La izquierda era el conjunto de miembros de los Estados Generales en la Francia pre revolucionaria que se sentaban precisamente a la izquierda del rey. Pudimos habernos sentado a la derecha, o al sur, o ser denominados, por ejemplo, “oeste”. Pero desde entonces nos llamamos a nosotros mismos y somos reconocidos como “izquierda”.
¿Cuál es hoy el “rey” a cuya izquierda nos sentamos? Difícil pregunta, pero si me obligaran a indicar una sola opción diría: el mercado y sus leyes. Quedaría corto, claro, porque estamos también a la izquierda del monarca conocido como “racismo”, o como “patriarcado”, o como “productivismo”. A la izquierda de las reinas “dominación”, “subordinación”, “tiranía”, “explotación”. En fin, nos ubicamos a la izquierda de mucha “realeza” —y he omitido un montón— que ejercen sus poderes indignos e indignantes en el mundo tal cual es hoy día.
Esta es, creo, la razón, o una de ellas, por las que la izquierda es diversa, heterogénea; me gusta decir “biodiversa” porque implica un reconocimiento positivo de esa diferenciación y reconoce que esa heterogeneidad es la que permite o estimula las nuevas elaboraciones y debates que pudieran iluminar más los caminos que recorremos, siempre algo opacos, llenos de espacios invisibles o borrosos. La biodiversidad de la izquierda es vida para la izquierda y su bandera central: el socialismo como una forma distinta de sociedad que no tiene un modelo fijo al que ajustarse.
Es tentador a veces pensar cómo sería de fluido el decurso de nuestras luchas si todos pensaran como uno piensa. Pero no es realista. Son muchos los monarcas que debemos combatir al mismo tiempo y eso nos hace necesariamente disímiles, aunque partes de una misma especie. Este hecho debe ser considerado en nuestra aproximación a la política.
Es importante no vivir en un mar eterno de dudas y ser capaz de defender una posición que se cree correcta o verdadera. Pero tan significativo como eso es darse cuenta que otros tienen una que no es coincidente y que también creen que es correcta y verdadera. Entonces, es tan valioso tener una propuesta propia como ser capaz de comprender otras propuestas, defender las propias ideas como buscar las matrices coincidentes entre posturas no idénticas.
La izquierda chilena, desde Arcos, desde Malaquías Concha, desde el gran Recabarren, y luego en el siglo XX, debió hacer cuentas con las diferencias en su interior. Recorrió un camino de transcurso áspero, a veces fraticida, que luego de un tiempo largo logró asentarse en un cauce en que fueron centrales las grandes coincidencias sin por ello suprimir las diferencias. Aquel empeño hizo posible el triunfo de Allende en septiembre de 1970. Partidos políticos de trabajadores, unidos en torno a un programa radical y capaces de conducir un movimiento popular que se extendía a territorios y espacios donde surgían organizaciones y movimientos sociales con los que establecieron una relación intensa de dignidad y reconocimiento mutuo. No todo era perfecto, claro, y no corresponden las invitaciones a repetir esa experiencia.
Decenios han pasado y las circunstancias internacionales, culturales, económicas y sociales son hoy muy distintas que ayer. En nuestro Chile actual la estructura de clases ha cambiado, las desigualdades absolutas son mayores que antes, la ciencia y la tecnología están a años luz de las de hace un siglo, la mayoría de los partidos ha perdido perfil y anclaje, los movimientos sociales son variados y, algunos, muy poderosos. Pero algo que no ha cambiado es que la izquierda es biodiversa.
Sigue vigente, en consecuencia, tanto para los partidos como para las organizaciones sociales el desafío de tejer acercamientos, de consolidar puentes, de construir unidad y de atraer a proyectos compartidos las grandes mayorías que han emergido a la acción política en el último decenio.
Esta es una tarea prioritaria. Los esfuerzos de entendimientos con fuerzas fuera del espacio de la izquierda debieran fundarse en una personalidad establecida, autónoma, propia de las clases trabajadoras. Una izquierda concordada logrará mejores alianzas y avances más significativos que la búsqueda separada de ganancias electorales o políticas pero sin base doctrinal o programática.
Reconstruir una fuerza potente de izquierda es un imperativo, no con el afán de recluirse en posiciones sectarias o irreductibles, sí con apertura a generar acuerdos cuando sea preciso y en la medida en que no desfiguren los propósitos comunes. Una nueva izquierda política y social es una condición sine qua non para abrir un sendero irreversible de cambio social y victorias populares.
Santiago de Chile, 20 de julio 2020
Crónica Digital
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