Con la misma política hacia Latinoamérica y el Caribe

Cualquiera que sea el resultado de las elecciones en Estados Unidos, Washington mantendrá la continuidad de su política frente a América Latina y el Caribe, aseguró en entrevista exclusiva el académico colombiano Jairo Estrada.

Por: Odalys Troya Flores
Redacción Américas

“Hace rato comprendimos que un cambio de gobierno por sí solo no conlleva un cambio en la relación de poder, aunque claro, un nuevo gobierno puede introducir nuevas agendas, énfasis y matices que por ahora no se advierten frente a América Latina y el Caribe”, enfatizó el profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional.

La campaña para la elección presidencial en Estados Unidos enfrentó a Kamala Harris, candidata del Partido Demócrata, y Donald Trump, aspirante por el Partido Republicano. Este último se alzó con el triunfo y regresará a la Casa Blanca.

Para aproximar valoraciones preliminares sobre las implicaciones de los resultados de esa contienda para nuestra región es preciso tener en cuenta que, más allá de las visiones de los candidatos frente a problemáticas específicas, a los dos les es común el propósito de recuperar y fortalecer la posición hegemónica, señaló a Prensa Latina.

Dicha posición se ha visto debilitada particularmente durante las últimas décadas, por una parte, por efecto de las reconfiguraciones del orden mundial, las cuales han exhibido una tendencia fluctuante pero sostenida hacia una condición multipolar.

Por la otra, agregó, “producto de los cambios políticos en la región que, sin lograr definir una trayectoria definitiva por evidenciar una intensa y continua disputa al interior de los países, denotan en todo caso desmarques -así sea parciales- con relación al dominio hegemónico y homogenizado que se observaba tres décadas atrás en medio del imperio generalizado del neoliberalismo, con la digna y honrosa excepción de Cuba”.

El académico enfatizó que es indiscutible que el orden mundial en proceso de reconfiguración difiere sustancialmente de aquel de carácter unipolar que se impuso tras el derrumbe de la Unión Soviética y, en general, del llamado socialismo realmente existente.

“La hegemonía de los Estados Unidos, política, económica, tecnológica, militar y cultural continúa viviendo un proceso de sostenido declive, explicado en gran medida por la irrupción de nuevas potencias que vienen disputando esa posición a escala planetaria”, explicó.

Tal es el caso de China, o en versiones más bien “regionalizadas” como en los ejemplos de Rusia, India e Irán, agregó Estrada. Y añadió, igualmente, por las luchas de los pueblos y las clases trabajadoras contra la injusticia y la desigualdad.

“Esa circunstancia explica la continuidad de la agresividad que ha caracterizado al imperialismo de los Estados Unidos; lo fue en los tiempos de la “guerra fría” y lo es en el presente. El signo histórico ha sido el intervencionismo para preservar, recuperar o extender, según el caso, las aspiraciones hegemónicas, conjugando las más diversas modalidades”, recalcó.

Para el reconocido profesor, en lo que concierne a América Latina y el Caribe frente a los cambios políticos que iniciaron al finalizar el siglo XX con el triunfo de la Revolución bolivariana en Venezuela y los gobiernos definidos en su momento como nacional populares o progresistas, en la medida en que estos se caracterizaron por un espectro de posturas entre el antiimperialismo, la reivindicación de la soberanía nacional y el principio de la autodeterminación, la respuesta de los Estados Unidos no se hizo esperar.

“Se desató una estrategia (no concluida) de continua y sistemática desestabilización de gobiernos, en la que no se ha escatimado recurso alguno, desde modalidades de intervención directa o velada, pasando por el apoyo a operaciones mercenarias, incluyendo golpes cívico-militares y “golpes blandos”, promoviendo el fortalecimiento de las oposiciones de derecha y desarrollando formas de la “guerra económica” y de la “guerra cultural” y comunicacional”, remarcó.

Desde luego, con el concurso de las clases dominantes de la región y sus organizaciones gremiales y políticas, aclaró el también activista social.

