Por Marcel Garcés Muñoz
Es indudable que en los últimos días, el escenario político y social de Chile se ha enrarecido hasta niveles límites e inaceptables para la seguridad ciudadana, con un nivel de violencia y accionar criminal, desafíos a la autoridad y la estabilidad, e incluso llegando a una amenaza terrorista, subversiva y conspirativa, a la institucionalidad democrática.
El descontrolado accionar del crimen organizado- nacional a internacional- ya no solo es una amenaza a la tranquilidad y seguridad del ciudadano común, de los hogares, de las familias, que coordinado con una concertada y permanente ofensiva de deslegitimación del gobierno constitucional y de desafío del orden público en general, se está convirtiendo en un franco problema de seguridad nacional.
Pero también de caldo de cultivo para un accionar conspirativo de la ultraderecha, en el marco de una desembozada guerra política que va mucho más allá de une legitima confrontación política ciudadana, una disputa por cargos municipales o una perspectiva de luchas políticas, partidistas, de representatividad o estrategia a mediano o largo plazo por parcelas de poder, influencia o perspectivas ideológicas y proyectos.
En este cuadro, levantan cabeza, personajes de triste memoria en la historia del Chile que desembocó en la conspiración sediciosa, golpista, nacional a internacional de 1973, que con la complicidad o el protagonismo de las oligarquías económicas, de la Derecha, auspiciados, financiados y manipulados por la Casa Blanca,la CIA y el Pentágono llevaron al país al drama, el genocidio y la violencia del Golpe de Estado militar-derechista del 11 de septiembre de ese año.
Lo cierto, objetivo e indesmentible, es que la conspiración de 1973, con la dirección financiera y en el marco de la Guerra Interna instalada por Washington y sus serviles agentes en Chile, impuso en el país una dictadura brutal, genocida, encabezada por el general Augusto Pinochet, que manchó el honor de las Fuerzas Armadas y sus altos mandos.
El problema de hoy es que cuando no se hace justicia histórica, y no se condena a los culpables, y los sectores progresistas no defienden de manera rotunda la institucionalidad democrática, resurgen los intentos de los enemigos de ésta, de los conspiradores y ejecutores de la violencia terrorista – es decir los mismos del 73- de repetir sus crímenes.
Por ello, no es una casualidad que reaparezcan en las páginas de El Mercurio, personajes del pasado, no solo justificando sus fechorías de entonces sino falsificando la historia real, e intentando blanquear sus conductas.
Pero nuevamente apuntan al sistema democrático, desacreditan a los partidos políticos, al sistema electoral, a las organizaciones sindicales, a las universidades, a la juventud, a la intelectualidad, a la institucionalidad y la estabilidad, fundada en el ejercicio de la soberanía popular y la legitimidad de la voluntad mayoritaria de los chilenos.
Entonces no es una simple casualidad que se destaque en un artículo editorial,(25-junio- 2024) y se erija en ideólogo de una versión 2.0 de su prédica neofacista de los 70, al entonces cabecilla del movimiento sedicioso e insurgente “Patria y Libertad” de la Derecha chilena, Pablo Rodríguez Grez que en los años 70-73 fue el brazo armado, terrorista y criminal- con el apoyo financiero y logístico y la conducción operativa de conspiradores uniformados y civiles y de servicios de inteligencia conocidos nacionales y extranjeros
Lo que se busca no es un análisis objetivo de un hecho histórico que ensangrentó al país, sino la reivindicación de su rebelión contra la institucionalidad democrática y y la soberanía nacional y el blanqueamiento de la dictadura genocida y lavarse sus manos ensangrentadas y sus propias culpas.
Escribe Rodríguez, bajo el anodino título de “Evolución institucional”, que “tan pronto como se consolidó el Gobierno Militar recuperamos la normalidad necesaria para restablecer el orden público”, es decir cuando se impuso a sangre y fuego la paz de los cementerios, los Campos de Concentración, los degollados y los lanzados al mar, a los volcanes, los ríos o las fosas comunes.
La “conclusión” es la fundamentación ideológica neofacista de la conspiración sediciosa de 1973, militar empresarial e imperial que llevó al Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y sigue siendo más una argumentación que busca de una reivindicación para encubrir su complicidad ideológica, política y económica con la barbarie de la represión militar.
Al mismo tiempo busca repetir sus fechorías, instalar y revivir en el país un ambiente de odio y violencia, para justificar la conspiración, el complot, una versión 2.0 de la “guerra interna”.
No se trata simplemente de una nostalgia del poder total, de la defensa de ”la obra” del pinochetismo y sus esbirros. Es un intento de restablecer un poder que la historia y sobre todo la lucha de los demócratas los hizo retroceder.
