“Ha quedado en evidencia que no es lo mismo ser mujer que ser varón, en esta cuarentena ni en ningún otro contexto actual, ya que el sistema patriarcal sigue funcionando de la misma forma y estableciendo las mismas jerarquías, las mismas exclusiones y las mismas diferencias. Hay muchas formas en que esas diferencias se hacen aún más agudas en este contexto, y es necesario revisarlas desde distintos puntos de vista”.
Así se expresa la profesora Claudia Montero, académica del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso, reflexionando sobre lo que significa esta pandemia, y el consecuente confinamiento, desde el punto de vista del género. Claudia Montero es profesora de Estado de Historia y Geografía por la Universidad de Santiago de Chile, doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile y miembro del claustro del Doctorado en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad de la UV.
La reproducción de la vida
El género, a juicio de la profesora Montero, sí marca diferencias en esta situación de excepción: “Por una parte, están las múltiples tareas que las mujeres desarrollamos en función de nuestro rol social asignado como reproductoras de la vida, que implica no sólo parir hijos, sino hacer que se realicen las actividades necesarias para que la vida siga su curso ‒las tareas de cuidado, el lavado, el aseo, la comida, etcétera‒, y también están quienes no necesariamente se habían hecho cargo de esa reproducción de la vida, por ejemplo mujeres trabajadoras que contratan a otras personas para que realicen ese trabajo en la casa. Esto ha dejado de manifiesto que las mujeres tenemos esa carga adicional, que es tanto física como intelectual”.
Para la académica de la UV, “una cuestión interesante que ha sucedido es que los varones ‒o algunos varones, no quiero generalizar‒ han podido dimensionar esa labor, porque han tenido que comenzar a ejecutarla de forma que antes no habían vivenciado. Eso no significa que hayan asumido esas labores de la misma forma en que las mujeres las hemos asumido históricamente: darse cuenta de que la reproducción de la vida es un trabajo no significa asimilarlo, de la forma en que para nosotras es una preocupación constante y que atraviesa nuestro día a día tanto fuera de la casa como dentro de la casa”.
El tema que destaca, dice, “es que urge asumir como sociedad que este es un trabajo. Un trabajo que tiene un valor económico, el que sin embargo no se traduce en ingresos para las personas que lo ejecutan. Hay estudios que sacan la cuenta de que la cantidad de horas de trabajo por la tarea que se realiza en la casa alcanza entre los 600 mil y los 800 mil pesos chilenos actuales. Eso es lo que urge, entre muchas cosas que tenemos que pensar como sociedad y que esta crisis nos ha venido a mostrar: que ese trabajo tiene un valor y tiene que ser reconocido, y tiene que ser reconocido no sólo como una felicitación sino que debe traducirse dentro del sistema económico”.
Violencia doméstica
Otro tema que tiene que ver con la diferencia en la jerarquía sexual que se da dentro de la sociedad y que queda en evidencia en la pandemia, afirma la doctora Claudia Montero, “es todo lo relacionado con la violencia doméstica y cómo esos patrones de conducta que atentan contra las mujeres y contra las disidencias sexuales, ahora se han visto aún más en evidencia, porque las mujeres ‒ya se ha discutido largamente‒ están encerradas con sus agresores, y se hace mucho más difícil la posibilidad de pedir ayuda”.
Todo esto, añade, “en un contexto en que hay confinamiento y toque de queda, con lo que nuestras libertades civiles están siendo limitadas. Esos elementos hacen que la posibilidad de agresión contra las mujeres sea mucho más difícil de denunciar, y que además se vea agudizada por las mismas dinámicas del encierro, ya sea porque está la gente muy alterada, porque está muy preocupada por lo que está sucediendo, por vivir en un hogar hacinado o en donde nos hemos visto obligados a compartir 24/7 con el mismo grupo. Eso hace que cualquier relación se desgaste y que emerjan ciertas reacciones violentas en contra de las personas con las que habitamos. Y eso está sucediendo no sólo dentro de los grupos familiares, sino por ejemplo entre vecinos y vecinas, y también en las interacciones que nos permitimos realizar quienes podemos salir de forma esporádica; por ejemplo, se han visto reacciones de personas muy violentas dentro de las filas”.
Por otro lado, dice Claudia Montero, “la pandemia deja en evidencia cómo la violencia contra la mujer y las disidencias ‒que son temas de vulneración a los Derechos Humanos‒ no son prioridades para los estados y los gobiernos, porque los protocolos que se han levantado para ayudar o asistir a mujeres y disidencias que están viviendo situaciones de violencia no son socializados en el personal de los servicios públicos de salud o policiales. Por ejemplo, está la Receta 19: si a un servicio llega alguien pidiendo la Receta 19, el personal debería entender que están alertando una situación de violencia, pero no les ha llegado esa capacitación y ni siquiera reconocen el código”.
Otra evidencia, señala la académica de este desconocimiento de los derechos de las mujeres como Derechos Humanos “está, por ejemplo, en las cajas que está entregando el gobierno con elementos de sobrevivencia alimentaria, que hasta ahora no han incluido ningún elemento de higiene para las mujeres en relación con la menstruación y que es una cuestión básica”.
Componente de clase social
Asimismo, señala la doctora Montero, “la desigualdad de género y sexual es igual para mujeres de las distintas clases sociales en términos de género, pero es peor en términos de clase, de etnia, de raza y de condición migrante. Es decir, no podemos igualar a todas las mujeres porque hay un componente de clase social que es importante: no es lo mismo ser una mujer de una condición social privilegiada que una mujer de clase media asalariada que una mujer pobre. Tampoco es lo mismo las mujeres negras, las mujeres migrantes, las mujeres indígenas. Esas son capas de desigualdad que hacen la carga más pesada para las mujeres y para la disidencia”.
