Hemos venido escribiendo en otras columnas sobre el impacto que tiene en el quehacer económico-financiero, y político-cultural global, la consolidación de enormes corporaciones y/o empresas multinacionales desde que el neoliberalismo se hizo ideología dominante e implosionó el socialismo histórico. Hoy lo podemos ver no solo en la lucha que libran por copar mercados, inversiones, y hacerse de los recursos naturales en cualquier lugar del planeta, o de mano de obra barata y desprotegida, sino también en su incidencia en la vida política y social de cada uno de los países del mundo. Por cierto, las grandes corporaciones y multinacionales no actúan solas. Tienen como apoyantes a ciertos Estados “forajidos” –los EEUU en primer lugar-, que caotizan las relaciones internacionales en su ambición de poder ilimitada a nivel global y subordinan a los eventuales competidores (Unión Europea por ejemplo) o lisa y llanamente, inician guerras encubiertas o abiertas contra aquellos gobiernos y países que no quieren dar su brazo a torcer. Por supuesto, no hay que ser ingenuo: esas guerras e intervenciones ilegales (contra Irán, Venezuela, Cuba, Siria, Irak, Afganistán, Palestina, Yemen, entre otros) las realizan siempre, como no, a nombre de…la democracia, los derechos humanos o, aunque ahora menos, los valores cristianos y “occidentales”. ¿A esto se le llamará “nuevo” orden mundial? .
Las economías dichas “abiertas” -como la nuestra- que persiguen el máximo de integración en el mercado mundial (claro, como vagón de cola) sufren, al mismo tiempo, de la máxima destrucción de la sociedad nacional y de su soberanía. Los únicos que no quieren ver estos fenómenos son nuestras elites económicas y políticas derechistas y algunos aliados de “centro” que logran embaucar. Es pertinente traer a colación esta cuestión, al menos por dos motivos: uno, porque estamos en septiembre (fatídico y trágico septiembre) donde se hacen gesticulaciones y discursos vaciados de realidad por parte de las elites y las grandes empresas sobre la patria, la independencia, la nación o la bandera ; el otro, porque en un proceso de reinvención constitucional habrá que considerar seriamente la preeminencia y dominio sobre nuestros recursos fundamentales que tienen las corporaciones transnacionales (aguas, energía, comunicaciones, cobre, glaciares, tierras…) y la falta de una regulación fundamental sobre ellas y su accionar. Es decir, tenemos que deliberar sobre cómo, en la realidad, estas grandes empresas intervienen y afectan cotidianamente el ejercicio soberano de la política, de la sociedad y pasan a llevar los derechos humanos de los sujetos y de la naturaleza. Nos dejan la verdad sin soberanía real, ni sobre el país, ni sobre nosotros mismos. Sin embargo, alguien como Ricardo Lagos se ufanaba –hace no mucho- hablándole a los derechistas venezolanos, de que el 95% de la maquinaria económica chilena está en manos del capital extranjero y que funciona bajo los parámetros de los Tratados de “libre” Comercio (TLC) que los gobiernos han firmado (citado por Arturo Alejandro Muñoz en Clarin.cl). Ahora mismo, por ejemplo, nos enteramos que Aguas Andinas está vendiendo su “negocio” del agua a otra transnacional. ¿Qué le parece?
Como bien sostiene Graham Vanbergen “Lo que ahora estamos teniendo es la “anarquía” de los muy ricos y las corporaciones más poderosas. La lista de la vergüenza es interminable: fabricantes de armas, automóviles, bancos, laboratorios farmacéuticos, industrias de alimentación, medios de comunicación, empresas educacionales, fondos de inversiones, entre otras muchas áreas”. Pero no solo eso. Esta “anarquía” de los muy ricos y las grandes corporaciones se sostiene en “Colosales delitos económico-financieros, evasiones impositivas monumentales (no olvide los Paraísos Fiscales ni los Panamá Papers por si acaso), daño ecológico a escala industrial e incesantes guerras ilegales para asegurar un ininterrumpido suministro de recursos constituyen el vergonzoso sistema basado en la codicia corporativa”. Algunos afirman incluso que todo esto conforma “la nueva normalidad”. ¿ Qué tendría de nuevo este “des-orden? ? Los únicos que no quieren ver estos fenómenos son nuestras elites de poder derechistas y algunos de sus aliados dichos opositores y “centristas”, que no tienen inconvenientes en trabajar con o para esas transnacionales o sus gobiernos apoyadores. También se hacen los ciegos muchos de nuestros “analistas” internacionales que pueblan la televisión u otros medios y se quedan en la mera formalidad o en la periferia de estos temas. Y son asuntos públicos de la máxima importancia como usted puede ver lector/lectora. Es muy probable que la llamada “nueva normalidad” refleje bien algo que alguna vez dijo –en la antigüedad-, Marco Aurelio: “la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que cualquier epidemia”. Habría que tenerlo en cuenta, no le parece?.
Por Pablo Salvat
Doctor en Filosofía Política Universidad Católica de Lovaina
Crónica Digital
Santiago de Chile, 17 de septiembre 2020