¡Pregúntale a China! Fue la iracunda respuesta del Presidente Donald Trump a la periodista chino–americana Weijia Jiang, de la cadena televisiva CBS, antes de abandonar en forma abrupta una conferencia de prensa en la Casa Blanca.
El magnate devenido estadista no pudo evitar el cuestionamiento a sus fallidas políticas para enfrentar la pandemia del nuevo coronavirus, luego de haber pasado casi cuarenta minutos alabando esfuerzos en los que nadie cree. Ante la desmentida pública, recurrió a su chivo expiatorio preferido: China.
Con alrededor de un millón 430 mil casos confirmados y 85 mil fallecidos, Estados Unidos encabeza la triste lista de países con más víctimas de la COVID–19, cuyos primeros casos fueron reportados en la ciudad china de Wuhan a mediados de diciembre del año pasado.
A pesar de haber recibido información oportuna de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el peligro de este coronavirus, la Administración Trump encadenó una serie de errores en la prevención, el aseguramiento y la preparación para evitar un desastre epidemiológico de magnitudes aún insospechadas.
Pero, consciente de la importancia de su desempeño ante la pandemia cuando se avecinan las elecciones presidenciales de noviembre, Trump y sus acólitos han desplegado una feroz campaña mediática contra China, en búsqueda de un culpable a quien adjudicar toda responsabilidad y salvar la cara ante el mundo.
Obviando reportes de sus propias fuentes de inteligencia, de los principales científicos del mundo y de la OMS, Trump y su Secretario de Estado, Mike Pompeo, utilizan cualquier tribuna para atacar a China, faltando a las más elementales normas éticas de atenerse a la verdad.
Sus andanadas van en dos direcciones fundamentales: el virus fue creado por científicos chinos del laboratorio de Wuhan, de donde escapó, y China no advirtió al mundo a tiempo sobre el brote ni sus características.
¿Fuga de un laboratorio?
En uno de los más increíbles casos de altos funcionarios replicando teorías de la conspiración, a mediados de abril del presente año, ya con el coronavirus haciendo grandes estragos en China, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, y el de Defensa, Mark Esper, acudieron a las cámaras de televisión para decir que múltiples fuentes afirmaban que la pandemia había comenzado al escapar el coronavirus de un laboratorio de Wuhan.
El 3 de mayo, Pompeo declaró que había “enormes pruebas” de que el virus se originó en un laboratorio de Wuhan, añadiendo: “Recuerden, China tiene un historial de infectar el mundo”. Durante la semana siguiente, el Presidente Trump intensificó la propaganda anti–China, diciendo que la pandemia era “peor que Pearl Harbor” y “peor que el World Trade Center”.
Todo ello, a pesar de que expertos médicos de todo el mundo reiteraron la falta de base científica de la teoría del laboratorio de Wuhan.
El Doctor Hume Field, un epidemiólogo que trabajó en la investigación multinacional sobre el origen del SARS, dijo al periódico británico “The Guardian” que las pruebas de biología molecular no demostraban que el SARS–Cov–2 se creara o manipulara en un laboratorio.
Otros expertos, incluyendo norteamericanos que habían trabajado años atrás en el laboratorio de Wuhan en proyectos de colaboración, afirman que este cumple con todos los protocolos de seguridad y sus científicos son muy profesionales, y rechazan la posibilidad de una mala manipulación o fuga. No sucede lo mismo en el principal laboratorio biológico norteamericano, Fort Detrick.
El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Hua Chunying, citó un reporte de “USA Today” donde se informaba sobre el cierre de la instalación en agosto pasado por irregularidades o presuntas fugas, lo que parece ser la norma en instalaciones de este tipo en ese país.
En una entrevista reciente, el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, expresó la preocupación de su país por la apertura de los Estados Unidos de más de 200 laboratorios biológicos militares en países del mundo, incluida varias exrepúblicas soviéticas, y no descartó que se estén desarrollando armas biológicas de nueva generación.
“También preocupa sobremanera el hecho que en esos laboratorios se hagan experimentos en seres humanos, y ante esta situación urge endurecer el control epidemiológico global y la supervisión de las investigaciones científicas en materia de seguridad biológica”, señaló Patrushev.
China también ha visto como los norteamericanos han creado un cerco a su alrededor con varias instalaciones de este tipo en varios países del sudeste asiático como Tailandia, Camboya, Vietnam, Laos, Malasia y Filipinas. No debemos olvidar el hecho de que Estados Unidos es el único país que hasta ahora ha bloqueado el reinicio de las negociaciones sobre el protocolo de verificación de la Convención sobre Armas Biológicas.
