No es misterio para nadie cercano al ámbito cultural, que lo clásico y lo popular han transitado por un permanente distanciamiento. De vez en cuando, uno que otro saludo a la bandera ha permitido una comunión más o menos creíble entre estas dos formas de hacer cultura, entre estas dos maneras de ver y comunicar lo que le corre por las venas.
Si de galardones se trata, el tema se torna odioso a la velocidad de la luz. Basta con revisar la historia y nos daremos cuenta que lo clásico ha predominado con sus parámetros a la hora de distinguir a nuestros patrimonios humanos. El máximo reconocimiento de nuestro país está muy lejos de estar exento de esta problemática. Cada vez que comienza la sonajera de candidatos con sus respectivas contribuciones y pergaminos, la división de lo culto y lo popular toma sitio en el centro de la discusión, las opiniones deambulan desde lo cerebral a lo estomacal, desde el barrio al conservatorio, desde el sonido hasta la carraspera y desde la butaca hasta la silla coja de la peña.
Se hace urgente que el Premio Nacional de Artes Musicales -en este caso- cuestione la conformación, procedencia y pertinencia del jurado, cuestione si la alternancia entre lo docto y lo popular sería saludable y finalmente que se cuestione qué es lo que se está premiando y cuál es la finalidad de distinguir a una persona con estos honores nacionales. Lo anterior evitaría caer en omisiones tan profundas como dejar de lado una y otra vez la obra de Patricio Manns, que a mi juicio es el ganador, pero sin premio.
Por Franco Muzzio
Encargado de Extensión Cultural, U.Central
Santiago de Chile, 3 de noviembre 2018
Crónica Digital
Ni saiquiera el premio nobel a Bob Dylan ha hecho cambiar la aparente prosapia conservadora del diletantismo chileno cultural?