En este último año se acumulan fechas que quedarán escritas con enorme pasión por los columnistas que gustan de deletrear utopías. El 22 de julio de 2020, cuando se aprobó el retiro del 10% de fondos en manos de las AFP, lo recordaré como “el día del júbilo”, cuando los viejos recuperaron algo de dignidad.
El amanecer de ese día en la capital del COVID–19 lo afronté con escepticismo. Estaba decepcionado de la actitud de la política nacional y por la televisión aparecían, llenándose de loas, los mismos que hace años pudieron reformar un cruel sistema de pensiones. Así es la democracia en Chile. Para almorzar cociné garbanzos con arroz. Seguí la discusión parlamentaria en el Senado, hasta que finalmente llegó el golpe de gracia para el modelo previsional. Un día despejado de julio evaporó un contrato social hecho aguas.
Sorpresivamente la noche terminó con cacerolas y con bocinas de celebración, y al mismo tiempo botas en las calles. Eso ya no es nada novedad en Santiago de Chile, capital del COVID–19, y bajo la gobernanza de la derecha. Al mismo tiempo, los mapuche marchaban por sus hermanos y compañeros en huelga de hambre, y el feminismo seguía haciéndonos ver que las instituciones son machistas, retrógradas e injustas.
La voz de parlamentarios que fueron parte de la votación histórica del Senado aprobando el retiro de un 10% de los fondos individuales en las AFP, la reflexión empática, y los actos de protesta pese a la cuarentena, son un continuador político del proceso constituyente que se instaló en el 18 de octubre del 2019, con la promesa que nada volvería a ser igual y así parece. Ese mismo 22 de julio la monumental asonada feminista del 8 de marzo de 2020 golpeaba la puerta de Martín Pradenas, cuya violación a Antonia Barra desencadenó su suicidio. Trágico es este país que dejó a un profesor privado del derecho a irse a su casa por destruir un cagón torniquete y un violador inicialmente solo con arresto domiciliario.
Al mismo tiempo, el colectivo “Las Tesis”, que popularizó “Un violador en tu camino”, recibía un apoyo hollywoodense porque la policía del Estado chileno las estima “amenaza” a su honra: actrices de renombre solidarizaron con las chilenas y solicitaron a Piñera que se diera pie atrás.
Esta noche de invierno los vecinos se encontraron entre balcones, batiendo las cacerolas vacías a través de cuadras con sus calles roídas. Otros se quedaban en los antejardines miraban sobre muros gélidos. El cacerolazo era para recordar a nuestros “representantes” que esa plata es de los trabajadores. Entre los caceroleos que iban en aumento, un padre y una hija conversaban. Ella participa de una orgánica feminista donde las categorías políticas están claras, lo que debe caer es el patriarcado. Discutían con cariño. Sabían que de lo poco que podían alegrarse últimamente, ambos, era de ese retiro de fondos propios, quizá porque sabían de un par de vecinos que perdieron familiares y siempre decían que murieron deseando ser trotamundos. Frente a tanta tragedia, era una alegría tener un par de pesitos para comer bien los meses que quedan, o francamente para hacer lo que les levante la gana. La tranquilidad hoy por hoy es un lujo. Más cuando vives en la capital de la COVID–19, donde parte de su elite te odia.
Por eso tienes que protestar. Quizás también para desagradar a los fascistas que pudieran entremezclarse en los barrios obreros. O quebrar con el rítmico ruido de una trutruca el europeísmo rancio y colonial en los barrios donde vive el empresariado, donde no cae bien su sonido ancestral, pero que porfiado se hilvana en edificios de las “clases medias” y se une a voces, cláxones y motores. Bicolor es nuestra sangre y nuestras ambivalentes caras se pueden ver en La Araucanía donde vive el violador, como también fue la región en la que hace dos años, el 14 de noviembre del 2018, dieron muerte por la espalda al joven comunero mapuche Camilo Catrillanca.
La arremetida del pueblo es contundente, porque estuvo meses sumando conciencia en una pandemia que nos recluyó en nuestras casas ad portas de una experiencia popular que representa justamente lo contrario al atomismo que nos imponen.
Olvido la cantidad de personas que me dijeron –cuando recorría ferias libres, casa a casa, para censar o compartía un rato con esa sabiduría de mujeres conversadoras– que las AFP solo enriquecieron a sus dueños y empobrecieron a un pueblo que no tuvo opción, que no les alcanza para nada la pensión o que debiéramos tomar todos nuestros ahorros porque peor administrados no pueden estar.
A pesar de que el gobierno nos menospreció al punto de priorizar la economía en este contexto de pandemia, y pasado mañana puede ser otro día utópico en lo que respecta a la memoria popular, ya estamos en modo constituyente, porque directa es la democracia que queremos los habitantes de la capital de la COVID–19, que mañana será capital de la cuna del posneoliberalismo, del Chile poscolonial y pospatriarcal.
Por Miguel Echeverría. El autor es Progresista y Cientista Político.
Santiago, 29 de julio 2019.
Crónica Digital.