Convertir a la Federación Rusa en un Estado fallido es otro de los delirios importados de allende el océano que tenemos que soportar los europeos.
Ríos de sangre. Flecos de carne. Labios que mugirán dolor. Grises muletas. Lápidas quietas. Niños que nunca ya sonreirán…
¿Las autoridades europeas, Úrsula Van der Layen, Charles Michael y Josep Borrell nos están preparando para la guerra? ¿Piensan que van a guiarnos, sumisos, hacia una confrontación directa con Rusia en Europa occidental?
¿Han empleado tan solo un minuto en plantearse la posibilidad de la paz? ¿Por qué renuncian a pronunciar siquiera la palabra negociación en torno a la guerra en Ucrania?
¿Las presiones de los vendedores de armas o las del pedigüeño Volodimir Zelensky para meter a Europa en su guerra, pueden más que el generalizado deseo de paz de la población del Viejo Continente?
Europa lleva casi 80 años de paz, con el sangriento paréntesis de la demolición de Yugoslavia inducido por la OTAN, tras ser el continente escenario de dos guerras mundiales: un estremecedor saldo de más de 100 millones de muertos, más del doble de mutilados, más del triple de heridos y una Europa desangrada, empobrecida y exhausta. Y eso que entonces no había aún armas nucleares.
No. Los europeos no estamos por la labor. Los ciudadanos de Europa no quieren, no queremos, la guerra. Ni las madres, ni los padres, ni los hijos, ni los nietos. Mucho menos los abuelos y abuelas, que conocieron los efectos de aquellos horrores siendo críos.
Métanselo en la cabeza, líderes europeos. Nosotros no tenemos nada que ver con la guerra en Ucrania y la invasión rusa porque fue el socio transatlántico de la Unión Europea, con sus grupos de presión operantes en Bruselas, quien quiso desencadenarla en el mismísimo bajo vientre de una potencia nuclear como la Federación Rusa, a cuyos líderes intimidaron.
Aquella provocación premeditada, que implicaba la posibilidad de plantar misiles nucleares de la OTAN (los intermedios, IRBM, con alcance de entre 3.000 y 5.000 kilómetros) a 871 kilómetros de Moscú, que la percibió como una amenaza existencial contra Rusia, tuvo nombres y apellidos: la principal mentora de esta tragedia, ya con decenas de miles de víctimas y siete millones de refugiados a sus espaldas, fue la “diplomática“ Victoria Nuland, embajadora norteamericana en Kiev; qué curioso que estuviera conectada con algunos de los grandes consorcios estadounidenses de venta de armas: Boeing, Northrop Grumman, Raytheon, Lockheed Martin… los mismos que se refocilan cada año del presupuesto militar norteamericano cifrado en 788.000 millones de dólares y en aumento…
Victoria Nuland fue Subsecretaria de Estado con el presidente Barak Obama, el demócrata que declaró a Venezuela como “amenaza a la Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América (?)” y presenció, sentado en su despacho de la Casa Blanca, el asesinato en directo del supuesto Osama Bin Laden (diez años en clandestinidad, pese a medir casi dos metros de altura) mentor oficial de los terribles atentados del 11-S de 2001.
Ella, Victoria Nuland, que saltó a la celebridad más grosera por aquella frase suya “que se joda Europa”, no tuvo reparo en reconocer, ante una Comisión Parlamentaria en Washington, que Estados Unidos mantenía 16 instalaciones de guerra bacteriológica en la frontera de Ucrania con Rusia.
Bien, pues, ella misma fue quien, con la bendición de la Casa Blanca, había promovido con decenas de miles de dólares y apoyo de Inteligencia, la denominada (contra) revolución naranja o del Maidán, para derrocar al presidente de Ucrania, Viktor Janukóvich: se oponía a meter con calzador a su país en la OTAN como requisito imprescindible impuesto desde Washington y Londres si quería que Ucrania entrase en la Unión Europea. Algo semejante a lo que pasó en España en 1982, tres años antes de pertenecer a la UE en 1985.
Ha de conocerse el trato humillante, la persecución y la represión del Gobierno neoliberal, proamericano y probritánico, de Ucrania contra los pobladores de las zonas rusófonas ucranianas del Donbass, Donetsk y Lugansk, que por tal hostilidad se autodeclararon Repúblicas Populares en 2014. Contra ellas el Gobierno de Kiev, en aquel año, desencadenó una atroz represión ejecutada por elementos nazis de su ejército y atizada por una evidente rusofobia, con 14.000 muertos, que echó a la población de la zona en manos de Rusia, que se las anexionó en 2022 tras aquellos sendos referendos.
Presumiblemente, ante el temor de que la población de Crimea sufriera la misma suerte, tras votarse la unión a la Federación Rusa, la península tártara codiciada por el Kremlin desde 1991 quedó anexionada en 2014. Ucrania se había independizado de Rusia en aquel mismo año, de una manera tan expedita como precipitada, al decir de algunos expertos.