Entonces, prosigue, “el agobio aumenta en condiciones de pandemia. A mí me parece importante cómo tanto el Mayo Feminista de 2018 como la revuelta social de octubre de 2019 han dejado en evidencia las demandas ante las desigualdades. Esta pandemia ya es una cachetada que hace ineludible asumir cómo estas condiciones de desigualdad están anidadas en nuestra sociedad, y que hacen fundamental revisarlas y trabajar para que se termine con ellas”.
Jornada laboral
Respecto de la jornada laboral, expresa Claudia Montero, “ya hablamos de la idea de las dobles tareas que asumimos las mujeres en términos culturales y que nos generan un agobio, y aquí sumamos las distintas condiciones de las mujeres trabajadoras que están en confinamiento. Es interesante responder estas preguntas ya después de varios meses en situación de emergencia, porque lo que está sucediendo ahora es que están aumentando las renuncias de mujeres a sus trabajos para poder sostener la reproducción de la vida dentro de hogares que son conformados por varones y mujeres”.
Y esto, dice, “tiene que ver precisamente con este rol social que se da a las mujeres como reproductoras de la vida, por lo tanto ellas serían responsables del cuidado de los niños, enfermos y adultos mayores, de modo que estarían dejando sus trabajos remunerados para poder hacerse cargo de esto, ya que el agobio es mucho. Pero también tiene que ver con condiciones estructurales de las diferencias entre varones y mujeres y disidencias sexuales, en la medida que sigue habiendo diferencias de sueldo: en una unidad familiar donde el varón tiene un sueldo mayor por el mismo trabajo que hace una mujer, lo que se sacrifica es la carrera de las mujeres y no de los varones. Esto sucede tanto en términos culturales como por razones materiales, que tienen que ver con la desigualdad estructural entre varones y mujeres”.
Aprovechar la cuarentena
Por otra parte, señala Claudia Montero, “está esta idea de que hay que ‘aprovechar la cuarentena’. Ese es un tema súper complejo, primero porque pareciera que hay sólo un grupo social que podría aprovechar esta cuarentena, y eso sería una condición de privilegio. Yo creo que ese es un primer punto que hay que cuestionarse: no tiene por qué ser un privilegio estar en cuarentena en una situación de emergencia sanitaria: la cuarentena es un derecho. Lo que está dando cuenta el hecho de que no todas las personas puedan cumplir la cuarentena es que hay ausencia de derechos laborales, ausencia de derechos económicos. Eso da cuenta nuevamente de la desigualdad de nuestro país”.
De esta forma, indica la académica, “han surgido una serie de iniciativas respecto de hacer la cuarentena productiva. Pero si hay algo que nos ha mostrado el confinamiento, es que el trabajo reproductivo en una sociedad es mucho mayor en términos de tiempo y cantidad que el trabajo productivo. El trabajo reproductivo se lleva la mayor cantidad de tiempo. Por lo tanto, se hace evidente que ahí hay un gran hoyo del que el capitalismo no se ha hecho cargo, y que muchas mujeres y disidencias en general hemos soportado ese trabajo”.
Entonces, “ya que nos hemos dado cuenta de que el trabajo reproductivo es mucho mayor que el trabajo productivo, lo que hay es un agobio porque nos da la sensación de que no estamos haciendo nada, cuando en realidad estamos todo el día haciendo todo”. Por ello, “hay un mandato por la productividad, y la idea es cuestionarlo, primero, dando valor al trabajo reproductivo, pero por otra parte, cuestionar el mandato de que tenemos que ser productivos. ¿Por qué tenemos que ser productivos? ¿Qué significa ser productivos? ¿Significa crear, significa escribir, qué significa? Esto está íntimamente relacionado con otro mandato, que es disfrutar. Entonces, hay que ver películas, series, etcétera, pero después de todo el trabajo productivo que estamos haciendo en unas condiciones de agobio emocional y mental, ni siquiera queremos hacer eso, entonces tenemos que preguntarnos también qué significa el ocio. Esto está íntimamente relacionado con la idea de nuestra sociedad productiva, que frente a la pandemia lo que ha hecho es hacer como si no pasara nada, como si pudiésemos trasladar el trabajo que hacíamos en unas condiciones a otras condiciones como si fuese lo mismo, y no es lo mismo”.
Cómo sobrevivir a la pandemia
Para Claudia Montero, hay una manera de “sobrevivir a la pandemia”, que es “volver a lo humano, volver a la comunidad, y evaluar qué es lo importante. Eso significa volvernos sobre nosotros y nosotras mismas, volver a la comunidad, volver a conectarnos con nuestros vecinos, con nuestras vecinas, con nuestras familias, de la forma que podamos; ver cuál es el peso que tienen en nuestra vida esos vínculos, ya que son ellos los que nos van a salvar en esta pandemia: reconocer el vínculo, cultivar el vínculo de la forma que sea, virtual o presencial, poder sanear ese vínculo, mirarlo y cultivarlo como un lugar precioso de contención, de amor, redondito, calientito, y mirar también las relaciones con nuestra comunidad más cercana, insisto, con nuestros vecinos y vecinas, con nuestros amigos y amigas, refugiarnos en ellos y ver en este mandato de lo productivo qué hay, cuánto hay, o cuánto valor, si lo queremos seguir viendo en términos monetarios, qué tan fundamental es ese vínculo humano para poder producir algo, si es que vamos a seguir viviendo en una sociedad en que lo que importa es una forma de producción”.
Valparaíso, 15 de julio 2020
Crónica Digital / www.uv.cl