En su opinión, tal estrategia, aunque no ha logrado liquidar las trayectorias progresistas e imponerse a plenitud en la región, sí ha desempeñado funciones de contención o de ablandamiento de los proyectos progresistas, sin alcanzar en todo caso la pretensión de sujeción plena a las políticas imperiales.

Hoy se continúa asistiendo a una intensa disputa por el destino de la región, explicó en la entrevista con Prensa Latina.

Con Cuba se ha ensañado de manera particular, llevando a los extremos el infame bloqueo, con la pretensión de generar un creciente descontento que se constituya caldo de cultivo para socavar los fundamentos de la formación socioeconómica y política de ese país, advirtió.

Además de las razones históricas, en este caso, dijo el profesor, se busca de manera incesante el logro de una “victoria cultural”, que sirva de “lección” contra todos aquellos que persistan en la resistencia digna y busquen la construcción de un nuevo orden social.

INTERVENCIONISMO

El intervencionismo que ha caracterizado la política de los Estados Unidos en la región, además de poseer las dimensiones propias de la pretensión de preservación del sistema de dominación y explotación que ha imperado, tiene el propósito -según lo expresado por la comandante del Comando sur, Laura Richardson- de acceder a recursos estratégicos.

Entre estos se encuentran los recursos energéticos (petróleo, principalmente) y minerales (“tierras raras” de importancia para el nuevo patrón tecnológico, entre otros, el litio y el coltán).

Asimismo, enfrentar el “eje del mal”, al que pertenecerían Cuba, Venezuela y Nicaragua, y garantizar una retaguardia política y cultural en la región, en defensa del capitalismo y el “orden democrático”.

En suma, se trata de lo que bien ha sido caracterizado como una estrategia de dominación “espectro completo”, la cual es una maniobra de Estado, agenciada por los dos partidos del establecimiento, el Demócrata y el Republicano.

También, acotó, por los llamados poderes fácticos, entre ellos, el llamado complejo militar-industrial que se encuentra hoy perfectamente articulado con los poderes corporativos, especialmente aquellos con creciente peso en las nuevas tecnologías.

Por esa razón, no se deben esperar cambios sustantivos como resultado de la elección presidencial (…) Las diferencias entre ellos, en términos de política exterior frente a la región, son más bien de acentos y matices.

Desde luego -acotó- no se puede desconocer que, en el caso de Donald Trump, se está frente a un personaje cuya ideología supremacista blanca, racista y misógena, con identidad indiscutible con el pensamiento de ultraderecha y de corte fascista, actualmente posee amplia difusión e influencia a escala planetaria y también en algunos países latinoamericanos y caribeños.

En este punto es preciso recordar los yerros en el análisis de sectores democráticos e incluso de izquierda en América Larina, cuando se hicieron grandes expectativas, primero con Barack Obama (2009-2017), y luego con Joe Biden (2021-enero 2025), alertó.

De Obama se esperó una relación “más amigable” con la región, que en sentido estricto no llegó más allá de algunas medidas de menor alcance, rememoró. Biden nunca produjo el “giro” esperado frente a las políticas impuestas por Trump, salvo en expresiones retóricas, detalló.

“Para América Latina es notorio que hubo una relación de continuidad. El ejemplo del trato a Cuba es suficientemente esclarecedor: además de mantenerla en la espúrea lista de “países patrocinadores del terrorismo”, prolongando el endurecimiento del bloqueo y la guerra económica durante el Gobierno de Trump, se dio continuidad a los reiterados y fallidos intentos de producir una “oposición” desde dentro”.

El caso de Venezuela es igualmente ilustrativo, dijo Estada, quien es director de la Revista Izquierda, una publicación mensual de contenido político que cuenta con la colaboración de importantes autores colombianos y del extranjero.

“Debe reconocerse la (tenue) moderación del discurso de Kamala Harris, en comparación con el anuncio de aventuras abiertamente intervencionistas de Donald Trump en la región. Sin restarle peso a las formas, la función que al final se desempeña termina siendo la misma”, dijo.

La política de intervención (sea abierta o velada) es una doctrina que se considera indispensable para preservar la posición hegemónica de principal potencia imperial, aseveró.

