A ochenta y nueve años de la República Socialista de 1932: una respuesta

Las últimas décadas del acontecer mundial y nacional son las más exigentes que hayamos vivido quienes somos militantes de la causa socialista. Nunca como ahora nuestras convicciones habían sido tan desafiadas.

Coincidimos con otros tres ex presidentes del PS, que aún militan en sus filas (Andrade, Escalona y Núñez), en que el PS a través de su existencia hizo un aporte decisivo a las conquistas de la clase trabajadora y de los sectores más explotados y discriminados del país. Esa historia no sólo enorgullece a sus militantes sino también a toda la izquierda chilena. Muchas de esas conquistas las logramos luchando codo a codo con los compañeros del Partido Comunista: en el Frente Popular en los años 30, en el Frente de Acción Popular en los 50 y los 60, en la Unidad Popular en los 70 y en la resistencia a la dictadura en los 80.

La historia de relaciones entre el PC y el PS está jalonada de momentos donde predominaron las diferencias y hasta la confrontación y de momentos, los más, donde primó la unidad, sin que ninguno de los dos reclamara primacía o intentara ejercer subordinación. Porque ambos partidos entendíamos que sólo juntos, cada cual con su perfil, podíamos hacer avanzar la causa de los más explotados y desposeídos. Fue la base del gran movimiento popular que condujo a Allende a la victoria y que llevó adelante un proyecto socialista de trascendencia universal, fundado en la indisoluble vinculación entre democracia y socialismo.

El Partido Socialista atraviesa hoy por uno de sus momentos más difíciles. Repudiado, junto al resto de los partidos por el pueblo movilizado, acusado de haberse comprometido con el modelo neoliberal y con una alianza centrista que lo desperfila y aparta de su trayectoria histórica, ha perdido a cientos y miles de valiosos y valiosas militantes. Se ha transformado en una organización clientelar donde predominan los intereses personales de la oligarquía dirigente, habiendo renunciado por su práctica política al proyecto histórico de terminar con el capitalismo salvaje y construir una nueva sociedad que deje atrás la explotación y los abusos y en la que prevalezcan los principios socialistas de la libertad basada en la solidaridad y la justicia social y en la democracia política y también económica. Y hoy su dirigencia se va alejando definitivamente de las convicciones anticapitalistas y revolucionarias que le dieron origen y lo arrastran a la definitiva irrelevancia política. Su dirigencia, ciegamente, insiste en mantener su alianza con las fuerzas centristas, que en su momento fue necesaria por el contexto histórico determinado por la dictadura y la permanencia de muchas de sus reglas del juego. Pero esa etapa ha sido superada por la historia. El pueblo de Chile está marcando nuevos rumbos, muchos más cercanos a nuestros sueños históricos, y es con ellos que los socialistas deben identificarse.

Hoy, cuando la movilización social ha abierto paso a la posibilidad cierta de cambiar esa camisa de fuerza constitucional y de abrir paso a un nuevo proyecto democrático popular para Chile, es vital la unidad de la izquierda. Eso significa procurar un amplio entendimiento con todas sus expresiones orgánicas actuales, incluyendo desde luego al Partido Comunista.

Pero esta es una afirmación difícil de entender para los dirigentes del PS herederos de la “Constitución de Lagos”, aquella que según el ex presidente unía a todos los chilenos, haciendo caso omiso a que en su esencia continuaba siendo la misma trampa maligna neoliberal ideada por Guzmán, o para los que calificaban el reclamo de una Asamblea Constituyente como una alucinación causada por una droga.

La actual dirigencia socialista, por el contrario, alienta la derivación del PS hacia posiciones “socialdemócratas”, ajenas a su historia e identidad y le ponen el apellido “democrático” al socialismo de sello neoliberal que promueven. Desconocen con ello que para Salvador Allende, como para Eugenio González Rojas, redactor del Programa de 1947, y quienes nos identificamos con su legado político, el socialismo para ser tal debe ser la máxima expresión de la democracia, o no es socialismo. La ausencia total de reflexión de los dirigentes del PS sobre la naturaleza de la democracia a que aspiramos los mantiene donde están, estancados en la historia transicional e incapaces de asumir las nuevas realidades y nuevos caminos abiertos por nuestro pueblo. Chile demanda otra democracia, profunda, representativa y con mecanismos de democracia directa también, con real justicia social y económica. La izquierda es su principal arma política para establecerla. Por eso construir izquierda es un imperativo de esta hora y en ello debiéramos comprometernos todos quienes abrazamos auténticamente las ideas socialistas.

