Por Marcel Garcés Muñoz
Los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, que expulsaron de la Casa Blanca, al presidente Donald Trump, tienen relevancia para el carácter de la política de Estados Unidos con América Latina, sus gobiernos, y sus realidades políticas, sociales y económicas, y viceversa.
El presidente chileno, Sebastián Piñera, que no puede evitar el intento de apropiarse de los triunfos ajenos, o busca sacar provecho político o mediático a coyunturas en las cuales no tiene participación o relevancia alguna, saludó tras largas horas de silencio, el triunfo de Joe Biden y Kamala Harris
En un twitter aseguró este sábado 7 de noviembre, que “Chile y EE.UU compartimos valores como la libertad, la defensa de los derechos humanos”, y que con los norteamericanos, “comparte también desafíos como la paz y la protección del medio ambiente”.
Vamos viendo.
Es costumbre protocolar y de respeto a las buenas maneras que se intercambien saludos en situaciones trascendentes a los países, como estas elecciones históricas en Estados Unidos, que significaron el desalojo de un personaje funesto como Donald Trump, justamente repudiado por la mayoría de los ciudadanos de su país.
Los resultados electorales estadounidenses generaron una especie de suspiro de alivio, tanto en el país del norte, como en Europa y el resto del mundo que han vivido cuatro años de incertidumbre, con un individuo cuyo equilibrio mental y conducta merecen serios reparos, que instaló métodos mafiosos, aventureros, irreflexivos e imprevisibles, en sus acciones internas y relaciones internacionales.
Ello al mando de un país determinante, política, económica y militarmente en el escenario global y cuya élite política, económica y militar estima que tiene la misión de tutelar, dominar, y controlar.
Precisamente, una pregunta obvia, que se ha hecho a nivel internacional es el significado que los resultados de la votación del 3 de noviembre en Estados Unidos, tiene para el resto del mundo, en particular para América Latina y por cierto para Chile.
Aquí cabe analizar las orientaciones de nuestra política exterior y la subordinación y compromisos de la “diplomacia” chilena hacia los intereses, órdenes y orientaciones de las políticas de Washington y de su alineamiento entusiasta, aún en casos que violentan las tradiciones nacionales.
Varios ejemplos grafican esta postura de subordinación , pero anotaremos uno a manera de ejemplo.
22-23 de febrero de 2019. Localidad de Cúcuta, en la frontera de Colombia con Venezuela. Bajo la tutela de la Casa Blanca, los presidentes de Chile, Sebastián Piñera, de Colombia, Iván Duque, de Paraguay, Mario Abdo, el Secretario de la OEA, Luis Almagro y el autoproclamado “presidente encargado”, de Venezuela, Juan Guaidó, escenificaron el primer acto de un una invasión militar y un golpe de Estado contra Venezuela y su presidente constitucional, Nicolás Maduro. El papel de payaso, lo ocupa el cantante español en decadencia, Miguel Bosé.
Al presidente chileno, secundado por su entonces mediocre canciller, Roberto Ampuero, converso de comunista a neoliberal, y mejor escritor, y acompañado por un avión de la Fuerza Aérea, ocupado como transporte de “ayuda humanitaria”, que finalmente fue robada en Cúcuta, se le asignó el rol de líder de la burda y finalmente frustrada “operación”.
Pero él se la creyó y llevado por su irrefrenable incontinencia verbal, se largó dos declaraciones que terminaron por hacer intrascendente su presencia en el montaje, y la escena diplomática regional: “”Maduro, tienes los días contados”, “mañana va a ser un día para la libertad y la democracia en Venezuela, América Latina y el mundo entero” (¡nada menos!), además de hacer invocaciones a las Fuerzas Armadas de Venezuela para traicionar su misión y plegarse al golpe de estado pensado por la Casa Blanca y Juan Guaidó.
Ya se sabe el fracaso de la intentona golpista, y del destino posterior de algunos de los protagonistas del “payaseo” de Cúcuta, pero La Moneda ha mantenido su apoyo, refugio y hasta financiamiento de algunos golpistas. Aunque otros, se han dedicado más bien a negocios sucios más rentables.
Pero para Piñera, su “diplomacia” y su subordinación a la política intervencionista de Trump en el lamentable episodio de Cúcuta, fue una de las mayores vergüenzas históricas de la política exterior de Chile.
