Santiago, sus calles y lugares literarios: una vertiginosa selección de autores y textos

Es sorprendente cómo los habitantes de la capital de la República tan vertiginosamente pasan por alto su ciudad. Pero al revisar sus descripciones topográficas efectuadas por las primeras autoridades comunales o las narraciones de las costumbres sociales de su gente, por parte de los esporádicos extranjeros ilustres que la visitaron, creo que nos aproximamos a una imagen literaria de Santiago.

En la colonia, Alonso de Ovalle, en su célebre “Histórica relación del Reyno de Chile”, escrita en Italia en 1647, reproduce un plano de Santiago, dibujado de memoria desde un balcón de Roma por él mismo, donde nos muestra un urbanismo idealizado por majestuosas avenidas, edificios, calles, iglesias y múltiples paseos, en la oposición al Santiago de entonces que era un peladero, mezcla de basuras y rocas.

Hubo crónicas de los viajeros que visitaron la ciudad a inicios del siglo XIX como Francisco Amadeo Frézier, Basilio Hall, José Sallusti, María Graham, Samuel Haigh, William Bennet Stevenson y Samuel Burr Johnston. No obstante dejar estampadas sus fieles observaciones, que como piezas de rompecabezas armaron el puzzle urbano y costumbristas de la época de la independencia, no excluyeron algunos tintes de fantasía. La permanencia de este paisaje físico marcado por fracciones mágicas no es de extrañar: son los primeros intentos novelísticos chilenos de mediados del siglo diecinueve, a través de la técnica narrativa que se limita a reproducir casi fotográficamente la realidad objetiva.

El primer relato costumbrista captando las primeras impresiones del Santiago imaginario es “El Mendigo” de José Victorino Lastarria, donde hace aparecer el sello urbano que tendrá en adelante cierta narrativa criolla. Allí, por primera vez, un narrador describe el río Mapocho y sus tajamares con un refinado romanticismo en boga en Europa. Pero es, sin duda, Alberto Blest Gana quien principia con la “novela de costumbres”, que según sus mismas palabras “llevará la palma de la supremacía por mucho tiempo, por ser el estilo que le otorgará una visión peculiar autóctona y nacional a nuestra cultura, al tiempo que ofrece una imagen perfecta de la época”. Su principal obra “Martín Rivas”, es una novela plenamente urbana, ambientada alrededor de 1850 donde el narrador recorre el escenario santiaguino, a través del nombre de las calles, caracterización de lugares y datos históricos. Para su sobrino, Clotario Blest, la claridad y precisión urbanística que poseía su tío Alberto sobre la capital (abandonó Chile contando con 28 años) y que magistralmente los reprodujo en su producción literaria, se debía a su trabajo de topógrafo y agrimensor que realizó en Chile y Francia.

Luis Orrego Luco será el siguiente novelista que congelará en sus páginas el ambiente santiaguino aristocrático, encarnada en “Un idilio nuevo”.

Con la llegada del siglo veinte, el crecimiento que experimenta la capital de Chile, por el aumento de la migración del campo a la nueva postura estética que sustentan los escritos y artistas plásticos, genera nuevas manifestaciones de sensibilidad. Diversos autores –por nombrar algunos más conocidos– como Augusto D´Halmar en “Juana Lucero” (Generación 1900), Joaquín Edwards Bello en “El roto” (Generación del 20), Alberto Romero en “La viuda del conventillo” (de la misma generación que el anterior) y Nicomedes Guzmán en “La sangre y la esperanza” (Generación del 38), se alejaron de exponer modos “afrancesados”, comenzando a plasmar en sus obras una realidad social marginal que busca la autenticidad y su consiguiente espacio físico. Los barrios sucios y pobres que comienzan a rodear al centro iluminado de Santiago reducto en los cuarenta de las familias rancias y acomodadas. La novela chilena inicia entonces una épica literaria por desnudar todo lo sucio, bajo, feo e hipócrita que vieron en la ciudad que les tocó vivir, desechando gradualmente lo rural.

En los recursos narrativos recurren a palabras coloquiales, giros populares y soeces para facilitar la recreación sórdida que aspiran desarrollar. José Donoso, integrante de la “Generación del cincuenta”, por medio de su “literatura de la decrepitud”, también sitúa sus novelas como “Coronación” o “El obsceno pájaro de la noche” en lúgubres casas de Santiago. La “literatura del hampa”, representada por Luis Rivano, Alfredo Gómez Morel y Luis Cornejo, incursiona igualmente en violentas postales urbanas.

Como método de ayudar al lector, les ofrezco pasear por calles, plazas y bares, donde cada escritor ubicó su relato e imagen literaria por intermedio de su obra, aunque esta selección de textos es sólo una pequeña muestra.

Calle Bandera: “Casa Grande” de Luis Orrego Luco, “El socio” de Jenaro Prieto y “Patas de perro” de Carlos Droguett.

Calle Espoz (ex Calle Salas): “Palomita blanca” de Enrique Lafourcade.

Calle Diez de Julio con Madrid: “La viuda del conventillo” de Alberto Romero.

Calle Ahumada: “Casa grande” de Luis Orrego Luco.

La Vega: “La chica del Crillón” de Joaquín Edwards Bello.

Estación Mapocho: “La chica del Crillón” de Joaquín Edwards Bello.

Parque Cousiño: “Casa grande” de Luis Orrego Luco, “La viuda del conventillo” de Alberto Romero y “Juana Lucero” de Augusto D´Halmar.

Cerro Santa Lucia: “Casa grande” de Luis Orrego Luco.

Plaza de Armas: “Casa grande” de Luis Orrego Luco y “Juana Lucero” de Augusto D´Halmar.

Plaza Yungay: “Juana Lucero” de Augusto D´Halmar.

Quinta Normal: “El roto” de Joaquín Edwards Bello.

Matadero Franklin: “Hijuna” de Carlos Sepúlveda Leyton.

Iglesia Los Sacramentinos: “Frecuencia modulada” de Enrique Lafourcade.

Parque Bustamante: “Frecuencia modulada” de Enrique Lafourcade.

Puente Bulnes: “El río” de Alfredo Gómez Morel.

Pio Nono: “Coronación” de José Donoso.

Casa de ejercicios espirituales: “El obsceno pájaro de la noche” de José Donoso.

Post Data: Este artículo es parte de una obra mucho más extensa titulada “CÁTEDRA SOBRE LA LITERATURA CHILENA. ESTUDIOS INCONCLUSOS”, un manuscrito inédito en el cual llevo trabajando por más de 30 años y que espero publicar en un futuro cercano, para el deleite de mis lectores.

Por Oscar Ortiz. El autor es historiador.

Santiago, 30 de agosto de 2024.

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