En una campaña relámpago, el movimiento Talibán regresó en Afganistán al poder, el que perdió hace 20 años tras la invasión de Estados Unidos.
Después de dos décadas de ocupación, las que costaron miles de millones de dólares y provocaron la muerte de miles de soldados norteamericanos y aliados, y de más de 150 mil civiles afganos, la primera potencia global abandonó un país devastado y más dividido.
Las escenas en el Aeropuerto de Kabul recordaron imágenes similares grabadas en abril de 1975, cuando los militares estadounidenses y sus familias salieron a toda prisa de la antigua Saigón, la actual ciudad vietnamita Ho Chi Minh.
Más allá del terremoto geoestratégico que causó la derrota del Pentágono, queda en el aire la pregunta que en diversas latitudes se hacen los políticos, periodistas y expertos: ¿cómo gobernará ahora el Talibán?
Aunque en sus primeras conferencias de prensa, declaraciones y entrevistas mostraron una moderación nunca antes vista, muchos dudan de su sinceridad, sobre todo después de sus primeras horas en la capital, donde las imágenes de mujeres fueron cubiertas con pintura y a las féminas se les obligó a llevar nuevamente el burka (una vestimenta que cubre todo el cuerpo, incluido el rostro).
El movimiento fue fundado a principio de los 90 del pasado siglo por veteranos de la guerra contra la Unión Soviética (1978–1989), apoyados entonces por los Estados Unidos y aliados como Pakistán.
Aunque la milicia está integrada por miembros de las numerosas etnias presentes en Afganistán, sus bases de apoyo siempre estuvieron en el sur y el oeste: la tierra de los pastunes, que representan alrededor de un 40 por ciento de la población total del país.
En pastún, “talib” significa estudiante (plural talibán), pues se cree que los gérmenes de la milicia, comandada en sus inicios por el mulá Omar, están en las madrasas (las escuelas islámicas) pakistaníes, muchas de ellas conocidas por sus posiciones radicales, una situación que el Gobierno de Islamabad intenta cambiar.
Precisamente, esas madrasas fueron durante años una reserva militar y de cuadros para el movimiento, teniendo en cuenta que los pastunes pakistaníes suman más de 20 millones y viven a lo largo de la frontera común.
Al igual que ahora, mediante la fuerza, sobornos y amenazas a tribus y a muchos de los llamados señores de la guerra, ocuparon gran parte de Afganistán en una relativamente corta campaña, una posición que reforzaron tras conquistar Kabul en 1996.
Rápidamente se dieron a conocer por sus posturas extremistas y su total desprecio a las leyes internacionales, como mostraron con el asesinato en 1998 de nueve funcionarios iraníes en la norteña ciudad de Mazar–e–Sharif durante el asalto al Consulado de Teherán, o la violación dos años antes de la Embajada de la ONU en Kabul para secuestrar y luego asesinar al expresidente Mohammad Najibulá.
La destrucción de los budas gigantes de Bamiyán, la obligación de los hombres de llevar barbas y la prohibición del trabajo femenino y la televisión, fueron solo la punta del iceberg de las numerosas medidas represivas y radicales del grupo, que condujeron a su aislamiento casi total, pues solo tres países lo reconocieron diplomáticamente.
Tras la muerte de Omar y de su sucesor, Ajtar Mohamed Mansur, el poder llegó a los manos de Hibatullah Akhundzada en 2016, quien ahora aparece como el gobernante de facto del país.
Sin embargo, los primeros indicios apuntan a que este último no gobernará directamente el país, sino que lo hará un lugarteniente.
Se barajan muchos nombres, pero solo dos destacan sobre los demás: el mulá Abdul Ghani Baradar, y el mulá Mohammad Yaqoob, aunque el Talibán puede dar una sorpresa.
Baradar tiene a su favor la imagen como fundador del grupo, junto al mulá Omar, y fue el encargado de negociar con Washington, lo cual lo catapultó como una figura conocida.
Como hijo de Omar y jefe del aparato militar, Yaqoob tiene mucha ascendencia en el interior de la organización. Incluso tras la muerte de Mansur fue considerado por un amplio sector como su líder, lo que provocó una división cuando fue elegido Akhundzada.
Aunque en medios de prensa occidentales se considera como otro candidato a Sirajuddin Haqqani, cabecilla de la red Haqqani, muchos dudan de esa posibilidad por su prontuario criminal, lo cual empañaría, y muchísimo, el cambio de imagen que intentan mostrar los seguidores del mulá Omar.
Creada por su padre Jalaluddin Haqqani, esa organización aceptó el liderazgo del Talibán en 1996, aunque siempre mantuvo gran autonomía, como evidencian los mortíferos atentados que reivindicó a lo largo y ancho del país durante años.
Tras la derrota de los Estados Unidos y el cambio del viento en la tierra de los afganos, la comunidad internacional mira atentamente cada paso del hermético movimiento, y aunque algunos hablan de una nueva mentalidad, son pocos quienes realmente lo creen.
Kabul, 24 de agosto 2021.
Crónica Digital / Prensa Latina.