Por Francisco Olucha-Sánchez*
Días atrás, el 25 de abril, se celebró la conmemoración de los 50 años de la Revolución de los Claveles en Portugal. En principio, se podría entender que es un evento político-social de carácter más doméstico. Sin embargo, el impacto mediático y social ha sido mundial. No fue una revolución cualquiera, abrió una nueva etapa de forma espontanea en el resto de los países del mundo.
Retrocedamos en el tiempo. Antes del 25 de abril de 1974, Portugal tenía una mala reputación a escala internacional. Por un lado, estaba la larga longevidad de la dictadura encabezada principalmente por Salazar del Estado Novo. Por otro lado, estaban las largas guerras que se sucedían en las colonias africanas. Este último motivo sería el principal factor para que los militares salieran a la calle con claveles en los fusiles para remarcar el carácter pacífico de esta revolución. Además, no solo fue un nuevo inicio en la historia de Portugal, sino que el inicio de la transición democrática conllevo la independencia de Angola y Mozambique.
No obstante, el impacto de la Revolución de los Claveles es mucho mayor. No sólo por su alto carácter pacifista. También inicio un periodo de transiciones democráticas en otros países del sur de Europa, América Latina y África desde mediados de la década de los setenta hasta finales de la década de los ochenta. Samuel Huntington denominó a este nuevo periodo como la tercera ola de democratización.
Existen una serie de elementos comunes en este tipo de transiciones. Mayoritariamente, todas fueron de carácter pacífico. Un segundo factor sería que los ganadores no fueron tan ganadores y los perdedores no fueron tan perdedores. Es decir, se genero una serie de pactos entre las diferentes élites políticas de los diferentes espectros ideológicos. Estos consensos que trazaron un nuevo camino hacia la democracia y la libertad política produjeron una serie de victorias y derrotas para todas las partes. La política es conflicto, pero consenso también. Por eso, una importante masa poblacional tiene en alta estima los periodos de transición democrática.
En la actualidad, hay diferentes sectores políticos que son muy críticos con ese periodo. Creen que algunas cesiones fueron demasiado elevadas para la consecución y preservación de la democracia. Algunos países no cambiaron determinados elementos socioeconómicos y sus consecuencias siguen permeando en la ciudadanía del país. El mejor ejemplo es el sistema de ISAPRES en Chile que se estableció de forma imperativa sin ningún tipo de debate político. Se erigió un oligopolio de entidades privadas en torno a la salud concibiéndola como un negocio y no un derecho.
Aquel abril de 1974, Portugal instaló una nueva etapa global que expandió la democracia a diferentes países. No fueron perfectos esos consensos políticos y se debe hacer un gran esfuerzo apelando a esos acuerdos para mejorar las condiciones sociales de la ciudadanía. Aun así, hay que tener en consideración ese éxito que comenzó el 25 de abril de 1974. Un logro mayúsculo de aquel tiempo debe estar presente en nuestras memorias por la amenaza de un posible retroceso democrático de las fuerzas reaccionarias.
*Francisco Olucha-Sánchez es doctor en ciencia política por la Universidad de Salamanca (España).
Santiago de Chile, 29 de abril 2024
Crónica Digital