En vez de lanzar acusaciones infundadas a diestra y siniestra, Trump debería exigir transparencia sobre lo que sucede en estos laboratorios en términos de investigación y seguridad, además de acceder a revelar lo sucedido en Fort Detrick.
China advirtió a tiempo sobre el nuevo coronavirus
China envió sus primeros reportes a la Organización Mundial de la Salud sobre los primeros casos de una extraña neumonía causada por un nuevo coronavirus el 31 de diciembre de 2019. Unas semanas después, la OMS declaraba a la COVID–19 como una emergencia pública internacional al expandirse los casos a otras naciones.
En esa misma fecha, Michael Ryan, director del Programa de Emergencias de la OMS, había alabado el nivel de cooperación y preparación de las autoridades chinas tanto locales como nacionales para enfrentar la enfermedad. Ya el 13 de enero, los virólogos chinos habían publicado la secuencia del genoma del virus en la base de datos de secuencias genéticas del NIH (Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos), el GenBank.
En aquel momento, Europa solo reportaba diez casos, y se desconocía si el virus hubiese llegado a Estados Unidos, que reportaría su primera muerte el 29 de febrero.
El 7 de febrero, los Presidentes Xi Jinping y Donald Trump sostuvieron una amplia conversación telefónica para discutir, entre otros aspectos, el nuevo coronavirus. Ese mismo día Trump escribió en Twitter que bajo el liderazgo de Xi, China contendría la enfermedad en poco tiempo y palabras de elogio para la actuación de las autoridades chinas en medio de las difíciles condiciones que enfrentaban.
Pero, aunque estaban al tanto de la gravedad de la situación, de lo extremadamente contagioso que era el Sars–Cov–2, Trump continuó restándole importancia.
La inacción, la falta de preparación y, sobre todo, el transmitirle al público norteamericano una falsa sensación de seguridad fueron el caldo de cultivo de la crisis médica que vendría a continuación.
William Schaffner, profesor en la División de Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Vanderbilt, en una entrevista afirmó que el coronavirus había llegado a los Estados Unidos mucho antes de lo que se pensaba anteriormente, y que su parecido a la influenza provocó una respuesta más lenta, disminuyendo la capacidad de contención temprana. “Fuimos muy lentos en comenzar las pruebas y todavía no estamos realizando las pruebas suficientes y tenemos que llevar a cabo un distanciamiento social aún más exhaustivo que antes”, dijo el profesor.
Actitudes contrarias
Cada día es noticia la llegada de un vuelo procedente de China a decenas de países de todo el mundo cargado de insumos, equipamiento médico e incluso personal de la salud, dispuestos a apoyar en cada fase de la lucha mundial contra la pandemia.
China no hace esto por sentimiento de culpa alguna, sino por su convicción profunda de que cada vida perdida por causa de la COVID–19 es una afrenta a la dignidad humana, a la capacidad del hombre de hacer frente a toda adversidad y salir adelante.
La solidaridad entre todas las naciones es la única solución a un problema epidemiólogo de proporciones épicas, y China muestra un alto sentido de responsabilidad en un momento donde la ambición y las contradicciones políticas alimentan la letalidad del coronavirus.
En el otro lado del espectro está Estados Unidos, con episodios que recuerdan incursiones de piratas de antaño, confiscando descaradamente cargamentos de medicamentos y equipos que iban a otras naciones. La prohibición de venta de tecnología norteamericana para ventiladores, mascarillas y otros enseres han dañado peligrosamente la capacidad de respuesta sanitaria de otros, sin detenerse un instante a pensar en la gravedad de ese crimen de lesa humanidad.
Pero incluso va más allá cuando recrudece sus bloqueos económicos contra países como Cuba, Irán y Venezuela, haciendo caso omiso a los incontables llamados de la comunidad internacional de, al menos, suavizar las sanciones para que estas naciones puedan enfrentar la pandemia.
El caso cubano es más cruel, pues Estados Unidos despliega todo su inmenso poderío mediático para desacreditar la increíble labor humanitaria de más de 25 brigadas médicas que luchan en la primera línea en decenas de países de todo el mundo contra el coronavirus.
El autoproclamado mayor defensor de los derechos humanos del mundo hace caso omiso al más importante de ellos, la vida humana, y ataca a los que, como China, le dan su justo valor.
Por Jiaqi Hou. La autora es periodista y es corresponsal en Cuba de la Televisión Central de Cuba (CCTV).
La Habana, 14 de mayo 2020.
Crónica Digital.