Según algunos estudios de prestigio, en Chile se estima que más de 4 millones de personas mayores de 15 años han presentado algún trastorno psiquiátrico durante su lapso de vida y que 3.010.538 lo han padecido en los últimos 12 meses. (1)(2)
Para el primer cuatrimestre de 2020, la proporción de licencias médicas electrónicas relacionadas a trastornos mentales es de un 29% sobre el total, superior en 4 puntos porcentuales en relación al mismo cuatrimestre en 2019. En abril de 2020, esta proporción aumenta a un 36%. De esta manera se considera la primera causa de ausentismo laboral. (3)
Y sobre esas deficiencias estructurales, se nos vino el coronavirus.
Nuestra actividad diaria se vio repentinamente alterada y a pesar que se proyectaba como una situación pasajera (hubo voces que hablaban de hasta 5 meses), nuestra rutina desde los más básicos momentos nunca más volvió y probablemente no volverá a ser la misma.
Debimos aprender a lavarnos las manos una vez más, debimos aceptar alejar de nosotros la tan arraigada y tan latina costumbre de saludarnos de abrazo y beso en la mejilla. Aprendimos palabras nuevas y debimos acostumbranos a vivir con un creciente temor por nosotros y por los nuestros, para que “la enfermedad” como dice mi hija de tres años no nos alcanzara. Extremamos las medidas casi hasta la paranoia.
Sin desconocer que a cada cual le resulto complejo, imaginen para nuestros padres que son prácticamente analfabetos digitales, el relacionarse con redes sociales y permisos virtuales o el aprender a usar Código QR o la comisaría virtual, significó en muchos casos la renuncia forzada a salir de sus casas. ¿Quién cubre sus necesidades emotivas y de vinculación con sus seres queridos?
Al encierro al que nos tiene acostumbrado la cuarentena se suma la imposibilidad de trabajar. El temor a perder las fuentes laborales, los emprendimientos, el sustento. 2 millones 800 mil personas – según publica el diario “El Mostrador” en su edición de abril de 2020 – serian trabajadores por cuenta propia, los más desprotegidos del sistema económico chileno. Muchos de ellos hoy día cesantes o sobreviviendo a duras penas y endeudados.
Aquellos que más aún deben ver como las cadenas de supermercados ofrecen lo mismo que a ellos se les tiene prohibido en sus pequeños comercios que se mantiene cerrados. Discriminación productiva que se acentúa con la indiferencia de las autoridades sanitarias.
Debimos aprender y soportar el quedarnos encerrados forzadamente mientras nuestro mundo familiar, laboral, financiero se venía abajo sin que existiera una preocupación real por nosotros.
Eso por el lado del usuario, porque por el lado de los prestadores, debimos asumir una priorización de las atenciones en post del Coronavirus, médicos y personal clínico de todas las áreas fueron destinados a la “primera línea” y todos los demás tuvimos que cubrir áreas que tradicionalmente son consideradas más prioritarias, privilegiando el continuo de las terapias farmacológicas y controles que no pudieran ser suspendidos.
Por supuesto que eso desencadenó stress en los equipos, incertidumbre sobre el futuro, miedo al contagio y dificultades laborales. El teletrabajo que surgió como la solución al cuidado de los menores en los domicilios por la suspensión de las actividades académicas, terminó siendo una doble carga laboral. Asumida en muchas ocasiones por las mujeres. Como históricamente ha sido en esta sociedad machista.
Entonces ante esta situación no es extraño que los servicios de salud mental estén – a 9 meses del inicio de la pandemia en Chile – entrando en su propia crisis como queda demostrado en el servicio de psiquiatría de Puerto Montt que tenía hace un par de días al menos 10 personas con cuadros de depresión severa, (considerado una urgencia en salud mental), sin poder ser ingresados lo que permite que algunos medios hablen de colapso. En una ciudad que lleva más de 110 días en cuarentena y que no muestra signos de recuperación.
Porque las proyecciones son que dado que nunca se ha tenido en cuenta la importancia de la salud mental a la hora de las políticas públicas y como consecuencia de la sindemia de Coronavirus, será precisamente la salud mental nuestra próxima crisis sanitaria.
Por lo tanto se requiere hoy día, de una vez por todas potenciar las políticas publicas en salud mental con herramientas reales, con financiamiento suficiente, con infraestructura y sobre todo con formación de recurso humano suficiente.
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(1)VICENTE, Benjamín; SALDIVIA, Sandra y PIHAN, Rolando. Prevalencias y brechas hoy: salud mental mañana.2019
(2) OPS/OMS Chile – Salud mental | OPS/OMS. 2019
(3) SuperIntendencia de seguridad social. 2020
Por Luis Navarro Castillo. Matrón, Magister (c) en Gestión Estratégica en Salud
Santiago de Chile, 23 de noviembre 2020
Crónica Digital