La conocí en los 80, cuando era estudiante secundario en el Insucodos de la Avenida España en el centro de Santiago. Ella era la Profesora de Filosofía, muy rigurosa para impartir los contenidos y también a la hora de las calificaciones. Se llamaba Gabriela Zúñiga Figueroa. Eran tiempos del terrorismo de Estado y del control militar de la educación, y un grupo de adolescentes con incipientes intuiciones democráticas pretendíamos emprender la batalla contra la dictadura desde el establecimiento.
En ese proceso se fue construyendo una relación más horizontal, pues Gabriela era parte de un puñado de “profes buena onda”, que simpatizaba con los afanes libertarios de esos liceanos ochenteros, colaborando con nuestros afanes en los límites de la clandestinidad, conscientes de que arriesgaban su estabilidad laboral e incluso su libertad. Gabriela conocía bien esos riesgos, pues su esposo Álvaro Barrios Duque, estudiante de Pedagogía en Inglés de la Universidad de Chile, había sido secuestrado por la DINA el 15 de agosto de 1974. Tenía 26 años y había contraído matrimonio poco antes, el 3 de julio.
Muy joven, ese mismo año Gabriela llegó al Comité Pro Paz buscando a su amado Alvarito, como lo llamaba habitualmente, junto a su suegra Sarita Duque, que hace años atrás partió de este mundo. Fue el comienzo de una búsqueda interminable, que se prolongó luego en los pasillos de la Vicaría de la Solidaridad y en la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), de la que llegó a formar parte de su directorio. Allí la conocieron como “Gaby Zeta”.
En nuestra común historia liceana, fuimos conociendo otra faceta de la personalidad de la rigurosa Profesora de Filosofía, alegre, desenfadada e irreverente, que se negaba a que la consideraran una víctima.
En algún momento de esos aciagos años 80, Gabriela me invitó a una exhibición clandestina de “La Batalla de Chile”, la famosa película de Patricio Guzmán sobre la experiencia de la Unidad Popular, entonces proscrita para circular en forma pública en el país. Fue en una antigua casa en el Barrio Buzeta de la actual comuna de Cerrillos, a la que también asistieron hijas de desaparecidos. Era la primera vez, por cierto, que veía esa impactante obra.
Los caminos de la vida hicieron que nos volviéramos a encontrar y tuve la oportunidad de colaborar por un tiempo en su lucha por la verdad y la justicia, por los días en que el país se conmovía por la detención de Augusto Pinochet en Londres y se abría una ventana para las esperanzas.
En uno de los intensos diálogos que sostenía con Facebook, escribió lo siguiente hace diez años: “Dele a este Don Feis en preguntarme en que estoy pensando, algún día se encontrará con más de una sorpresa. Hoy, por ejemplo, he recibido ya unos saludos de cumpleaños y es cierto, llegué a los 60 (…) Nada halagador, pero es cierto, estadísticamente entré a la tercera edad”, escribió.
“Soy de una generación que usaba falda escocesa con un alfiler, mocasines de cuero hechos a mano, el Coppelia y el Drugstore (…) La Nueva Ola y su insuperable Pera Madura o el Baile del Esqueleto, hasta que llegaron los Chascones de Liverpool. Pinté de blanco mi bici y juro que llegó a manos de alguna vietnamita. Me tomé la Universidad, siempre hasta las nueve de la noche, la revolución tenia horario; marché de Valparaíso a Santiago, también hasta las 9. Patu’a desde siempre, trabajé en la UNCTAD 3 y el convenio CUT/Gobierno en educación de adultos. Juré que sería la Simone de Beauvoir de América Latina. Leí ‘El Ente y la Esencia’ de Santo Tomás de Aquino en latín. Me casé con un hombre increíble y llegó el 11 de septiembre del 73, lo que marca un antes y un después. Ya no sería la Beauvoir, ni nada de lo que suponía. Se abrían otros derroteros, se interiorizaban otros conceptos, aparecían palabras nuevas, tortura, desapariciones, exilio, allanamientos, se vivían palabras nuevas y había que reinventarse, chiquitita, si solo tenía 21 y no morir en el intento”, rememoró.
Contó: “Hice clases en un liceo en que me costó entender porque había quinto año, pero los chicos y chicas eran y aún lo son, espectaculares. Me echaron de nuevo y a reinventarse. Moza de restaurante, locutora de radio, profe de una universidad cerrada por rasca, pucha y vamos como por los 30 y algo”. La referencia al quinto año se refiere, por cierto, al hecho que el Insucodos, como establecimiento técnico–profesional, tenía un año adicional al ciclo de enseñanza secundaria.
Prosiguió: “Mucha agua bajo el puente, a veces son aguas turbulentas otras pacíficas. A los 50 lidiando contra el cáncer, un año de quimio (…) A los casi 60 un AVE, nada que ver con hacerme socia de los Pollos Ariztía, sino un Accidente Vascular Encefálico (…) He viajado mucho (…) Me carga todo lo light, incluyendo formas de pensar ídem, las formalidades no van conmigo, le agradezco a las diosas por mis amigos y amigas (…) a las chicas de la AFDD por permitirme desordenar el ‘temita’, aunque sea in door. Me carga sentirme ‘víctima’ o crean que lo soy”.
Hace poco había cumplido los 70 años, con un delicado estado de salud, que había venido empeorando hasta llegar a un cuarto AVE. Gabriela Zúñiga Figueroa, como en muchísimos otros casos, ha partido de este mundo el 16 de abril de 2023, sin encontrar a su ser querido. Pese a las investigaciones judiciales, Álvaro Barrios sigue siendo un detenido desaparecido.
Pero Gabriela pertenece a esa valiosa estirpe de mujeres que no muere: permanece para siempre en la memoria de los pueblos.
Por Víctor Osorio. El autor es periodista, académico y ex Ministro de Estado.
Santiago, 16 de abril 2023.
Crónica Digital.