Por Marcel Garcés Muñoz
Un conjunto de componentes políticos, sociales, económicos, institucionales, y una incapacidad o falta absoluta de deseo de sus elites políticas y económicas para enfrentar la crisis que vive el modelo de mercado y un escenario de corrupción, lucro desatado, prácticas antidemocráticas, y luchas intestinas entre las tribus oligárquicas locales, están en el centro de la crisis de gobernabilidad, de desprecio de la institucionalidad, es lo que ha quedado en evidencia en los recientes sucesos políticos y sociales del Perú.
Tres presidentes se han sucedido, en menos de una semana, en escenario de crisis profunda, de despliegue criminal de la fuerza para sofocar la protesta popular, que se ha tomado la calle, y las elites políticas, apresuradas en una desesperada operación de salvataje, en buscar salidas, sofocar el caos institucional, el incendio que ellos mismos provocaron de manera irracional, irresponsable, pero también inevitable.
La destitución de Martin Vizcarra el 9 de noviembre, acusado de “incapacidad moral permanente”, sobre la base de acusaciones de corrupción, sin presentar prueba alguna y una votación legislativa que no resiste la mas mínima valoración democrática, alzó el telón de una comedia de absurdos,
Vizcarra, que era Vicepresidente del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, asumió el cargo de Presidente cuando éste fue forzado a renunciar por acusaciones de “corrupción”, el 23 de marzo de 2018.
El 9 de noviembre de 2020 le tocó el turno a Vizcarra La mayoría del congreso lo destituye y asume, un día después, el presidente del Legislativo, Manuel Merino, quien a su vez duró solo 5 días en el cargo, arrinconado por manifestaciones ciudadanas en protesta por lo que fue considerado un Golpe de Estado, y por el asesinato de dos estudiantes por la represión policial.
Merino, como era esperable, designó como ministros de su efímero “gobierno” a conocidos políticos de centro derecha y de la derecha más recalcitrante del país.
Finalmente- por ahora, el Congreso designó como Presidente al centrista Francisco Sagasti, que asumió con críticas a la clase política del país, reivindicando las protestas y pidiendo perdón por la muerte de los dos jóvenes manifestantes.
Pero deberá enfrentar no solo las elecciones presidenciales del 11 de abril próximo, sino una falta de confianza en toda la clase política, además de una crisis económica galopante (el FMI señala que la economía peruana se hundirá a un 13.9 por ciento, la mayor caída de la región a causa de la pandemia), siendo Perú el país con la mayor mortalidad por coronavirus de la región , más de 35 mil muertos, a lo que se agrega las desigualdades sociales, y altos niveles de informalidad laboral.
Enceguecidos por la soberbia del poder, los legisladores peruanos no supieron leer la real dimensión de su fracaso como clase política, y prefirieron cobrarse la cuenta de sus desaciertos históricos, y sus ansias de revanchas mutuas, sin darse cuenta la magnitud de la tormenta social y política que iban a desatar en un país y una sociedad fragmentada.
Nada podría afirmar que las sucesivas designaciones por los mismos que derribaron al gobierno de Vizcarra, es decir el Legislativo peruano, iban a permitir la estabilidad, el orden, la seguridad del país, y sobre todo de respuesta a la crisis de gobernabilidad y al respeto de la democracia y los derechos ciudadanos.
La crisis en las altas esferas de Perú, constata y confirma, el rechazo, la desconfianza ciudadana, y la determinación de cambio del pueblo o de la calle- de la que tanto se abjura y se teme, en las riberas del Rimac, o del Mapocho, dicho sea de paso.
Pero al mismo tiempo la crisis, las circunstancias, la expresión popular han expresado una crisis de gobernabilidad, de responsabilidad política, y un agotamiento de la forma en que las oligarquías locales, los grupos empresariales cada vez más internacionalizados, manejan los instrumentos del poder y sobre todo, su desprecio por la institucionalidad democrática, y los derechos de los ciudadanos.
Hay quienes en Lima, y desde las esferas del poder político, pretendieron que en las legítimas acciones de protesta del pueblo peruano, habrían sido estimuladas, por fuerzas “oscuras” desde fuera de las fronteras, o por extremistas interesados en la desestabilización.
Pobre argumento, que recuerda a los chilenos las supuestas conspiraciones “comunistas”, cubanas o venezolanas, que habrían estado tras las movilizaciones en rechazo a las políticas neoliberales del año pasado, hechas desde La Moneda, en una reedición de la “Guerra Sucia” con la que intentó justificar sus crímenes la dictadura de Pinochet, el mayor terrorista quizás de la historia de Chile.
Lo que deberían aprender los gobernantes y elites políticas y económicas peruanas, como aquí lo han tenido que hacer a regañadientes, desde La Moneda, es que no se puede, ¡ni se podrá en adelante! acusar a fuerzas foráneas o a conspiraciones de “encapuchados”, de los problemas sociales que han causado con sus políticas o sus incapacidades o malas gestiones, de su ineficacia, o de la corrupción y el saqueo de las riquezas nacionales.
Lo que queda meridianamente claro, en los sucesos peruanos es que, primero, la crisis no tiene que ver con un tema solo de decencia o moralidad pública, ni siquiera de políticos corruptos, legisladores trasnochados sin honor, o simplemente de mafias instaladas en el Legislativo.
De lo que se trata es de un enjuiciamiento de las masas, de la juventud, de las mujeres, de los trabajadores, de los excluidos, del sistema en su totalidad, del modelo neoliberal, del abuso.
A las elites peruanas, a sus políticos , les afectó un mal conocido en Chile y otros países de la región: el desconocimiento, no por falta de evidencias sino de voluntad o desprecio por las necesidades y demandas del pueblo, los ciudadanos, de “la calle”.
Y ya estaría bueno que en nuestra región tengamos en cuenta como actores legítimos del acontecer político a los nuevos protagonistas sociales, a los nuevos liderazgos y fuerzas en marcha.
Lo real es que el malestar social, la injusticia económica, las carencias de la mayoría nacional, la miseria de los peruanos le ha pasado la cuenta a una oligarquía, que en medio de la borrachería de un supuesto despegue económico del Perú, que solo beneficia a una ínfima minoría (entre ellos algunos chilenos que han trasladado sus capitales e invertido en buenos negocios del país), es un nuevo y determinante factor y protagonista del acontecer social.
Y puede que eso, moleste o pondrá nerviosos, a algunos políticos y empresarios de allá y de acá.
Bolivia y Brasil, sus resultados electorales y la derrota de Bolsonaro el domingo 15, y la fuerza y valor de una masiva y popular manifestación política de rechazo al modelo neoliberal en Perú, dan nuevas esperanzas.
Y para decirlo claro, las masas peruanas, han expresado claramente, en la calle, y con la fuerza de su derecho y convicciones, su rechazo al sistema económico, social y político que ha llevado a su país a este desastre.
Tal como ha sido en Chile. Y seguirá siendo
Entonces, para culminar este comentario que ha querido ser internacional, habría que decir que “todo parecido con la realidad nacional, no es una mera casualidad”.
Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 1 de noviembre 2020
Crónica Digital