Pero es necesario no olvidar, y la historia así lo enseña y se encarga de recordarlo, que los pueblos, o sectores políticos que pretender tergiversar, sepultar en un manto de olvido sus armas, olvidarlos o ocultarlos en un manto de impunidad y cobardía ética, son condenados a repetir como tragedias inexcusables, sus dramas y consecuencias.
Rodríguez Grez, que fue uno de los “cómplices activos” de la conjura, busca escribe hoy que “el panorama era triste”, en busca de engañar a las nuevas generaciones y declararse protagonista de una gesta, que para él solo fue de subordinado a una estrategia sediciosa en que jugó un rol no solo secundario, sino que miserable.
Hoy pontifica, con la venia y el apoyo entusiasta de “El Mercurio”, que le ofrece un rol secundario aunque provocador, en la farsa de la desinformación y falsificación de la realidad histórica, entrega la interpretación de los hechos de la década de los 60 y 70.
“Hacia la década de los años 60, nuestro sistema constitucional terminó por agotarse, aliándonos a una revolución de ideología totalitaria”, señala.
El discurso es conocido y formó parte de la ·”guerra sucia” contra el gobierno legítimo del presidente constitucional, Salvador Allende, y la violencia desatada contra la democracia, la soberanía popular y los derechos humanos.
Seguidamente, apunta al presente político y social: “Los chilenos no hemos sido capaces de superar las debilidades que nos paralizan y seguimos sufriendo los embates que anunció la extrema izquierda cuando reconoció que actuaría “con un pie en la calle y un pie en el Gobierno”.
Para seguir imprecando, en El Mercurio, que “entonces, sufrimos una dolencia crónica o crisis de representación que pone atajo al empuje que demanda el futuro”.
Agrega: “Es evidente que los partidos políticos, que reclaman para sí no una cuota sino todo el poder político, no expresan ni remotamente la voluntad de las grandes mayorías ciudadanas, a lo más su sensibilidad ante consignas efectistas, circunstanciales y demagógicas (en Chile predomina incontrastablemente la “partitocracia” , simulando una participación que carece toda viabilidad”.
(Hasta la fecha no ha habido ningún partido- de Derecha. Centro, Izquierda “demócratas” o Republicanos, etc.)” que haya salido a defender sus fueros, frente a este embate neofacista propio de la verborrea de este individuo que aun pretende un rol de ideólogo nacionalista al más puro estilo hitleriano.
Por otro lado, lo resalta en una entrevista a en que busca humanizar su figura, en el cuerpo de reportajes de El Mercurio del 14 de julio, 2024, como un “abogado prestigioso”, “uno de los mejores civilista del país”, o un “académico”.
Escribe que “Se hacía entonces (en la década de los 60) de una ostentación del uso y abuso del instrumental democrático , el cual se manipulaba, paralelamente, sin otro norte que la conquista del poder” y que “esta etapa constituye la más refinada manifestación de la hipocresía electoralista”.
Lo cierto es que el mensaje que busca instalar editorialmente el diario de los Edwards en la Derecha Chile y la Opinión Pública, es el blanqueo de los crímenes y sobre todo de la tentación de la tentación antidemocrática que sigue estando presente en la Derecha Chilena.
El diario portavoz de la Derecha económica y política de los 70 que levantó a Rodríguez y sus facinerosos de “Patria y Libertad”, como una alternativa frente a la Democracia y el Gobierno Constitucional, hoy lo proclama como un “abogado prestigioso, considerado uno de los mejores civilistas del país”, incluso calificándolo de “académico”, “sin olvidar al ideólogo nacionalista”, admirador del genocida mayor de la historia de Chile, el dictador Augusto Pinochet.
En entrevista con el conspirador antidemocrático de los 70 El Mercurio, destaca en portada, (lo que resume su pensamiento y constituye su concepción política) de hoy), “Chile está en una encrucijada muy difícil de superar”, agregando a reglón seguido, “muy difícil. ¿ Y por qué”. Porque el instrumental que tenemos es un instrumental desgastado”.
Leyendo el pensamiento expresado por Pablo Rodríguez Grez se logra descifrar el sentido de sus palabras: los partidos no sirven, la institucionalidad democrática menos, las organizaciones sociales tampoco.
Su conclusión o consigna política es claramente amenazante para la instituciona
“En suma, me temo que el camino escogido conduce a la inestabilidad, el desorden y la profundización de nuestros defectos, pero es posible todavía enmendar el rumbo”.
Entonces ¿qué?
Por Marel Garés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 30 de julio 2024
Crónica Digital