
Por Vladimir G. Belinsky
En el contexto de la fragmentación de la economía mundial, el diálogo dentro del G20 sobre las cuestiones globales es más necesario que nunca. Es importante destacar las exhaustivas preparativas adelantadas por Sudáfrica para celebrar el reciente foro ministerial del G20 y las prioridades escogidas. Particularmente atractivo es el énfasis en encontrar un denominador común con tal de cohesionar las medidas relativas al crecimiento y al desarrollo sostenible.
Todavía estamos en camino hacia las metas deseadas, y el contexto de una creciente confrontación geopolítica sigue siendo desfavorable. En particular, estamos desesperadamente lejos de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas para 2030. Sólo el 17% de los indicadores de los ODS están al alcance. Se necesitan con urgencia más esfuerzos en muchos ámbitos, incluidos el alivio de la pobreza, la seguridad alimentaria y el acceso a la energía.
La experiencia histórica pone de manifiesto que es imposible hacer frente en solitario a los desafíos y amenazas comunes. Es por ello que en 2008 se creó el
G20. En aquel entonces fue necesario “aplacar el fuego” de la crisis financiera mundial. Los mercados se estabilizaron por algún tiempo. Sin embargo, hoy estamos presenciando toda una cascada de crisis entrelazadas. Detrás de ellas están los conflictos armados desatados y alentados por Occidente, las guerras comerciales, tecnológicas e híbridas, la fractura del sistema de comercio internacional y la transformación del dólar en un instrumento de manipulación y en un arma.
El debilitamiento de un sólo eslabón de la cadena mundial somete a toda la humanidad a duras pruebas. Un notorio ejemplo de ello son las sanciones antirrusas de Occidente que han asestado un duro golpe al potencial competitivo de los propios autores de estas restricciones ilegítimas, principalmente la UE. Todo esto, sumado a los errores de cálculo económicos de Occidente, ha reducido la tasa de crecimiento a escala planetaria, ha provocado inflación, fallas del mercado y ha socavado las oportunidades de desarrollo del Sur Global.
Al mismo tiempo, los círculos neoliberales de Occidente ven los procesos de la reconfiguración del mundo más bien como un desafío y no una oportunidad. Están haciendo una apuesta absurda por la confrontación, pretendiendo infligir una “derrota estratégica” a sus competidores geopolíticos. Se están aplicando prácticas neocoloniales extrayendo a bajo precio recursos naturales de los países en desarrollo, gravando sus productos con impuestos pseudoecológicos, intentando socavar la cooperación de África, Asia y América Latina con China y Rusia, y frenando la industrialización del Sur Global. Son bien conocidas las peculiaridades del funcionamiento del sistema financiero mundial. El año pasado, en la cumbre del G20 celebrada en Río de Janeiro, se anunció que el gasto militar mundial ascendía a 2,4 mil millones de dólares. La “asistencia” a Ucrania, asignada a costa del robo de activos soberanos y de la reducción de la ayuda internacional al desarrollo, ha alcanzado proporciones descomunales.
No obstante, el mundo contemporáneo está experimentando una transformación profunda. Quinientos años del dominio occidental han llegado a su fin. Hay que aceptar esta realidad objetiva. Desde el año pasado, la Unión Africana es miembro de pleno derecho del G20; la Liga de los Estados Árabes y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) están interesadas en obtener el mismo estatus. Rusia apoya sus ambiciones con mucha satisfacción.

Es obvio para Rusia y los países BRICS que la multipolaridad ha llegado para quedarse. Lo avalan las estadísticas: en 2022 los BRICS superaron con confianza al G7 en términos del volumen del PIB. Hoy en día, la proporción de su participación en la economía mundial es del 37% frente al 29% del G7. Los países en desarrollo están creciendo dos veces más rápido que los países occidentales (más del 4% en comparación con menos del 2%) y se están convirtiendo en generadores de ideas progresivas e innovadoras, incluso en el campo de la inteligencia artificial. Como señalaron los líderes de los BRICS en 2024, el Sur Global debe obtener una influencia en las actividades de las instituciones multilaterales, en particular el FMI y el Banco Mundial, acorde con su peso, y garantizar que sus necesidades se tengan en cuenta en la OMC. Es importante que los países en desarrollo puedan gestionar sus recursos naturales de forma independiente, recibir un precio justo por ellos y tener acceso igualitario y directo a los mercados globales, las cadenas de suministro, las tecnologías y las inversiones.
En estas circunstancias el Grupo de los Veinte sigue siendo una relevante plataforma para coordinar los intereses de Estados con diferentes estrategias y niveles de desarrollo, adelantar un diálogo igualitario entre las principales potencias económicas. Es simbólico que la primera presidencia africana del G20 coincida con un aniversario muy significativo para el continente: hace 65 años, por iniciativa de la URSS, la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales. Entre las tareas para este año – dar otro paso hacia la superación de los atavismos del neocolonialismo, incluida la reforma de sistema mundial financiero, y ampliar de la representación de Asia, África y América Latina – y sólo de estas regiones – en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Vladimir G. Belinsky, es embajador de Rusia en Chile.
Santiago de Chile, 14 de marzo 2025
Crónica Digital