¿De eso se trata cuando el presidente Piñera, recuerda en su mensaje por el triunfo de Biden, que “Chile y EE.UU compartimos valores como la libertad, la defensa de los derechos humanos”?, cuando en realidad lo que La Moneda compartió con el gobierno de Trump, subordinándose a su estrategia imperial para América latina, para decir de manera suave, fue una puesta en escena para justificar la presencia de mercenarios, y hasta militares de los países involucrados en una operación de invasión a un país soberano.
¿Habría que sentirse orgullosos de semejante montaje miserable, que además resultó una bufonada de Guadió, que solo justificó un gasto inútil de recursos, que fueron recortados a los gastos del país. Y de una dilapidación de un prestigio ganado en la lucha por la democracia y la dignidad?.
O que finalmente tuvo que ser justificado con otra creación circense como el llamado Grupo de Lima, que aún persiste, con Chile incluído, en promover una intromisión militar en un país soberano y digno.
O para no extendernos mucho más en el vergonzante papel que el actual gobierno otorga a la cancillería, enviar una delegación de tercer nivel, a la toma de posición del presidente de Bolivia, Luis Arce, que restableció los valores de la democracia en la nación altiplánica, fue casi una afrenta a un país vecino con el cual interesa cultivar las mejores relaciones y resolver los diferendos que vienen de injustas guerras del pasado.
Esto, luego que el gobierno chileno aceptara sin titubear siquiera, el golpe de Estado que encabezó la “presidenta interina”, Jeanine Áñez en noviembre de 2019, bajo el pretexto de algún “fraude electoral” que habría cometido el presidente constitucional del país, Evo Morales, lo que resultó- a la luz de la realidad no solo una sucia maniobra política, sino que un argumento mentiroso, burdo, delictual y mafioso. Los que fueron aceptados como buenos, por La Moneda, lo que implica una especie de complicidad.
De manera que si el presidente del gobierno chileno quiere tener voz y autoridad en política internacional, debe reconocer mejor la relación entre palabras y obras, entre aceptar la subordinación, o tener la dignidad e independencia de un país soberano.
Pero además, alejarse de sus ideologizados consejeros del Segundo Piso, y atender a las reflexiones y opiniones de los expertos de la Cancillería que aconsejan cursos de acción realistas e independientes del alineamiento con lo peor de la política intervencionista imperante bajo Trump.
Si La Moneda quiere orientarse con los nuevos vientos que ya se están viviendo en Washington, quiere expresar su deseo de congraciarse, colaborar , de relacionarse con el gobierno de Biden, debe comprender que está hablando con alguien distinto con aquel a quien, el propio Presidente Piñera, en la Casa Blanca, en un gesto de subordinación, realmente indigno, regaló una bandera de Chile con una estrellita más inserta en una gran bandera estadounidense.
Y leer con más atención, con comprensión lectora, si no ha recibido un adecuado informe de “inteligencia”, las reflexiones y análisis prospectivos que hacen los expertos de la Cancillería, de su embajada en Washington, su representación en Nueva York, la amplia delegación militar en Estados Unidos, lo que refleja la prensa mundial y las primeras palabras del nuevo mandatario de Estados unidos, y entender lo que le será posible hacer en el enrarecido ambiente del poder y los intereses de Estados Unidos.
Los “desafíos como la paz y la protección del medio ambiente”, que aparecen en el mensaje del presidente Piñera, son, obviamente, grandes objetivos, pero que tienen diversas lecturas según el lugar que ocupes en el escenario global, y hay que tener claros los objetivos, las condiciones políticas, doctrinarias, del poder global, donde se proclaman, y tener la determinación de su defensa en un cuadro de intereses estratégicos, geopolíticos, que los engloban.
Por cierto la celebración multitudinaria del triunfo de Biden, en las calles de las principales ciudades de Estados unidos, generó simpatías en todo el mundo, y muestran una sociedad, que al revés de la caricatura, se interesa en el futuro de la democracia y de los derechos de sus ciudadanos.
Pero también, los resultados constatan una sociedad dividida, confrontada, fracturada. Y los conceptos que se pueden leer en el primer discurso como presidente electo de Joe Biden mantienen en sus líneas conceptuales, el rol que las élites políticas, económicas y militares de Estados Unidos, se auto otorgan, como potencia rectora de la comunidad internacional.
