Por Miguel Alvarado Natali
“Nadie sabe que estoy aquí”, es el estreno de este miércoles que Netflix lanzó en su plataforma como el primer film original chileno. Dirigida por el Santiaguino Gaspar Antillo (37), cuenta la historia de un ex ídolo adolescente y cómo se truncó su vida artística, hasta convertirse en una especie de ermitaño, pero con el peso del pasado que lo atormenta.
Todo transcurre en el Lago Llanquihue donde vive Memo, interpretado por Jorge García (Lost), que junto a su tío (Luis Gnecco) se dedican a la crianza de ovejas y la extracción de lana. Memo es tímido, habla poco y no se deja ver para el resto de los habitantes. Hasta que un día su tío sufre un accidente y aparece Marta (Millaray Lobos) para ayudarlo, pero ella descubre el secreto que esconde Memo y que al fin lo liberará de esa infancia que añora y a la vez lo angustia. Sin espoilear, esta cinta me fue recordando al dúo alemán Milli Vanilli, que sin saber cantar vendieron millones de discos.
“Nadie sabe que estoy aquí” es un drama que va de menos a más, ya que a medida que transcurre te va entregando elementos que entretienen y sorprenden. Entonces el protagonista que se había mantenido como un fantasma ahora decide volver a cantar, en definitiva volver a vivir. Es una narrativa que va funcionando notablemente y esto envuelto en un maravilloso paisaje de imponente belleza, que hace que la fotografía y la atmósfera estén muy bien logradas.
Con muy pocos diálogos Jorge García construye un personaje que pasa por autista sin serlo, por violento sin querer, para terminar en un hombre apasionado por la música. Además logra transmitir mucho más con su silencio y gestos que con la palabra. Mientras Luis Gnecco, se luce una vez más, hablando y prácticamente contestándose solo, es el tío protector, de un hombre que se quedó atrapado en su niñez. En tanto, Millaray Lobos a quién vimos el año pasado en el largometraje de ficción “Medea”, nos trae una interpretación muy bien lograda de Marta, un personaje creíble y sincero que acompañara al protagonista hasta el final de su fantasía, que a la vez será su tranquilidad.
Un elemento a consignar en este rodaje es la gran falsa que se presenta como un ingrediente detonador para una tragedia que dañó a dos niños, además nos muestra una realidad del mundo de los pequeños artistas manejados por sus padres y lo peor es cuando el talento no es el que perciben sus seguidores. Pero ese sueño de llegar al estrellato siempre está presente, mirándote en un espejo o pintándote las uñas. Es una película esperanzadora, de esas que a uno le gustaría imponer verdad y justicia, no es una gran producción, pero es bella y con alma.
Crónica Digital, Santiago, 25 de Junio 2020