Por Omar Cid*
La derecha, con Piñera a la cabeza siendo oposición: jugó al límite. El objetivo era claro, impedir las reformas propuestas por el gobierno de La Nueva Mayoría. El presidente empresario, en su segundo mandato, dedicó gran parte de su primer año a desmantelar lo hecho en la administración anterior. La ministra Cubillos, es un ejemplo categórico de ese modo de actuar. El Alcalde de Santiago Felipe Alessandri, apostó al mismo caballo. El resultado, un cansancio e irritación del mundo estudiantil que sumado a otros desaciertos ya comentados, desataron la tormenta del 18 de octubre. La polarización existe. Habita con nosotros desde hace tiempo.
Subsumidos en la pandemia, los espejos del abuso comunicacional se empeñan en instalar realidades, donde la ciudadanía tiene que sentir el peso de la culpa. Culpables, de reclamar sus derechos y encontrarse con palos y balas. Los pobres, son los causantes de extender el virus, por no tener que comer, vivir al día y hacinados.
En ese juego de imágenes, la ausencia de credibilidad del gobierno es un detalle, sus huellas de muertos y mutilados que esperan justicia, es apenas una referencia segundaria. La incapacidad y falta de empatía, es accidental. La tozudez que, subestima toda propuesta distinta a su postura ideológica -es algo así- como la conexión mística de los maestros de la ley con “la mano invisible del mercado” desde la tierra santificada de la cota mil.
De ahí, a despedir a un inepto como héroe, hay un paso. Olvidan que quiso enviar a nuestros hijos al colegio, mandarnos a beber café o una cerveza en plena crisis sanitaria. Para luego, escuchar de su propia boca: “Todos los ejercicios epidemiológicos, las fórmulas de proyección con las que yo mismo me seduje en enero, de proyectar, qué se yo, se han derrumbado como castillo de naipes” (La Tercera, 27 de mayo 2020). La confesión tiene un mérito, asume su ruina. Con ello, intenta exculpar al principal artífice del desastre, escondido en la sala de espejos. El sacrificio de Mañalich, lo hace merecer incluso, alguna alegoría literaria en torno a su derrota. Por supuesto, la muerte solitaria y esterilizada de tantos, desconoce la pretensión sacra de ciertas “almas bellas”.
La sociedad chilena arrastra un conflicto atávico. La vieja Concertación lo sabe. La derecha también. Eso explica, sus enconados esfuerzos por volver a principios de los 90. Retornar, a la dulce costumbre de compartir directorios en los fondos de pensiones, universidades «sin fines de lucro», empresas públicas y privadas, incluyendo terrenos en Cachagua, paseos por Bucalemu. Añoranzas, de cara y sello bipartidista, como expresión de una misma moneda. En Chile, el tiempo presente, colisiona a diario con el pasado, en otros lugares confluye, converge. Aquí, se estrella.
La situación es grave. Se necesitan acuerdos. Todos los sectores políticos tienen conciencia de ello. El punto, son los supuestos para un diálogo posible. Si las dinámicas emprendidas, poseen como norte, defender la arquitectura económica, política, social construida en dictadura y asimilada por la democracia protegida. Ese imaginario de la elite en el poder, es inviable. Siendo francos, sus proyectos y anhelos, apuntan al contexto de finales de los 80. De ahí que, pretendan volver en los hechos, al régimen binominal bajo el argumento económico. En vez de reducir las dietas parlamentarias, privilegiando los niveles de representación ciudadana, proponen menos escaños, o sea, cambiar para la continuidad. El proyecto de actualización del sistema de inteligencia, re-instala la idea del enemigo interno, nos remonta a lo peor de mediados de los 70, con la doctrina de Seguridad Nacional, las consecuencias de esa visión, la pagaron miles de chilenos con sus vidas.
El pueblo chileno que salió a las calles en octubre, sus espacios de organización y redes de conexión política en el amplio sentido del término, ven con preocupación el modo de comportarse de un sector de la oposición. Asimilan con perfecta claridad, el interés de los grupos privilegiados del país, por proyectar y profundizar sus franquicias. Ninguna acción del gobierno ha rozado siquiera los intereses del gran privado. Por el contrario, las definiciones han sido precisas, en cuanto a que la crisis del COVID-19 sea pagada por los “patipelaos”, “los flaites”, los sectores medios, los pequeños emprendedores. En fin, cualquiera menos los integrantes del círculo hermético, entre los que se encuentra el propio presidente Sebastián Piñera.
En esas circunstancias, las organizaciones de pobladores, el mundo social con toda su riqueza, ha hecho frente a la pandemia utilizando su experiencia histórica. Ollas comunes, rifas, aportes voluntarios, comprando juntos, integran el recetario de la resistencia. En la misma línea, se pueden entender las luchas por cambiar el modelo de pensiones del movimiento No + AFP; el largo peregrinaje de quienes han buscado recuperar la educación pública, gratuita y de calidad. Las incansables movilizaciones, por mejorar el sistema de salud del Estado. Sin olvidar, las contribuciones de las corrientes feministas en la búsqueda de igualdad de derechos. Todo, es parte de la mística de un pueblo que tiene voluntad de vivir.
No solo eso, ante el abandono, la mentira y la incapacidad. Ese pueblo, tiene el derecho de repensar sus estructuras políticas y sociales, de recurrir a las instancias legales pertinentes, en el territorio o fuera de él, para perseguir a quienes resulten responsables de esta debacle.
Las oposiciones existentes, no pueden menospreciar los gravísimos acontecimientos. Mucho menos, poner en la mesa de negociación, la dignidad de una ciudadanía movilizada y expectante. El plebiscito no se transa, la persecución de las responsabilidades penales, por los mutilados, los asesinados desde el 18 de octubre y los muertos que pretendieron ocultar por la crisis sanitaria: tampoco. La polarización existe. El diálogo es necesario. Lo que es inaceptable, es pretender que la historia de Chile, nace con el neoliberalismo y que las respuestas al pasado, presente y futuro son parte de su imaginario.
*Escritor
Subdirector Crónica Digital
Santiago de Chile, sábado 20 de junio 2020