Las fechas de septiembre son propicias para el examen autocrítico y franco de los demócratas, de la izquierda, el centro, de las diversas sensibilidades democráticas, que se pueden identificar en los diversos estamentos y sensibilidades políticas, sociales y académicas del país.
Cada actor político y social debe enfrentar los hechos, los antecedentes y consecuencias de lo hecho, de lo que dejaron hacer, de lo que propusieron y no fueron capaces de cumplir, de lo que dejaron de hacer y permitieron en una actitud cobarde o cómplice.
Nada ni nadie puede quedar libre de este examen, o puede esquivar ni eludir el juicio objetivo, quizás descarnado, de su propia historia.
Por cierto nadie puede justificar los crímenes miserables, la tortura, la violación, los campos de concentración, la libertad, el genocidio, la ruptura de la institucionalidad democrática, y pretender hoy día, que tenían como objetivo, las libertades, la Patria.
No pueden dar lecciones de patriotismo quienes fueron yanaconas del imperio norteamericano, fueron serviles ejecutores de una estrategia sediciosa, destinada a subordinar al país, sus Fuerzas Armadas y sus grupos económicos, a los intereses de Nixon, Kisinger y las transnacionales.
Tampoco se puede esgrimir como argumento para justificar la derrota del proyecto reformista de la Unidad Popular solo el complot derechista, el esperable boicot del poder económico, político y militar internacional, pero cuya participación no se puede eludir ni olvidar.
Pero no se ha hecho seriamente, lo suficiente, para asumir la experiencia, como una lección de carácter histórico.
Las fechas de septiembre, en primer lugar el significado y trascendencia del triunfo de la unidad del pueblo el 4 de septiembre de 1970, con la Unidad Popular y Salvador Allende y luego, el sangriento Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, y sus consecuencias sobre la vida y la muerte de millones de miles de chilenos, son hechos cruciales de la historia contemporánea nacional, y de la experiencia social y personal de los chilenos.
Es cierto que no todo está escrito al respecto y existe aun ocultamiento, deformación, caricatura sobre los hechos, y muchos protagonistas se refugian en un cómodo olvido, con la hipocresía culpable del “dar vuelta la página”.
Hay quienes, por razones de vergüenza y complejo de culpa por la sangre derramada y los extremos de la bestial barbarie represiva de los perros de la guerra lanzados a masacrar a chilenos, buscaron primero justificar los crímenes y a reglón seguido, ignorar “los excesos”, responsabilizando a los ejecutores, a los verdugos, escondiendo su mano ensangrentada por la culpa.
Luego se enmascararon en la cómoda pero hipócrita calidad de “cómplices pasivos”, asegurando a tambor batiente que se pronunciaron- bajo cuerda- contra las violaciones a los Derechos Humanos, mientras aprovechaban de las prebendas y ganancias que les otorgaba la tiranía, y aparecen hoy defendiendo la “obra” de Pinochet y entusiastas ideólogos y beneficiados de la “democracia protegida”.
Y hasta- en el colmo de la impudicia- como entusiastas arquitectos de la transición y pretender que “su Constitución”, sería el fundamento de la inconclusa construcción democrática del país de hoy.
Junto a todo ello, se presentan como portaestandartes de la “clase media” de los valores patriotas, y de “Dios y de la Patria” a los que aluden en su retórica habitual.
Pero hay que reconocer también que hay una carencia de autocrítica, de insuficiencia en el análisis de la izquierda y los demócratas en general, para entender y aprehender la complejidad de ese tiempo álgido, épico, apasionante,
Es cierto que en el ambiente de los 70, particularmente en el periodo marcado por el proceso de la Unidad Popular y la presidencia de Salvador Allende se vivió un momento histórico, como nunca antes, de protagonismo de las masas populares, pasando a la escena nacional los obreros, los estudiantes, los campesinos, las mujeres, en una escena colectiva de involucramiento social de carácter épico.
Pero también de incertezas, miedos, ansiedades, también de escalofríos, fomentados por el imperialismo norteamericano y sus agencias, el capital internacional y sus secuaces internos, que hoy día están en el poder gubernamental y financiero local.
Lo que también es cierto es que el esfuerzo de abrir caminos de entonces no fue capaz de enfrentar la conspiración, la sedición, el boicot, el terrorismo derechista y se impuso la “guerra sucia”, todo lo cual, con la complicidad activa de partidos políticos, el Parlamento, grupos empresariales, y de mandos de las Fuerzas Armadas y el Poder Judicial, llevaron al país a la peor encrucijada de su historia.
El balance de asesinados, torturados, mujeres violadas por una soldadesca y esbirros miserables, de “prisioneros de guerra”, exiliados, perseguidos, seguirá siendo una vergüenza histórica para Chile y sus instituciones castrenses.
Pero en estos actuales días de septiembre, Chile está viviendo circunstancias que están reviviendo el clima de odio, intolerancia, manipulación y chantaje artero, que en lo político y mediático recuerdan las campañas del terror, informativas y políticas que los especialistas de la CIA y del Pentágono ensayaron en los 70 en Chile, como parte del “ablandamiento”, que abrió paso al Golpe de Estado de 1973 y la destrucción de la institucionalidad democrática del país.
Cuando hoy desde La Moneda, sus portavoces y medios subordinados hablan de “Patriotas” y “Antipatriotas”, endosando este último descalificativo a la oposición ante cualquier gesto de crítica a sus políticas o reclamos de los derechos populares, o apunta al Congreso Nacional, como obstruccionista de sus “iniciativas”, o cuando interviene en el legítimo debate político nacional, o agrede el Poder Judicial, a los organismos sindicales, o los académicos, lo que hace es proclamar sus ansias de poder absoluto, de desprecio al juego democrático.
O cuando la altanera portavoz del gobierno las embiste contra un partido político opositor (el PS) con el único objetivo de descalificarlo en el debate político, y al que caricaturiza como ser poco menos que cómplice de narcotraficantes y luego de ser puestas en evidencia sus afirmaciones como de falsedad absoluta, lo que también queda al descubierto es el mecanismo hitleriano del “miente, miente que algo queda”.
Y así se prepara el camino para el desconocimiento no solo de los mecanismos políticos y la institucionalidad democrática, sino que se encamina al poder autocrático, el de la pinochetista “democracia protegida”, cuyo modelo desprecia y desconoce los derechos de los ciudadanos, en los que recae por esencia el ejercicio del poder soberano.
El ambiente festivo de las Fiestas Patrias, el cúmulo de anuncios, inauguraciones, no debiera distraernos del exámen de los riesgos que se alzan frente a nuestro escenario político nacional.
Al mismo tiempo las izquierdas, el centro, los demócratas, los progresistas, no pueden eludir ni sus responsabilidades pasadas, presentes ni futuras. Tienen el deber de proponer al país un camino de salida de la crisis, metas y objetivos que movilicen a los ciudadanos, perspectivas que organicen, unan y entusiasmen al pueblo.
La unidad, el acuerdo, un programa común, es el único objetivo patriótico y democrático que vale la pena, más allá de acuerdos electorales cupulares y sus fines electorales de coyuntura, necesarios pero no suficientes.
Y aquí nadie sobra.
Y si sacamos bien las cuentas, somos muchos más.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 4 de septiembre 2019
Crónica Digital