En ese sentido, cambios en la imperante política exterior de los Estados Unidos frente a América Latina y el Caribe, más que provenir por efecto del cambio de gobierno, pueden resultar más bien tanto de las tendencias que continúe exhibiendo la reconfiguración del orden mundial, como de la trayectoria política que se muestre en la región, marcada -como ya se dijo- por una intensa disputa política.

“En cualquier circunstancia, se trata de una relación dialéctica, atravesada por el conflicto y la contradicción”, afirmó.

Comentó que la experiencia de las últimas décadas ha mostrado que frente al propósito mayor de mantener a Latinoamérica bajo su esfera de influencia, los Estados Unidos por momentos han “aflojado” pragmáticamente, al tiempo que han endurecido sus posturas y continuado con su política de desestabilizar gobiernos que no son afines a sus pretensiones.

Este planteamiento no desconoce desde luego las mayores amenazas que se ciernen sobre la región con un eventual gobierno de Trump, si nos atenemos a la retórica electoral y también a la experiencia de su cuatrienio presidencial.

A lo cual se adiciona que, a diferencia del pasado más reciente, además de haber gobiernos de ultraderecha perfectamente alineados con los propósitos imperiales, los proyectos políticos inspirados en esa ideología han ganado mayor audiencia en la región, en medio y como producto de las persistentes expresiones capitalistas de la crisis, aseguró.

“La principal reserva de la dignidad, la soberanía y la autodeterminación continúa estando en Cuba, Venezuela, México, Bolivia, Brasil y Colombia, entre otros, con acentos desiguales y diferenciados, y dada la naturaleza y las limitaciones de sus gobiernos, representan un importante contrapeso”, enfatizó Estrada.

En su opinión, las mayores posibilidades y expectativas parecen encontrarse en las luchas de los pueblos que con reiteración se resisten a una vida bajo las fauces imperiales.

Por lo pronto, afirmó, debe reconocerse un debilitamiento de las acciones mancomunadas a través de instituciones nuestroamericanas, tal y como alcanzaron a observarse en la primera década de este siglo.

Ellas se han apreciado apenas en circunstancias muy específicas. No se advierten en el presente condiciones políticas para un consenso por la soberanía y la autodeterminación.

HARRIS Y TRUMP

Los matices de los candidatos que se disputaron la presidencia de Estados Unidos en su política frente a América Latina y el Caribe se observaron sobre todo en asuntos específicos, tales como las medidas y acciones para mitigar el cambio climático, enfrentar el crimen transnacional, incluido el negocio transnacional del narcotráfico, y tratar la creciente migración de población latina a ese país, entre otros.

En esos casos, vinculadas ellas con los discursos sobre la “seguridad hemisférica” y siempre atadas a los intereses estratégicos ya señalados, acotó.

En materia comercial pudo también identificarse diferencias, expresadas en el proteccionismo selectivo y focalizado de Trump y la defensa del “libre comercio” de Harris, lo cual está asociado con las visiones de los candidatos sobre el lugar de los Estados Unidos en la economía mundial y la necesidad de recuperar el liderazgo extraviado, subrayó.

La política frente a América Latina y el Caribe no se ha encontrado -al menos formalmente- dentro de las prioridades del debate presidencial, resaltó.

Consideró que en la medida en que se acerque la elección, asuntos relacionados con la región ganarán peso, dada la importancia del llamado voto latino en algunos “estados electores”, como es el caso especialmente de la Florida, albergue predilecto de la mafia cubanoamericana y de las derechas de la región.

“No desde la óptica de discutir acerca de las perspectivas de las relaciones entre los Estados Unidos y Latinoamérica y el Caribe. En su lugar, el precario nivel del debate político estadounidense mostrará sus mayores miserias al presentarle al elector el dilema entre el “socialismo castrochavista” de Kamala Harris y la defensa de “la libertad y la democracia” de Donald Trump”, advirtió.

Colaboraron en este trabajo:

Amelia Roque Editora Especiales Prensa Latina
Yolaidy Martínez Jefa de Redacción de América.
Laura Esquivel Editora Web Prensa Latina

La Habana, 16 de noviembre 2024
Crónica Digital/Prensa Latina

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