Muchos ciudadanos y ciudadanas de Estados Unidos, confirmaron a la prensa internacional- la chilena en particular que reflejó con profesionalismo, pero también apresurada emoción, esa realidad de felicidad por lo que se configura, donde si bien surge una esperanza, y la demanda por los cambios profundos que la sociedad estadounidense demandó en la elección, también se expresó una clara percepción de los desafíos del próximo período y también la incertidumbre, la conciencia de las amenazas terroristas a la paz interna, a la institucionalidad democrática, a la estabilidad, tras los discursos de odio, de las desmesuradas acusaciones de “fraude”, de robo de las elecciones y del desconocimiento de las normas de la democracia que provienen desde la propia Casa Blanca, de la criminalización de las demandas de los grupos de desposeídos, la descarada actuación de los grupos armados, de los “supremacistas blancos” que han hecho del racismo, de la persecución de hasta los niños de los inmigrantes y los afronorteamericanos, de las minorías sexuales, de las mujeres, un objetivo de la violencia y del crimen.
Los patéticos llamados de Trump a desconocer el proceso electoral, como “Paren de contar” los votos, refleja el odio, el rechazo, la desconfianza y el desconocimiento, la descalificación de las normas democráticas, y la pretensión de desconocer la labor de los órganos que ejecutaban los escrutinios , resonó en todo el mundo como una muestra del “fascismo corriente” que parece imponerse- a estímulo de Trump, y el grupo neofascista de su entorno y que quisieran extender al conjunto de la elite política estadounidense.
Por cierto que ahí está el riesgo principal.
La propagación de ese virus político social,-una nueva versión del fascismo hitleriano-, a otras regiones del mundo, en particular América Latina, la irrupción de los Bolsonaro, de los Kast, de los Macri, de los Duque o Uribe, y otros, son alimentados –o financiados más bien- en otros países de la región y del mundo, es una amenaza político social de proporciones, para la democracia, los derechos sociales, los derechos humanos, y la estabilidad de nuestras sociedades, la paz social, la vida, los derechos humanos, y la institucionalidad democrática.
Es en este escenario, donde debe entenderse la confrontación política estratégica. que se evidenció y expresó en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y que puede infectar o propagarse como pandemia en otros países, en primer lugar , de la región, Chile, en particular.
Y debemos sacar las lecciones pertinentes en cada uno de los escenarios locales.
No es extraño que en la retórica electoral de Trump, se acusara a Biden de intentar llevar a Estados Unidos “al socialismo”, se montara una campaña del terror típica de los años de la “Guerra Fría”, acusando a Venezuela, a Cuba, a China, a Rusia, de “conspiraciones internacionales”, saboteadores, extremistas, violentos, a los migrantes, la criminalización de los manifestantes y la justificación de la violencia represiva policial, todo lo cual hemos visto en nuestros escenarios locales, y de boca de políticos de gobierno o columnistas y cabecillas de organizaciones neo facistas, o de pandillas armadas de la UDI, o de militares en retiro, o de la prensa subordinada.
Esto tiene que ver con Chile y los momentos de confrontación con que la derecha pretende impedir el proceso Constituyente, o lo que es lo mismo el fortalecimiento de la democracia en el país, y un país más justo,
Esto tiene que ver, en Chile, con nuestra lucha política por una nueva constitución, por la profundización de la democracia, y por la defensa de ella con todas las fuerzas políticas y sociales que logremos convocar.
Y con toda la decisión política y social que convoquemos, en un espíritu de unidad, de amplia convocatoria y de determinación patriótica.
No hay que equivocarse. Y la decisión democrática de unidad y acuerdo programático, no deben ni demorarse ni enredarse en discusiones superfluas o de intereses subalternos. De lo contrario, la historia nos pasará la cuenta. Y después ya no caben ni lamentaciones ni explicaciones inútiles.
Tenemos tareas inmediatas e irrenunciables: elegir a los mejores representantes de los demócratas, del pueblo, de los luchadores sociales y honestos defensores de las demandas populares para la Convención Constitucional, asegurando la mayoría necesaria para defender los cambios, y derrotar las pretensiones de la Derecha de desvirtuar el proceso y boicotear el objetivo renovador y de profundización de la democracia, para luego elaborar la nueva constitución reclamada por los chilenos con el proceso de protesta y el despertar social del 18 de octubre de 2019 y el 25 de octubre de 2020, con el 80 por ciento del Apruebo, en el Plebiscito Constitucional.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile 9 de noviembre 2020
Crónica Digital