Con consignas que resumen el reclamo inconcluso de verdad y justicia, y no a la impunidad fue despedida este domingo 28 de octubre, en el Cementerio Católico de Santiago, Ana González de Recabarren, infatigable luchadora por los Derechos Humanos , la democracia y la libertad, y contra los crímenes de la dictadura de Pinochet.
Un mar de flores de banderas rojas, del PC y del MIR, de la lucha mapuche y de los movimientos sociales, y canciones que cantaban “las verdades verdaderas”, que entonaba Violeta Parra y otros la aacompaño en su ruta a la memoria colectiva, donde están los imprescindibles.
Un impresionante y emocionado mar humano, rostros conocidos y acongojados y anónimos combatientes contra la dictadura fue el marco que la acompañó desde las puertas de su casa en la comuna de San Joaquín, en una caravana interminable y saludó su paso por la calles de la capital, pasando por la Pérgola de las Flores, hasta llegar el término de su ruta definitiva, cantando, gritando, agitando sus banderas y pancartas y su reclamo de verdad, justicia y fin a la impunidad.
Ana González de Recabarren falleció a los 93 años, pero lo cierto es que inició una nueva etapa de su vida, porque permanecerá en las luchas que siguen, por la verdad, toda la verdad, que aún ocultan las Fuerzas Armadas, los cómplices de la dictadura de Pinochet, parapetados en la derecha política y empresarial, y los que se niegan a entregar las evidencias sobre los hechos, con el argumento de los quemaron en los vericuetos de los archivos militares.
Ana murió sin lograr la verdad sobre el destino de su compañero Manuel, sus hijos Luis Emilio y Manuel Guillermo ,y su nuera Nalvia Mena, embarazada de tres meses, detenidos en abril de 1976 y desde entonces desaparecidos.
No es posible imaginar el dolor que laceró su alma tras esa pérdida, pero Ana lo convirtió en fuerza, y sin perder la entereza se abocó a la tarea , a veces desesperanzadora, de seguir luchando por su libertad, por su vida, por la verdad, por la justicia.
Ella supo de inmediato que no solo era su drama personal y asumió la responsabilidad de organizar la lucha por el destino de los miles de detenidos, torturados, “desaparecidos”, en ese brutal genocidio desatado por la dictadura cívico militar instalada por la Derecha chilena, y por Washington.
Manos amigas, contó en una entrevista en la revista Occidente, noviembre 2016, le tiraron un papel por debajo de su puerta, que decía, ” diríjase a la Vicaría de la Solidaridad”.. Y ella señaló seguidamente:”me fui a la Vicaría y ellos presentaron los recursos de amparo y empezamos a buscarlos”.
Desde ese momento Ana, pasó a ser “Anita”, el rostro y la voluntad de una mujer del pueblo, que se transformó en símbolo, de una lucha que hoy, 40 años después del Golpe de Estado y de la instalación de la muerte masiva en Chile, aún se mantiene vigente, porque los miserables que ensangrentaron Chile no tienen la vergüenza, de entregar la verdad, comprometidos en un pacto de silencio cómplice, para evitar pagar sus culpas y que se haga justicia.
Ella se convirtió en símbolo vivo de esa defensa de los derechos humanos mínimos de una sociedad civilizada, pero también en ejemplo de unidad, de respeto con las opiniones y las convicciones distintas, porque entendió claramente que la lucha por los Derechos Humanos no tenía una bandera partidista, que podía ser administrada sectariamente, sino que era una demanda justa de todos los demócratas chilenos. Ella aportó amplitud a la acción de las organizaciones de familiares de las víctimas de la dictadura, en primer lugar de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.
Ella derrochó valentía, pasión libertaria, cuando la policía, en dictadura, reprimía las periódicas marchas y acciones de esas mujeres valientes, con las fotos de sus familiares en el pecho, exigiendo verdad y justicia por sus deudos y enfrentando el odio represivo de la dictadura, y la indiferencia y la burla de la derecha.
No pudieron acallarla entonces. Tampoco a sus compañeras. Y hoy tampoco podrán ocultar su ejemplo., su ternura y la comprensión de su misión personal y colectiva.
Ana González partió este viernes 26 de octubre hacia la memoria y la historia, donde están los imprescindibles. Falleció dejando el ejemplo de una vida plena. Fue una imprescindible como activista de los derechos humanos, en la lucha por encontrar a los detenidos desaparecidos de la dictadura, en jornada de luchas populares y en enfrentar con valentía a los militares golpistas.
