Por Alejandra Matus. Periodista.
Acaba de fallecer un amigo de la vida: Rodrigo de Arteagabeitia. Sus compañeros de la Revista Solidaridad de la Vicaría le harán los homenajes que merece por su entrega, valentía y sensibilidad a la cabeza de ese medio que fue, por varios años, casi el único que publicaba noticias sobre lo que ocurría en Chile en plena dictadura. A mí me toca reconocerlo por una contribución menos épica, pero (al menos así lo creo yo) igual de fundamental. Rodrigo fue nombrado jefe de Comunicaciones de Investigaciones casi inmediatamente después del retorno a la democracia.
No era, según me contó alguna vez, su primera preferencia. Él quería volver a TVN, el último trabajo que tuvo en democracia. Pero, como a muchos otros, le dijeron que su labor en la Vicaría lo había quemado. En la transición caraja que vivíamos, su lucha por la vida y por recuperar la democracia, le cerraba las puertas en las filas de honor del nuevo gobierno.
Con los años, conocí a varias personas que levantaban la ceja. Que decían solapadamente (o a veces en su cara), “pero cómo tú”. Pero él, en vez de avergonzarse, hizo que su cargo valiera la pena. Ayudó a constituir y a fortalecer el mítico primer Departamento Quinto, que pasó de ser la unidad de investigación interna, al departamento especializado en el apoyo a los jueces que investigaban violaciones a los derechos humanos. Resaltan, de ese tiempo, las investigaciones por el crimen de Orlando Letelier, el caso Berríos y tantos otros. Rodrigo sabía que la tarea no era sencilla. A los militares había que ir a interrogarlos a los cuarteles y las amenazas a los policías que lo hacían no eran sutiles. Por eso lo conocí yo, reporteando.
Rodrigo era un aliado. No se conformaba con pasarte un dato. Tenías que ir a tomarte un café con él, a comer torta, y a conversar. Pedía siempre dos café expreso que tenían que servirle al mismo tiempo, y nunca estaba apurado. En mi caso, Rodrigo no sólo era una fuente, era un mentor.
Rodrigo me educó. Me hizo pensar, argumentar, dudar. A pesar de que la costumbre del gremio es mantener en secreto estas fuentes, que son una joya, yo compartí el secreto de su existencia con los periodistas más jóvenes y mis amigos más queridos. No siempre estuvimos de acuerdo y discutimos mucho, sobre todo sobre el rol del periodismo. Para él siempre estuvo primero cuidar la democracia. Como otros amigos y maestros de su generación, Rodrigo no estaba constituido para los ritmos noventeros, menos para los del cambio de siglo, que nos apuraban a todos y nos empujaban a hacer más en menos tiempo. Para el Chile de los indicadores, los rankings y las metas de cumplimiento. Su extraordinaria cultura, capacidad crítica, sentido del humor y la ironía, no tenían valor en las salas de redacción, ni en las gerencias comunicacionales. Lo vi por última vez en el hogar en que residía. Haydee Oberreuter y yo le debíamos la visita hacía tanto. Fui con cierto temor. La última vez que hablamos habíamos discutido y después de un silencio largo, me enteré del Alzheimer. Rodrigo me reconoció de inmediato. Estaba contento. Cuando le dije que me venía a Estados Unidos, se tomaba la cabeza y decía: “¡No! pero cómo”. Y lo olvidaba. Minutos después volvía a preguntarme y repetía la misma reacción de espanto. Nos reímos de cosas absurdas y fuimos los tres a tomarnos un café y a comer torta. Haydee Oberreuter y yo queríamos contarle lo importante que él había sido en que nosotras nos conociéramos.
Fue él quien me dio el teléfono de ella para un especial sobre tortura que hicimos en Plan B y que abrió otro camino que me contactó tanto con el dolor innombrable, como con la fe en los seres humanos (el caso está retratado en el documental Haydée y el pez volador, de Pachi Bustos). Por supuesto, él no lo recordaba, pero se alegró de que le rindiéramos ese mínimo homenaje. Cuando lo fuimos a dejar de vuelta, entré a despedirme a la reja de entrada. Él, olvidando quizá que estaba confinado, salió a decirnos chao, alarmando al guardia de turno, quien nos recordó que los pacientes no podían abandonar el perímetro. Así que el último recuerdo que tengo de él es verlo despidiéndose detrás de la reja con esa carita de niño triste, que no se resignaba a haber perdido la posibilidad de hacer lo que se le viniera en gana. De nuestra amistad, solo me queda como prueba física esta foto de ese día. Pero en mi memoria, en mi disco duro, permanecen amalgamadas con las ideas que considero propias, sus palabras.
Como aquél día, mucho antes de que yo escribiera ningún libro, en que me dijo: “Alejandra, tienes que mirar más allá”. Yo, enojada, le dije: “Con haberme convertido en profesional, haber estudiado en la Católica, viniendo de Calama y sin zapatos, es mucho. No me vengas a decir que no he hecho suficiente”. “No, Alejandra, no has hecho suficiente. Tienes que mirar más lejos, hacia las estrellas”.