Es también lamentable la ausencia de ideas de los compañeros “socialistas democrático- representativos” que firman la carta a que damos respuesta en cuanto a la naturaleza de las fuerzas políticas en la nueva democracia y la vinculación que deben tener con los movimientos y organizaciones sociales. El actual PS, con la honrosa excepción de algunos militantes que se han atrevido a levantar la voz a pesar de la persecución oficialista de la que son objeto, parece estar contento tal como es, a pesar de su erosión y de su distanciamiento del pueblo. Los socialistas, y la izquierda en general, debemos explorar formas innovadoras de organización y participación política que den efectiva influencia al militante y a las organizaciones sociales territoriales, que sean adecuadas para una redistribución del poder democrático y otorgue auténtico protagonismo a los ciudadanos. Chile despertó pero el PS sigue en su letargo y descomposición burocrática, con su dirigencia acomodada en sus privilegios y prebendas.

El país atraviesa por momentos de definiciones políticas cruciales. Existe la posibilidad cierta de que el pueblo chileno avance un paso gigantesco para tomar en sus manos la construcción del futuro. El Partido Socialista tiene una responsabilidad importante en todo lo acontecido en estos treinta años, tanto en los avances como en los fracasos. En especial debe reconocer, y asumimos la parte que nos corresponde en ello cuando lo lideramos, su limitada efectividad para ejercer su función de fuerza política de izquierda en la coalición de la que fue parte en esos años, y así contrabalancear a las fuerzas que en el seno de esa coalición se sentían cómodas o, más aún, apoyaban con entusiasmo el modelo neoliberal. Esta tarea, compleja en los gobiernos de los años 90, en que Pinochet seguía siendo personaje poderoso, debió ser asumida con más fuerza en la primera década del siglo XXI cuando hubo gobiernos de liderazgo “progresista” o socialista. Sin embargo, la profundización neoliberal siguió adelante y, como corolario, destacados dirigentes del PS establecieron estrechas relaciones con grupos empresariales y más tarde se hicieron parte, sin tapujos, de los directorios de las empresas de los grupos económicos que monopolizan el poder en Chile. La adhesión conservadora y la pasiva o activa complicidad del “progresismo” se unieron al final en un mismo propósito, con las consecuencias conocidas.

En la reciente carta de tres ex presidentes del PS -Andrade, Escalona y Núñez-, que ejercieron sus cargos en estos treinta años, no hay una palabra de autocrítica verdadera. Su única preocupación es la defensa malentendida de una dignidad partidaria que estaría siendo vulnerada por juicios emitidos por dirigentes del PC respecto al papel de la alianza de centroizquierda de la que el PS es parte. Como socialistas, nos importan esas críticas porque se refieren a nuestras propias conductas como dirigentes del PS en aquellos años y nos obligan a mirarnos de manera más profunda y auténticamente autocrítica y no a reaccionar desde una falsa dignidad. Pero mucho más que las opiniones de dirigentes del PC, son las críticas de nuestro propio pueblo las que más impactan nuestra conciencia, porque enrostran al PS debilidades e inconsecuencias que lo han llevado a su lamentable condición actual, que sus dirigencias en ejercicio no son capaces de enfrentar.

Por nuestra parte, seguiremos intentado contribuir a la recuperación del legado de Allende y del socialismo chileno, para que nuevas generaciones puedan enriquecerlo, renovarlo y fortalecerlo y lograr hacer realidad los sueños de tantos y tantas que han entregado su vida a esta noble causa.

Jorge Arrate, Presidente del Partido Socialista de Chile (1990-1991) Germán Correa, Presidente del Partido Socialista de Chile (1992) Gonzalo Martner, Presidente del Partido Socialista de Chile (2003-2005)

Santiago de Chile, 11 de junio de 2021
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