Mi esposa viajó a Buenos Aires por cuatro días. Otro congreso. En mi condición de jubilado, abandoné esa práctica hace años. Al principio, estas reuniones internacionales resultan apasionantes. Después se transforman en rutinarias. Uno ya sabe qué va a decir cada viejito famoso y se ha acostumbrado a ver a los más jóvenes redescubriendo la pólvora con los ojos llenos de estrellas.
Uno de los viejitos era un amigo húngaro (por fortuna, húngaros y chilenos compartimos un idéntico sentido del humor), y una vez lo acusé, en broma, de haber presentado el mismo paper en cada congreso desde 1968. Celebró mi ocurrencia con garabatos chilenos y carcajadas.
Bueno, mi mujer en Baires y yo en Santiago con la gatita. Se llama Azaranzazu. Siempre me dicen que ese nombre no existe. Me resulta obvio que sí existe, y la prueba es la gatita. Muy consciente de pertenecer a una especie superior al ser humano (¡qué duda cabe de eso!) me hace el honor de acompañarme en el sofá, hecha un ovillo, mientras yo me sumerjo en alguna de mis actividades de jubilado.
Leo, practico percusión con mi bombo legüero argentino, exploro los millones de rincones de Youtube. Veo y escucho una y otra vez canciones inmortales como “She’s a woman to me”, de Billy Joel, “Zamba y acuarela”, de Raly Barrionuevo, “Losing my religión”, de REM. A veces intento bailar algunos temas. Aún no me sale el “running man”, paso fundador del shuffle dance. Keep trying, old boy! (¡sigue intentándolo, viejo!)
Me traslado al estudio, donde está el computador. Azaranzazu llega luego y se acuesta detrás de la pantalla. En ocasiones me dice “wekewek” o “gangñam”. Suenan como consejos. La sabiduría de la familia felidae, que lleva 25 millones de años sobre este planeta, debe ser masiva. Los humanos, contando unos cuantos monos, no llegamos a siete. Cuando quiere que la acompañe a comer, simplemente me dice “miau”. Befehl ist Befehl (una orden es una orden, decían los nazis).
Leo mi correo, lo respondo, envío información a mi grupo Google y a menudo polemizo con viejos amigos. Uno de ellos hace un análisis del estallido social (lo llamo “el despertar de octubre”), pero ignora en su recuento a las feministas. Le digo que comete un error, que Lenin, a quien admira, no habría hecho. Le recuerdo que, en el tren alemán sellado que lo llevó desde Suiza de vuelta a Rusia en abril de 1917, llevaba no sólo a Nadezhda (Esperanza) Krúpskaia, sino también a Inessa Armand, ambas notables dirigentes.
Armand fue la más explícitamente feminista de las dos y escribió mucho al respecto. Krúpskaia fue la creadora nada menos que de todo el sistema de educación y de la red de bibliotecas de la Unión Soviética. ¡Wow!
No era miembro del Comité Central Bolchevique por ser la esposa de Lenin, sino por haber sido un alto cuadro del partido desde su fundación en 1903. Fue aprisionada, maltratada y enviada a Siberia. Acompañó a Lenin en su exilio y se enfrentó a Stalin hasta la muerte de Ulianov en 1924. A partir de entonces, Stalin dejó de atacarla. Habría tenido que matarla y eso podría haber conducido a un alzamiento popular que lo barriera. El georgiano eliminó a todos los cuadros bolcheviques que podrían haberle hecho sombra: Trotsky, Kaménev, Zinóviev, Ordzhonikidze, Kirov, Bujarin, pero nunca se la pudo con Krúpskaia, quien mantuvo su condición de miembro del Comité Central del PCUS hasta su fallecimiento en 1939.
Ignora a las feministas a tu riesgo, le digo a mi amigo. Además, la Gladys no te lo habría perdonado.
Cuando estima que ya he trabajado lo suficiente, mi gatita camina sobre el teclado y me fuerza a guardar lo avanzado. A veces activa la impresora. Estoy seguro de que lo hace a propósito. Me mira y cierra lentamente sus bellísimos ojos. En lenguaje de gato, significa “I love you”. Me emociono.
Recibo por WhatsApp una consulta: ¿qué es un paper WOS (World of Science, que antes se llamaba ISI, Institute for Scientific Information)? Lo explico y me acuerdo de que, a pesar de mi estatus de jubilado, tengo dos in mente. Uno (no revelaré su nombre) está casi listo y planeo enviarlo a una revista de Humanidades.
El otro se titula “Hydrodynamic coupling of reactive electro dialysis and electro hydrolysis cells for the production of copper, ferric compounds and sulphuric acid”. Aún no lo escribo y será una propuesta técnica, dado que el trabajo no se ha hecho ni siquiera a escala laboratorio. Hay una revista WOS que publica este tipo de artículo. No falta de qué reírse, pienso.
Retorna mi esposa de Baires. Después de nuestros saludos y cariños y de que Azaranzazu se meta dentro de la maleta recién abierta a explorar su contenido, el ángel que el universo me regaló me hace entrega de algunos presentes. Uno de ellos es un libro de Isabel Allende. Se titula “Amor”. Contiene una introducción de la autora y una selección de escenas de amor de sus muchos libros, hecha por sus editores.
Su primera obra, “La casa de los espíritus”, me convenció de que estaba ante una gran escritora. Predije que iba a ser un fenomenal éxito de ventas y que, como resultado, iba a tener en contra al sector más intelectual de la literatura chilena y latinoamericana.
Claro, no resulta cómodo para un sesudo autor que logró vender doscientos ejemplares de su último libro, compararse con aquella dama que no baja de los quinientos mil. Por cierto, “La casa de los espíritus” no es “Sobre héroes y tumbas” ni “Rayuela” ni “Conversación en la catedral”. El camino literario de Isabel va por otro lado y la acompaña una marcha infinita de lectores.
La introducción de “Amor” es simplemente genial. Isabel cuenta, en su particular narrativa, su historia romántica personal, desde la infancia hasta la madurez, con envidiable honestidad envuelta en un despliegue de humor y reflexiones.
La selección de escenas cubre las principales versiones del amor (primero, pasión, celos, humor, magia, etc.) en palabras a veces muy simples y a veces muy elaboradas, pero siempre con la marca de su poderoso oficio.
Por allí me encontré con una cita suya que no había leído, pero que descubrí por mi propia cuenta después de los 40: “La única manera de que las mujeres escuchemos es si nos susurran al oído. El punto G está en las orejas; quien ande buscándolo más abajo pierde su tiempo y el nuestro”. Maestra.
He escrito mucho (ciencia y tecnología, humanidades y ciencias sociales) y últimamente me ha dado por meterme en la ficción. Tengo un libro terminado y estoy buscando quien me lo publique. Pero sé que, por más que me esfuerce, jamás tendré el arte de Isabel, su habilidad para “convertir en oro las piedras del camino”, como dijo Volodia del Gabo. No importa. Para sobrevivir sin dejar de aprender, siempre es necesario tener ejemplos inalcanzables.
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Por (Dr.) Luis Cifuentes Seves / Profesor Titular / Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas / Universidad de Chile
Santiago de Chile, 7 de septiembre 2020
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