaban: “Cuando un gobierno recurre al miedo y a la represión como fundamentos de su estabilidad, está contraviniendo la condición básica de todo buen gobierno”.
En este contexto, formulaban un llamado a abrir paso a un proceso de restablecimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos.
No fueron sus únicas acciones en esta perspectiva. Aparte de su labor en la CCI, que llegaría a presidir, fue uno de las impulsoras de la formación de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), para realizar una amplia labor en defensa de los derechos humanos y que continuaría más allá del fin de la dictadura. También contribuyó al Servicio Evangélico para el Desarrollo (SEPADE), para emprender labores en educación, fomento productivo y desarrollo social, contribuyendo decisivamente a la rearticulación del tejido comunitario en los territorios populares. Con profundo vocación ecuménica, colaboró con la Iglesia Católica en multiplicidad de acciones para promover la cultura de los derechos humanos, como las Jornadas por la Vida. También llevó su voz de denuncia profética de los atropellos al Consejo Latinoamericano de Iglesias.
Era nieta de pastores aymarás y presbiterianos e hija de pastores pentecostales. Así, por sus orígenes indígenas, no era extraño que se emocionara visiblemente cuando se abordaban los atropellos contra los pueblos originarios y recordara su propia historia de discriminación. Fue en la comuna de San Miguel que llegó, muy joven, a la convicción de la compatibilidad entre el Evangelio y concepciones socialistas y de izquierda. Fue también en ese sector que instaló la Iglesia Misión Pentecostal Apostólica, que presidía en el momento de su fallecimiento. Esa responsabilidad era, por cierto, consistente con su aproximación progresista al cristianismo: concebía que la equidad de género también debía prevalecer en el campo eclesiástico y que el ministerio pastoral femenino se ajustaba a la Palabra de Dios.
Con el fin de la dictadura no abandonó el camino. Fue una de las impulsoras de la Asamblea de Coordinación Ecuménica que colaboró con la Asamblea Nacional de Derechos Humanos. Por ejemplo, se hizo cargo de la organización de los cultos ecuménicos con los que durante años se iniciaban las marchas conmemorativas del golpe de Estado.
En los 90 fue una de las fundadoras del Comité de Organizaciones Evangélicas (COE) que tuvo un papel determinante en la promulgación de la Ley de Cultos y luego participó en la Mesa Ampliada Evangélica, que mantuvo una postura alternativa a la politización conservadora que impactó a un sector de las Iglesias Protestantes y Evangélicas. Durante el primer Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet fue Capellana Evangélica del Palacio de La Moneda, siendo la primera mujer en ejercer esa responsabilidad.
En plena revuelta social, participó en una iniciativa ecuménica e interreligiosa llamando a la justicia social y el respeto de los derechos humanos. Se realizó en los jardines de la Iglesia de San Francisco, en la Alameda, donde se habían movilizado miles de personas. Señaló que el espacio de encuentro en la oración era “oportuno por lo que estamos viviendo como país, porque además se hace en este lugar que es como el santuario donde la base principal es la justicia y el reconocernos como hermanos en la creación de Dios”. El encuentro culminó con el replique de las campanas de la iglesia, en homenaje a todos quienes habían perdido la vida en esos días y por quienes sufren.
Aunque ya se encontraba muy enferma, una de sus últimas actividades públicas fue expresar su respaldo al movimiento ciudadano de jóvenes laicos “Apruebo Evangélico” que se levantó en la campaña por el Apruebo y la Convención Constitucional en el plebiscito constitucional del 25 de octubre del año pasado, y que logró derrotar los intentos conservadores de manipular una vez más la religiosidad popular. Su vocera, la joven laica, Alejandra Acevedo, ahora postula a constituyente por el Distrito 9 de la Región Metropolitana. “Ha fallecido la pastora evangélica Juanita Albornoz, mujer clave en el Chile que retornaba a la democracia. Fue luchadora y defensora de los derechos humanos (…) Sentimos tristemente su partida”, manifestó en sus redes sociales.
Hace poco más de un año, en la presentación de la “Plataforma Nuevo Pacto” para impulsar la campaña del Apruebo en el mundo evangélico, realizada en el “Patio de los Disidentes” del Cementerio General, la pastora Juanita Albornoz hizo uso de la palabra. “Es una alegría muy grande, por la que tengo que dar gracias al Señor, ver toda la juventud que está aquí, que ha podido tener mayor conocimiento y real conocimiento de las Sagradas Escrituras”, señaló.
Manifestó: “Yo veo con alegría este despertar de la sociedad chilena y ustedes, los jóvenes, nos dan a nosotros una gran esperanza: ¡que van a despertar a la Iglesia Evangélica! Ustedes tienen ahora esa gran misión. Nosotros hicimos una parte, muy pequeña quizás: luchamos por la libertad, por la justicia social, por un mundo mejor. Ahora, realmente, la tarea les corresponde a ustedes”, de “luchar por una sociedad más digna, en la educación, la salud, la vivienda”, y que, para tales efectos, “en esta nueva Constitución en la que estamos empeñados” los evangélicos sean “la voz más fuerte de aquel Señor que fue a Galilea y dijo a los humildes: vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo”.
“Quizás mis fuerzas no me alcancen (para verlo), pero para mí es una alegría y una emoción alegre” ver a la juventud que ha despertado, concluyó.
Recordando su lucha por los derechos humanos, el Senado ha manifestado su pesar con un minuto de silencio, a solicitud del senador Carlos Montes, que mencionó su legado político y humano.
La Iglesia Evangélica Luterana en Chile (IELCH) es heredera del legado del Obispo Helmut Frenz que fue expulsado del país por la tiranía y fue una de las entidades que la acompañó siempre en la Confraternidad Cristiana de Iglesias, incluyendo la mencionada Carta Abierta a Pinochet. En un comunicado expresó su pesar, señalando que “nuestra querida Pastora ha dejado un legado imborrable en nuestra memoria, y en la memoria de todo un país, que vio en su trabajo y compromiso una luz de esperanza en tiempo difíciles y llenos de desafíos, siendo una destacada lideresa en el mundo social y religioso en tiempos de la dictadura cívico–militar, así como en el proceso de la recuperación de la democracia, haciendo visible la voz profética de la Iglesia en la defensa de los derechos humanos”.
“Honramos y agradecemos a Dios por la oportunidad de haber caminado juntos y juntas en este camino con la Pastora Juanita”, concluyeron.
En forma excepcional, un comentario personal: el 2002 nos acompañó durante el velorio y el funeral de nuestra madre, y su palabra profética y de esperanza se hizo sentir con fuerza en el Cementerio Parroquial de Maipú. “Hemos caminado juntos en tantas oportunidades, que no podía dejar de acompañarte en este tránsito”, me dijo.
En estos duros tiempos en que la muerte se pasea a sus anchas por nuestros barrios y poblaciones, no tenemos dudas que Juanita Albornoz la ha vencido y ha ingresado a la inmortalidad en la memoria histórica del pueblo de Chile.
Por Víctor Osorio. El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.
Santiago, 30 de abril 2021.
Crónica Digital.