Se ha sabido también que fueron presiones de Berlín, Londres y Washington las que hicieron descarrilar los acuerdos de Minsk en 2015 que se propusieran zanjar aquella guerra en el oriente ucraniano, premeditadamente saboteados por sus mentores occidentales para dar tiempo a Ucrania para rearmarse, según reconoció la entonces Canciller alemana, Ángela Merkel. Los rusos pedían la amnistía para los secesionistas prorrusos.
Ah, otra información. El gaseoducto que proporcionaba a Alemania gas ruso barato para mantener su potente industria, el Nord-Stream 2, fue volado en septiembre de 2022 con explosivos en sus conductos submarinos del mar Báltico. El sabotaje, no reivindicado, se proponía acabar con la dependencia de la industria alemana hacia los energéticos rusos y sustituirla, a la larga, por la dependencia hacia el gas noruego y el estadounidense, mucho más caro.
Berlín no ha denunciado aún nada. Parece que rumia su frustración y acaricia la idea de dotarse de armas nucleares, mientras contempla en su retaguardia que Polonia y Ucrania se están armando hasta los dientes. Al lío acude también Emmanuel Macron, prometiendo el envío de tropas francesas a Ucrania, mientras Van der Layen quiere apropiarse de 300.000 millones de euros de la Federación Rusa depositados en bancos europeos, con lo que ese tipo de propósitos belicosos y expropiadores suele desencadenar…
¿Creen Ustedes, líderes de la Unión Europea, que con estos antecedentes, con estas informaciones y a sabiendas de quienes están detrás de todo lo sucedido, vamos a avalar con los cuerpos, las mentes y la sangre de nuestros hijos y nietos, una guerra urdida por personajes tan turbios y tóxicos como esa señora y sus patrones?
Están equivocados. ¿Recuerdan los movimientos de masas que unieron a millones de españoles contra la ilegal e inmoral invasión de Irak tras la célebre consigna No a la guerra? ¿Tienen memoria de aquellas otras mentiras que desencadenaron tanta indignación y repulsa?
Bueno, pues estamos ante un escenario bastante parecido, en cuanto a mentiras se refiere. Por cierto, los europeos tenemos prohibido saber qué dice o hace la Prensa rusa, porque las autoridades europeas, adalides de la libertad de expresión y del derecho a la información, nos prohíben acceder a aquella, como si fuéramos menores de edad.
Convertir a la Federación Rusa en un Estado fallido es otro de los delirios importados de allende el océano que tenemos que soportar los europeos. Estamos obligados a perpetuar la rusofobia, a costa de lo que sea, pese a que, al parecer, lo que la motivaba era el comunismo soviético, hoy desaparecido.
Vladimir Putin -que sacó a su país del marasmo provocado por el dipsómano Boris Yeltsin y el ingenuo Mijail Gorbachov-, es reo de condena por querer mantenerse en el poder, permanecerá hasta 2030 tras las recientes elecciones sin oposición, y debe ser satanizado porque se opuso a que Rusia, el país industrializado más extenso de la Tierra, con 144 millones de habitantes, fuera arrojado al basurero con los parias de la Historia por la superpotencia unipolar en decadencia.
¿Hay alguna prueba, algún informe de Inteligencia, que establezca que Rusia desee invadir Polonia, Alemania, Francia, Chequia, Hungría, Rumanía, Bulgaria o España? ¿Alguien, de la élite burocrática de la UE, ha pensado que tras perder quince repúblicas, lo que Rusia se propone, y Putin parece perseguir, al parecer, es no retroceder más todavía y obtener respeto y no amenazas militares de sus vecinos?
¿No pagamos para que desde Bruselas se planteen dudas razonables como esa y tantas otras, o para que alguien se proponga acabar negociadamente con esa guerra antes de que Trump la zanje de un plumazo?
Como cabe ver a los lectores, el mundo en que vivimos está en manos de ignorantes, irresponsables, sátrapas, mentirosos compulsivos, cuando no criminales connotados, incapaces de comprender que la guerra es una herramienta política que si se la descarna de su politicidad, es simple terrorismo, como bien sabe otro de los locos furiosos que pueblan las élites mundiales, Benjamin Nethanyahu, Primer Ministro de Israel, que pasará a la historia como el primer genocida del siglo XXI.
Las gentes sensatas, solidarias con las víctimas de toda contienda bélica, están en contra de la naturalización de la guerra en Europa que tantos medios alquilados y desplegados al respecto tratan de imponer machaconamente a sangre y fuego.
No más sangre en Europa ni en ningún otro lugar del mundo. La mente y el corazón, permanece hoy puestos en Ucrania, Rusia y Palestina.
Fuente: elobrero.es
Santiago de Chile, 29 de marzo 2024
Crónica Digital/voces del sur global