Cuando la cultura es solo un discurso oficia

Por Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y escritor

Cada cierto tiempo, las autoridades políticas retoman su discurso sobre la importancia del arte y la cultura. Con solemnidad, destacan el valor del patrimonio, la identidad y la creatividad como motores del desarrollo. Afirman con convicción que “la cultura es un derecho, no un privilegio”, y sus palabras resuenan en foros, actos oficiales y publicaciones institucionales, siempre acompañadas de discursos elocuentes y aplausos protocolarios. Sin embargo, cuando se apagan los micrófonos y concluyen las ceremonias de gala, la realidad se impone con fuerza. La inestabilidad sigue siendo una constante para quienes dedican su vida, profesión y sustento al arte.

Si bien se diseñan planes estratégicos, informes de gestión y estadísticas de impacto, muchas veces estos procesos carecen de la sensibilidad de quienes han experimentado de primera mano lo que significa vivir de una función, la venta de un libro o una exposición. Mientras los ministerios y secretarías de cultura impulsan talleres y festivales para justificar sus presupuestos, muchos artistas, gestores y trabajadores culturales enfrentan condiciones laborales frágiles, con contratos temporales, remuneraciones insuficientes y, en algunos casos, sin acceso a seguridad social ni estabilidad.

En teoría, los fondos concursables deberían ser una herramienta clave para el financiamiento de la creación artística. Sin embargo, en la práctica, pueden volverse un desafío complejo, donde los artistas deben competir por recursos limitados y adaptar sus proyectos a criterios que, muchas veces, priorizan la rentabilidad sobre el impacto cultural y social. Este es un tema que afecta de manera transversal a toda la comunidad artística, la cual lo ha planteado en múltiples ocasiones en distintos espacios democráticos.

Además, sigue presente la idea de que la “visibilidad” o la “trayectoria” pueden sustituir una remuneración justa, cuando en realidad el trabajo cultural, como cualquier otro, merece ser reconocido y valorado de manera concreta.

En nuestra experiencia teatral, nos hemos propuesto llevar a escena Coruña, la ira de los vientos, una obra emblemática de nuestra historia local y un sentido homenaje a los trabajadores caídos en la Masacre de la Oficina Coruña (1925). A pesar de contar con recursos limitados proporcionados por nuestra Casa de Estudios, seguimos avanzando con entusiasmo en este proyecto, gracias al apoyo de la universidad y gestionando el respaldo de las autoridades locales y regionales para concretarlo con éxito en el marco de la Conmemoración del Centenario de este hecho histórico.

Sin embargo, este camino no ha estado exento de desafíos. Aunque algunos políticos manifiestan su compromiso con la memoria tarapaqueña, en la práctica seguimos enfrentando dificultades similares a las de nuestros antepasados: sin apoyo suficiente, avanzando con esfuerzo propio y guiados solo por nuestras convicciones y pasiones.

Este contexto se refleja claramente en el trato que recibe el arte: mientras los altos funcionarios destacan públicamente su valor, los recursos destinados al sector siguen siendo insuficientes. El acceso a la cultura se ve cada vez más restringido, y los espacios para la creación artística carecen del respaldo necesario. En el fondo, parece que el arte sigue siendo percibido más como un adorno que como un pilar fundamental para nuestra identidad y desarrollo.

Esta es una narrativa recurrente que, lamentablemente, ningún gobierno ha logrado cambiar. Y cuando alguien intenta hacerlo, a menudo encuentra una fuerte oposición. Un claro ejemplo de esto fue en 2024, cuando entidades como la Unión Nacional de Artistas (UNA), la Red de Sitios de Memoria, el sindicato de actores Sidarte y la Asociación Chilena de Barrios y Zonas Patrimoniales, entre otros, alertaron sobre la crisis presupuestaria que enfrentamos. Esta situación llevó a una carta pública firmada por varios Premios Nacionales y directores de los principales museos del país.

A pesar de los discursos oficiales sobre el impulso a la cultura, tanto el gobierno como el Congreso acordaron recortes presupuestarios que afectaron a este sector. El caso más destacado fue la reducción de 7 mil millones de pesos al Ministerio Público para 2025, pero la cultura también sufrió las consecuencias. En este contexto, sería importante que algunos parlamentarios comprendieran que la cultura no es un gasto, sino una inversión en el desarrollo integral de la sociedad.

Lamentablemente, en tiempos de crisis, la cultura suele ser la primera en sufrir recortes, quizás porque aún se la percibe más como un bien secundario que como un pilar esencial de la sociedad. Sin embargo, es momento de replantear esta visión y reconocer que la cultura no es solo un dato en un informe ni un eslogan de campaña.

La cultura es trabajo, es identidad, es una expresión viva de nuestra historia y nuestra resistencia. Si las autoridades políticas realmente creen en su discurso, sería valioso que lo respalden con acciones concretas: presupuestos adecuados, políticas de fomento efectivas y un trato digno para quienes trabajan en el ámbito cultural. Reconocer que el arte es esencial para el desarrollo de una sociedad es fundamental para su verdadero impulso.

De lo contrario, sería preferible que evitaran promesas vacías y nos permitieran seguir adelante con nuestro esfuerzo, como tantas veces lo hemos hecho.

Por Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y escritor

Santiago de Chile, 8 de marzo 2025
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