Por Marcel Garcés Muñoz
Imposible no conmocionarse con la nueva tragedia bélica que se escribe en el Oriente Medio, tras la acción militar del Movimiento de Resistencia Islámica, Hamas, contra la ocupación territorial de las tierras históricas palestinas usurpados hace más de 70 años, y la permanente agresión militar hacia su población, con una balance de miles de muertos, de miseria, agresiones, destrucción y violación de los derechos humanos de sus habitantes.
La realidad es que la violencia fue instalada en ese escenario histórico como consecuencia de las secuelas de la Primera Guerra Mundial, y de la decisión de los grupos de poder políticos y económicos triunfantes, de instalar una cabeza de puente bélico para desestabilizar el mundo árabe, y garantizar el apoderamiento de las riquezas energéticas – en ese entonces principalmente el petróleo- además de los objetivos geopolíticos de dominación regional, en una competencia despiadada con los poderes locales, tribales, regionales y globales en surgimiento en el mundo de entonces.
El colonialismo, en su versión tradicional, se batía en retroceso, y las nuevas formas, que combinaban el poder de los capitales que apostaban por los recursos coloniales de los territorios de Africa, América, Asia, Oceanía, y las grandes compañías y los mecanismos de la geopolítica se perfilaban en el escenario de las decisiones de un capitalismo en expansión.
Así, el escenario estratégico del Medio Oriente, y la necesidad de instalar allí una cabeza de puente económica y militar potente para penetrar, influir, dominar, y fraccionar al mundo Árabe, se hizo una necesidad objetiva, lo que se acentuó tras la Segunda Guerra Mundial, la emergencia de la potencia Soviética, y de la división del mundo en dos esferas de influencia poderosas y de la consiguiente Guerra Fría.
La preexistencia en ese territorio de una numerosa población palestina no fue un obstáculo, sino que apenas un dato. Y pronto se encontró una solución (que ironía), una especie de “solución final” o un “holocausto”, al estilo hitleriano.
El sionista David Ben Gurión, el 14 de mayo de 1948, declaró su posición contra el terrorismo (Palestino, por cierto) y a favor de una Seguridad Nacional (de Israel), “sin reparar en los medios”.
Lejos están la voluntad y la determinación expresada en los Acuerdos de Oslo de agosto de 1993, por Yasir Arafat, líder de la OLP y el Primer ministro Israelí, Isaac Rabin, impulsados por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton y firmados el 13 de septiembre de 1993, en la Casa Blanca, que establecían la meta del retiro por fases de las fuerzas militares israelíes de las tierras ocupadas, y otros temas fundamentales del naciente proceso de paz, como la definición sobre las fronteras comunes y el status definitivo de la entidad palestina”.
El contenido de este esfuerzo, que abría una perspectiva para una relación de respeto mutuo y paz fue sin embargo calificado despectivamente por el entonces líder del ultraderechista partido Likud, y hoy Primer Ministro y conductor de la ofensiva de guerra de exterminio de Hamas, la población de la Franja de Gaza y amenaza a los países árabes, Benjamin Netanyahu, como ”un disparate histórico” y de “acontecimiento de humillación nacional y de “cabeza de puente para la destrucción de Israel”.
Poco tiempo después, el 4 de noviembre de 1995, Isaac Rabin, fue asesinado en un atentado tras finalizar una manifestación a favor de los Acuerdos de Oslo, en Tel Avid, por Yigal Amir, un jóven fanático ultraderechista que dijo haber cumplido una “orden” (Din Rodef- “Ley al perseguidor”) del sector más integrista de la religión judía.
No ha importado tampoco a las esferas de poder de Israel, el millar de resoluciones y declaraciones de la ONU, demandando la devolución de los territorios usurpados a Palestina, la vuelta de los expulsados de sus tierras natales y el fin de la persecución, la represión y el exilio.
Simplemente las ha ignorado, contando con la complicidad y apoyo permanente de Estados Unidos, que dicho sea de paso hoy hace guardia en el Mediterráneo protegiendo las fronteras marítimos de Israel y estableciendo un cerco, un bloqueo naval frente a Gaza.
Y es así como se inicia el drama, que hoy estalla con una legítima resistencia del pueblo palestino contra sus invasores, usurpadores y ocupantes.
Y una respuesta bélica abrumadora que busca “eliminar”, matar por hambre, dejar sin atención sanitaria, eléctrica, atención de salud pública, vivienda, combustible, alimentos, a toda una región de Palestina, la Franja de Gaza, donde hasta ahora vivían dos millones 300 mil personas, en lo que era un virtual campo de concentración.
Las intenciones de la maquinaria bélica del país ocupante, son explícitas: “bloque total”, al tiempo que ha bombardeado mercados, donde la población de Gaza buscaba proveerse de alimentos, y bombardeado mezquitas, hospitales y viviendas.
Se trata de un genocidio. De una táctica de “tierra arrasada” al más brutal estilo hitleriano en la Unión Soviéticao o de los norteamericanos en Viet Nam.
El Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu un oficial militar con doble nacionalidad (Israelí-Estadounidense) ha prometido “eliminar” a la milicia palestina Hamas, y que “Lo que le haremos a nuestros enemigos en los próximos días repercutirá en ellos durante generaciones”.
Pero hace falta un poco mas de historia, además de humanidad, para explicar un conflicto que tiene componentes históricos, políticos, económicos, territoriales, religiosos, étnicos, internacionales, regionales, y cuyas consecuencias pueden incendiar el Oriente Medio y sus alrededores.
Quizás sea aún tiempo para desactivar las manos y las decisiones, sacar el dedo de los gatillos y botones de la muerte, de los que arrastran al mundo a una hecatombe, sin medir las consecuencias de esta guerra “asimétrica”.
El desafío de la humanidad es ¿cómo volver a la razón y la cordura?
Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 13 de octubre 2023
Crónica Digital