Desigualdad y Resistencia: La Lucha de las Mujeres Trabajadoras en la Política Chilena

Muchas veces hemos escuchado aquella frase de “cambiar el sistema desde dentro”. En mi caso, esta idea no ha sido una inspiración, sino un tremendo desafío, porque la política chilena, en términos prácticos, está construida de tal manera que las puertas de la incidencia, la representación y el poder parecen estar cerradas de forma casi hermética para quienes no tenemos los apellidos, las conexiones o los recursos. Y si eres mujer, todo se complica aún más.

Si nos referimos a la política desde la perspectiva del poder, el acceso a este espacio no solo se mide por la capacidad de convencer a un electorado, sino por algo mucho más profundo y estructural: las barreras económicas, culturales y sociales que, en la práctica, limitan las posibilidades de participación de las mujeres, en particular aquellas que pertenecemos a la clase trabajadora o a sectores vulnerables.

La brecha de acceso y la sobrecarga de trabajo

La participación política como una vía para transformar las estructuras de poder, para las mujeres, particularmente las que no cuentan con grandes recursos ni apoyos institucionales, muchas veces es un espacio de resistencia mas no necesariamente de incidencia. Nos enfrentamos a barreras insalvables: la carga de trabajo no remunerado en el hogar y las responsabilidades de cuidado que recaen desproporcionadamente sobre nosotras. Mientras un hombre puede dedicarse en forma exclusiva a su carrera política, muchas mujeres, especialmente aquellas que son madres o cuidadoras, tienen que compaginar el trabajo asalariado con las tareas domésticas. A esto se le suma la escasez de tiempo y dinero para hacer campaña a través de los medios de propaganda actuales. Nosotras no tenemos los recursos para pagar campañas millonarias ni para hacer que nuestros nombres resuenen como los de apellidos ilustres que dominan la política nacional.

La falta de recursos y la deslegitimación de la política

Si a esto le sumamos la deslegitimación de la política, la situación se torna aún más compleja. En muchos sectores de la sociedad se percibe a la política como un espacio de corrupción, nepotismo y deshonestidad. ¿Cómo podemos confiar en un sistema que parece diseñado para mantener el poder en manos de los mismos de siempre? Esa desconfianza nos separa aún más de la participación política, alimentando la creencia de que los espacios de poder están reservados solo para una élite, para aquellos que siempre han estado allí, no para las mujeres trabajadoras que conocen de primera mano los desafíos de la vida cotidiana. La falta de apoyo económico y la desconfianza en los políticos es una constante que obstaculiza el trabajo político de las mujeres como nosotras.

Las barreras de clase y género

Al analizar las barreras a las que nos enfrentamos las mujeres, también debemos considerar la interseccionalidad: las dificultades se multiplican cuando no solo somos mujeres, sino que también pertenecemos a una clase social trabajadora o empobrecida. La política no es solo una cuestión de género, sino también de clase. No es lo mismo ser una mujer de clase alta que ser una mujer de clase trabajadora que además es madre soltera, que además depende de la salud pública para atenderse o de los colegios públicos para educar a sus hijos. Las mujeres de clases populares no solo enfrentan la dificultad de no contar con los contactos ni con el dinero necesario, sino que también viven una exclusión estructural que las margina de los espacios de toma de decisiones, lo que hace que sus necesidades nunca lleguen a ser representadas adecuadamente en los organismos de poder. La agenda política de las élites está desconectada de las realidades cotidianas de millones de personas que, como yo, vivimos con incertidumbres permanentes sobre el futuro de nuestros hijos, el pago de la luz, o la incapacidad de cubrir los gastos básicos sin endeudarnos formal o informalmente.

Aunque las mujeres hemos avanzado en términos de participación política, aún existe una barrera de entrada extremadamente alta debido al desigual acceso a recursos económicos y a redes de apoyo. Este es un asunto de injusticias estructurales.

¿Cómo llegamos a espacios de incidencia las mujeres sin apellido ni recursos?

Entonces, ¿cómo podemos representar a las personas de nuestra clase si ni siquiera tenemos la oportunidad de ser escuchadas? Si somos mujeres de clases populares, sin apellido aristocrático, sin el financiamiento de grandes empresarios o partidos políticos, y sin los contactos e influencia, ¿cómo hacemos para que nuestra voz llegue a esos espacios de poder? La respuesta, lamentablemente, es que no siempre lo logramos. Las mujeres que logran acceder a posiciones de poder lo hacen a través de una resiliencia impresionante, a menudo gracias a la fuerza de trabajo no remunerada, a la dedicación incondicional y a grandes sacrificios personales. Es un camino arduo, largo y, en muchos casos, desgastante.

Transformar la política.

Necesitamos una reconstrucción profunda de la representación política en nuestro país. Esto no solo implica la inclusión de más mujeres, sino la inclusión de mujeres que representen efectivamente a los sectores populares. Necesitamos políticas que no solamente hablen de igualdad de género, sino que aborden las desigualdades estructurales que nos afectan, como la falta de acceso a recursos, la precarización del trabajo y la violencia estructural.

La política debe construirse desde la ciudadanía, no desde las oficinas de las élites para que los intereses de quienes están en los espacios de toma de decisiones no sean los de las grandes corporaciones ni de los grandes apellidos, sino los de aquellos que, como nosotras, conocemos -entre otros asuntos- la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades.

Acceder y representar

Necesitamos que las mujeres de clase trabajadora también tengamos acceso a la política, llegar a los espacios donde se toman las decisiones que afectan nuestras vidas. La política no debe ser un espacio reservado para unos pocos, sino un lugar donde se construya para y desde la ciudadanía, incluyendo a las lideresas que son también mujeres asalariadas, que se han encontrado frente a obstáculos una y otra vez y que, aun así, continúan perseverando y, sobre todo, resistiendo.

Por Giovanka Luengo. La autora es Trabajadora Social y mujer en política.

Santiago, 14 de noviembre de 2024.

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