Por Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y dramaturgo
En un país donde aún resuenan los ecos de una historia fragmentada por el escamoteo y el silencio, el arte teatral emerge como un acto de resistencia y de reconstrucción de la memoria. El Teatro Universitario Expresión de la UNAP, en Tarapacá, ha dedicado décadas a llevar al escenario voces silenciadas, episodios negados y verdades encubiertas. Lo hace no solo desde el compromiso artístico, sino también desde una responsabilidad ética, pedagógica y social que transforma al teatro en una herramienta para no olvidar.
Un arte para recordar: ética y política en la escena
Dirigir una obra de teatro basada en la memoria histórica no es una tarea común. Requiere algo más que talento escénico o dominio técnico: implica sensibilidad, rigurosidad y conciencia política. Como lo advierte la socióloga Elizabeth Jelin, «trabajar con la memoria es un proceso político y cultural que involucra disputas por el sentido del pasado y su lugar en el presente». En ese marco, el teatro no se limita a representar los hechos: los resignifica, los emociona, los hace dialogar con el presente.
Este enfoque ha inspirado obras como “Coruña, la ira de los vientos” y “Las voces de los callados”, que reconstruyen desde lo íntimo la memoria de los trabajadores y las luchas obreras del norte de Chile. Ambas buscan reimaginar el pasado desde los márgenes, dando voz a los cuerpos que resistieron y a las ausencias que aún duelen.
Memoria, escena y educación: una metodología viva
El proyecto escénico se basa en una investigación documental y una práctica encarnada, donde el elenco revive emocionalmente las memorias históricas. El proceso se organiza en cuatro etapas: Percibir (captar sensorialmente el entorno emocional), Sentir (desarrollar empatía), Hacer (escenificar integrando cuerpo, voz y emoción) y Reflexionar (analizar y resignificar la experiencia). Este lineamiento, sustentado en la “cognición encarnada”, promueve un aprendizaje profundo y crítico, donde el teatro interpreta el pasado desde la verdad emocional, reconstruyendo la memoria, como señala Paul Ricoeur.
La responsabilidad del director: ética, estética y memoria
La dirección teatral desde la memoria histórica requiere un compromiso ético con la verdad y la dignidad de los hechos representados. El director actúa como mediador entre la historia y la experiencia escénica, guiado por cuatro claves esenciales: investigación rigurosa con fuentes y testimonios, definición clara de una narrativa con propósito, conexión emocional profunda del elenco con los personajes y una propuesta estética integral. En “Las voces de los callados”, esta práctica se concretó trabajando desde la memoria corporal, los gestos, la voz, el canto y la danza como lenguajes simbólicos de lo silenciado y lo que aún resuena.
El ensayo como laboratorio de memoria
Durante las prácticas de las obras mencionadas, se trabajó con escenas en forma fragmentaria y no lineal, lo que permitió al elenco comprender la historia desde una visión integral del conflicto.
La construcción de los personajes se basó en una pregunta central: ¿Qué puede sorprender del personaje al público?, lo que evitó estereotipos y promovió una expresión auténtica. El proceso incluyó ejercicios físicos, vocales, canto, danza y composición de cuadros escénicos, buscando una expresividad profunda y respetuosa con la memoria histórica.
El teatro como justicia simbólica
En Chile, pese a ciertos avances legales, aún falta una normativa integral que resguarde la memoria histórica reciente. Ante esta carencia, el teatro cumple un rol clave como forma de reparación simbólica, dando voz a los ausentes y fomentando una reflexión crítica sobre la represión, el exilio y las narrativas oficiales.
Como sostiene Giorgio Agamben, “dar testimonio es una forma de atravesar lo indecible”. En ese sentido, el teatro se convierte en un archivo vivo, en una forma de decir lo que la historia oficial ha callado, y de hacerlo con dignidad.
Educar desde la escena: el espectador como sujeto cognoscente
Uno de los desafíos del teatro de la memoria es formar un público activo, capaz de interrogar la escena, de vincularse emocional y racionalmente con lo representado. La meta no es solo conmover, sino transformar. Como decía Meyerhold, el teatro no actúa solo sobre el cerebro, sino también sobre el mundo emocional del espectador.
Este enfoque implica repensar el rol del espectador, ya no como receptor pasivo, sino como co-creador de sentido. En palabras del teórico Patrice Pavis, el teatro puede educar no desde la moral, sino desde el discernimiento crítico de la realidad escenificada.
Dirigir teatro desde la memoria histórica es apostar por el arte como herramienta de transformación y sanación colectiva. Con compromiso ético y creativo, el teatro se convierte en un acto de justicia simbólica que repara, conmueve y resiste al olvido en la búsqueda de verdad y memoria.
Veáse: Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Siglo XXI Editores
Veáse: Ricoeur, P. (2000). La memoria, la historia, el olvido. Ediciones Trotta.
Veáse: Agamben, G. (1999). Remnants of Auschwitz: The Witness and the Archive. Zone Books
Por Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y dramaturgo
Santiago de Chile, 22 de mayo 2025
Crónica Digital/PL