Francisco Olucha-Sánchez
Doctor en Ciencia Política
Tiempo atrás, hablaba y reflexionaba con un colega doctor en Ciencia Política sobre el sentido de nuestra dedicación a la docencia e investigación universitaria. Ambos concordábamos que era un tipo de vida difícil de entender fuera de la esfera universitaria. Nos agrada impartir clases y disfrutamos de las colaboraciones para escribir nuestros artículos científicos. Es el indescriptible placer de averiguar y comprender los fenómenos sociopolíticos: la exploración del fenómeno o la búsqueda de los patrones explicativos del mismo.
También sabíamos y éramos conscientes que no nos haríamos ricos. Podíamos aspirar a tener una buena y cómoda calidad de vida. En este camino, éramos consciente que debíamos sacarnos, lo que llamamos coloquialmente, el carné del sindicato: el doctorado. Era una prueba de nuestra madurez como investigadores. Así, podemos demostrar nuestra habilidad de conformar nuestros propios trabajos de investigación y la capacidad de dictar una asignatura.
No obstante, la cara más desagradable en el ámbito universitario son los rechazos. Mi colega y yo hemos recibido multitud de rechazos, innumerables. Postulaciones a cargos académicos. Concursos de investigación. Artículos en revista científicas. Todo acompañado de duras críticas (en el caso de que nos hagan observaciones). Por eso, al igual que muchos otros compañeros y compañeras, hemos tenido que hacer un recorrido marcado por la decepción y la precariedad. Sin embargo, no nos importa porque lo que nos hace realmente feliz es la labor desempeñada que posibilita una mejor sociedad. Una sociedad educada es más libre.
No parece que este haya sido el escenario de la Profesora Marcela Cubillos. Tampoco parece que su dedicación sea por ética de la convicción, sino por la ética del ánimo de lucro. Estos días he comentado su caso con diferentes colegas y coincidimos que la indecencia era la mejor palabra para definir esta situación. La indignación viene por las altas exigencias que nos demandan al resto; mientras a otras personas les extienden una alfombra roja. Como me decía un compañero, la meritocracia solo funciona para algunas personas. La profesora Cubillos no tiene publicaciones que hayan pasado por revisión que le otorga objetividad y rigurosidad a sus trabajos. Tampoco aparece publicado ni publicitado su grado de doctora o, mínimo, de magíster. Y, todo esto, cobrando la cantidad de 17 millones de pesos al mes.
Esta es la famosa meritocracia la cual propugnan algunas personas y nos dan lecciones al resto sobre la cultura del esfuerzo. Esas mismas personas que no han pasado por las mismas fases que garantizan una buena formación para impartir docencia. ¿Dónde quedó la excelencia académica? Además, la profesora Cubillos justificaba su modesto salario, incluso cuando no estaba para dar sus clases presenciales. ¡No se preocupe profesora Cubillos! Con ese salario se puede pagar a varios docentes e investigadores que pueden demostrar una alta capacitación y diferentes publicaciones rigurosas y de fiabilidad. A todas estas personas no se nos olvida que la educación es un derecho fundamental y un bien social. Ejercemos la docencia y la investigación por vocación.
Santiago de Chile, 26 de septiembre 2024
Crónica Digital