El recuerdo de Rodrigo
Por Patricia Collyer. Periodista
La muerte de Rodrigo de Arteagabeitia -más allá de lo injusta y trágica en medio de esta pandemia, donde no podremos ni despedirlo- me ha traído un tristeza y una nostalgia inconmensurable porque con Rodrigo está muriendo una parte de nuestra historia y nuestra heroica juventud. Como dice Pacita Concha, “están muriendo los mejores de la generación de mis padres…”. Cuantas veces fui a la Vicaria a reportear mis casos de Derechos Humanos que escribía para revista ANÁLISIS! Cuantas veces esos abogados abnegados y heroicos, esas asistentes sociales, esos trabajadores de la Vicaria me dieron datos que fueron cruciales para denunciar los crímenes que cometían los asesinos al mando de Pinochet!
Cuantos perseguidos fueron salvados por gente como Rodrigo, su equipo y Los equipos de la Vicaria! Cuantos se jugaron la vida en momentos en que no era fácil hacerlo… Rodrigo no dudo en sumarse a Esa causa a la que nos sumamos muchos: ser la voz de los sin voz. Y hoy duele tanto que gente como él muera en medio de la desolación y el silencio…
Duele también ver como luego, muchos traicionaron esa lucha, como lo dice Carmen Soria, y no dieron a Rodrigo ni a muchos otros, el respaldo y el homenaje que merecían. Hoy ya es tarde. Pero quienes conocimos a Rodrigo y estuvimos en esa lucha sabemos que no fue en vano. Que muchas vidas sí pudieron salvarse y que cumplimos con nuestro deber sin dudarlo nunca. Hasta la vuelta de siempre, compañero Rodrigo!
Ha partido Nuestro Rodrigo
Por Directorio Corporación Memoria MAPU CORMAPU
Rodrigo, nuestro Rodrigo, el del apellido difícil, el de una risa portentosa, porte inconfundible y una boina que reivindicaba sus ancestros vascos, está, como dice Machado, ligero de equipaje/ casi desnudo, como los hijos de la mar. Él, sus compañeros y familiares, se preparan a que parta en la nave que nunca ha de tornar.
Ñuñoíno de corazón, hijo de la educación pública y laica, este hombre de 75 años, nace, como recuerda su amiga Rebeca Araya: “en brazos de uno de los locutores y guionistas radiales más exitosos de su tiempo, creador de radioteatros como “La Tercera Oreja” o “El gran teatro de la historia”: Hugo de Arteagabeitia..”
Su madre, Liliana (Lily) Halley-Harris Mac Donald, de origen irlandés, era dueña de casa, ex cantante y fumadora empedernida. En la radio Cooperativa del puerto se conoció con Don Hugo. Hablando de Rodrigo, nunca sabremos si su bien templada y hermosa voz, provenía del señor locutor o de la señora cantante. Lo más probable es que sea una conjunción de ambas.
Perteneció a una generación que creyó, en la Revolución Libertad, fue DC, luego se hizo parte de la revolución con vino tinto y empanadas, entró al MAPU y, en los años de la dictadura, abrazó el precepto de que “todo hombre tiene derecho a ser persona” y fue periodista del boletín de la Vicaría de la Solidaridad.
A los 10 años, Rodrigo debe partir a Estados Unidos, para reemplazar sus válvulas cardiacas, afectadas por una mal formación congénita. Desde entonces, este periodista fanático de las noticias, debe tomar remedios a diario.
En el boletín de la Vicaría, donde llega a ser Subdirector, el director era el Vicario, comparte labores con Augusto Góngora, Cecilia Atria, Guillo Bastías y Arturo Navarro, entre otros. En ese segundo piso, constantemente vigilado por los aparatos represivos de la dictadura, por esos años, trabaja un joven sociólogo de barba: José Manuel Parada.
Una generación a la que el dolor se le hizo usual.
Rebeca Araya, recuerda esos días del Boletín de la Vicaría, de la siguiente manera: “Como una rara industria, el tecleo incesante de viejas máquinas de escribir convertía en historias y testimonios aquellos días que olían a miedo. Así acumuló Solidaridad 300 ediciones, que circularon entre mayo de 1976 y mayo de 1990 por canales de iglesia a lo largo de Chile.”
Hace un tiempo, Rodrigo fue diagnosticado de Alzheimer y su vida, plagada de noticias se fue a una realidad paralela, una realidad otra. Debió dejar su departamento de Doctor Johow y partir a un hogar en Ñuñoa, donde contrajo el Corona Virus. En el Hospital Salvador, le advirtieron que no habrá respirador, para él, sí lo requiere.
Una asidua visitante al hogar, que iba a ver a su madre antes de la pandemia, recuerda haberlo visto con dos gorros: su boina vasca y un sombrero encima.
Hoy, no lleva sombreros, pues como dice Machado, estará ligero de equipaje como los hijos de la mar.
Su presencia y su aporte no pueden ser olvidados. Su obra queda en diversos escritos y trabajos que forman parte del alma de la hermandad de los verde y rojo, sus aportes serán una fuente de inspiración a las nuevas generaciones para que estas sepan que, nunca más en Chile pueden ocurrir las atrocidades que vivió una generación, de la que Rodrigo fue uno de sus representantes.
Por esta razón, la Corporación Memoria MAPU, cuya misión es el rescate y la mantención del legado de los nuestros, presenta hoy sus respetos fraternales a la memoria de Rodrigo de Arteagabeitia Halley-Harris y hace llegar un solidario y fraterno saludo a todos sus familiares y amigos.
De la misma forma, también queremos entregar un fraternal y solidario saludo a todos aquellos que luchan y perseveran en el incansable y permanente trabajo de búsqueda de la verdad y la justicia.
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Santiago de Chile, 10 de junio 2020
Crónica Digital