Ningún Jefe de Estado parece querer verse involucrado con Sebastián Piñera, un presunto violador de los derechos humanos. El empresario que bien personifica a este modelo, que bien hoy podríamos definir como autoritarismo de mercado, dejó de ser un paladín del medio ambiente y la democracia universal para vestirse de gala como un déspota o dictador del siglo XXI.
La derecha chilena cuyo máximo líder era una militar sádico como Augusto Pinochet quiso renovarse en toda la nación con un nuevo perfil. En este modelo es sencillo: si eres pobre, no importas; si eres rico, puedes resolver tu vida; y si eres un empresario asquerosamente rico, puedes llegar a ser Presidente, porque las instituciones electorales permiten que los multimillonarios paguen medios de comunicación, parlamentarios y votantes. Pero vivían en una ilusión. Creían tener el poder por la eternidad, cuando era un espejismo. Pensaron que podían seguir saqueando el país, que cualquier revuelta sería sofocada por policías disponibles para realizar montajes sin escrúpulos y que siempre se podría echar mano a las Fuerzas Armadas para descargar proyectiles hacia el cuerpo de compatriotas.
Pero las mayorías ciudadanas hablaron por sí mismas. Más allá de lo que reflejaron las urnas en las pasadas elecciones, en que la abstención fue abrumadoramente mayoritaria, pero el sistema de voto voluntario dejo instalado el espejismo de un Piñera que contaba con el respaldo de la mayoría de la sociedad.
Tan poco sostiene la República el sistema de inscripción automática y el voto voluntario que cobró su primera víctima política. Es que finalmente Piñera fue electo con muy poco, al igual que muchos de esos líderes que iban a saludar en la APEC y en el COP25: el mismo Presidente de Estados Unidos fue electo con minoría de votos a raíz de un extraño sistema de sufragio indirecto. Así podríamos seguir con varios líderes de supuestas democracias, pero para que desviarnos del tema.
La ejecución del poder no debe desprenderse nunca más de su soberano: la ciudadanía. Las delegaciones del poder nos continúan arrastrando a sistemas tiránicos o autoritarios donde se impone, manipula o de plano no se considera la voluntad de los pueblos. De hecho los pueblos originarios en Chile han sido los más destacados en cuanto a banderas izadas en las calles: Mapuche, Rapa Nui y Wiphalas andinas por una ciudadanía consciente de su origen. Sin embargo, para ellos no existe reconocimiento constitucional.
¿Existe otro camino democrático que no sea una Asamblea Constituyente? ¿De qué otro modo podríamos ser una república plurinacional? Sostengo tajantemente que no.
Los enclaves autoritarios heredados de la tiranía nos han hecho perder decenas de vidas, cientos de mutilados y millares de heridos. Pero con la fuerza de la ciudadanía, el poder le fue arrebatado al mal gobierno y al parecer está pensando muy bien a quien entregárselo, aunque como fue una construcción propia es difícil que lo volvamos a soltar.
El poder hoy está en los cabildos ciudadanos, en la Plaza Italia a las 5 de la tarde, está en las carreteras repletas de bocinazos, está en los cánticos que se nos quedan en la memoria porque nos une. El poder nos mira mientras sonreímos después de insultar al empresario de banda tricolor. El poder está cuando saltamos contra la autoridad, cuando devolvemos una lacrimógena como un penal pateado por Charles Aránguiz y está en quienes limpian las latas de alegría que compartimos con desconocidos. Definitivamente el poder no está en La Moneda y a goteo en Valparaíso, con parlamentarios que deben confundir el rugir de las olas con el que proviene de la costanera del puerto con millones de ojos buscando el Congreso que les dice representar. Desde las calles se demanda democracia directa y participativa, que plebiscito, consultas populares de ley, iniciativa popular de ley, límite a la reelección de autoridades, revocabilidad de los mandatos.
El poder no está en los fusiles que el empresario ordenó detonar contra su pueblo, está en la conciencia y en las manos de todas y todos. No nos soltemos, somos el poder.
Miguel Echeverría. El autor es Progresista y Cientista Político.
Santiago, 2 de noviembre de 2019.
Crónica Digital.