Su figura, su voz, su energía, formaron y forman parte de la historia de la lucha de cientos de valientes mujeres que lo dieron todo por enfrentar los horribles crímenes del régimen militar, movilizar al pueblo y que marcaron el despertar de la movilización nacional que se desarrolló hasta culminar con el fin de la dictadura y el inicio de la transición democrática.
Ana González es dramáticamente un ejemplo de las atrocidades cometidas por la dictadura cívico-militar, pero también de la rebeldía popular y del desarrollo de la conciencia popular y de las protestas nacionales de los 80, dando un ejemplo a seguir con sus primeras acciones de enfrentamiento contra la represión policial.
Nunca desmayó en la lucha por encontrarlos a los suyos y a todos los detenidos desaparecidos, y para que se hiciera justicia. Pero ella nunca convirtió ese dolor en algo personal. Siempre fue parte de ese heroico reclamo colectivo de los familiares de las víctimas, que nunca callaron o se dejaron amedrentar,
Todas ellas dieron las primeras lecciones de unidad, de patriotismo, de entendimiento de que la recuperación democrática era una tarea colectiva, nacional y patriótica. Por ello su combate, su figura trascendió las fronteras de partidos o doctrinas., siendo un ejemplo de dignidad y de construcción de unidad, que es tan necesaria en estos momentos de dispersión y sectarismos.
¿Sintió odio alguna vez? Le preguntó quien la entrevistó para “Occidente”.. Ana Gonzñalez de Recabarren, respondió: “Yo debería estar llena de odio, pero el odio no sirve, porque te enceguece y empiezas a descargar tu odio para todos lados. Me ha sido tan difícil vivir sin él (Manuel),,,sin ellos (sus hijos y su nuera), y he tratado de no amargarme..él no desapareció por criminal…cayó porque quería un Chile para todos…nuestro hijo menor, Luis Enmilio está en la Universidad Técnica y trabajaba en una imprenta, y el menor, Manolo tenía 23 o 24 años,, tenía una guagüita…¿a quién le hacíamos daño?”.
Ana González es dramáticamente un ejemplo de las atrocidades cometidas por la dictadura cívico-militar. Su esposo, dos de sus hijos y su nuera, y el retoño por nacer son y siguen siendo detenidos desaparecidos. Nunca desmayó en la lucha por encontrarlos, y para que se hiciera justicia.
Nunca perdió, sin embargo, esa alegría de vivir, que la hizo tan entrañable. En la entrevista que hemos elegido en ese recuerdo decía “Por mis nietos y bisnietos, trato que la vida, dentro de mi casa, la vivamos con algo parecido a la alegría. La casa siempre está llena de plantas y flores, antes teníamos pajaritos.. un día los echamos a volar.
“Siento que los de ayer ya no somos los mismos, y en un rincón de mi cocina espero que Bolivar despierte.. Entre espera y espera, enciendo un cigarro tras otro y entre el humo …en sueños… veo a mis amados desaparecidos , yaciendo en una tumba rodeados por toda la familia y los amigos. ¡ Qué alegría!… ya no dejaré en las manos de mis nietos y bisnietos las pancartas con sus fotografías como herencia, los encontramos!. Solo que eso, es solo un sueño”.
Es lo que no pudo ser. La tarea no cumplida, interrumpida por la muerte. El dolor que se llevo a la tumba.
Por ello Anita y junto con ella a muchas otras, también es símbolo de una acusación indeleble, de la inhumanidad de quienes se han negado hasta ahora en develar la verdad de lo sucedido con esos miles de detenidos desaparecidos, y de impedir el castigo de los culpables, de los cómplices y de los encubridores. y han impedido que los familiares de ellos, puedan ejercer el mínimo derecho humano de hacer el duelo, y ofrecer el consuelo de una tumba para sus difuntos.
Los pactos de silencio en las más altas esferas castrenses siguen vigentes y hay quienes se atreven todavía a argumentar sobre el “contexto” de 1973, para explicar el salvajismo de las ejecuciones sumarias, de la desaparición de centenares de chilenos que no tenían otra culpa que haber sido partidarios del gobierno constitucional del presidente Salvador Allende, o que cayeron dignamente en su defensa.
Entonces la lucha de Ana González sigue a la orden del día en la agenda política de Chile. Como lo decía un papelógrafo en las murallas del Cementerio Católico este domingo 28 de octubre, “La única muerte es el olvido”.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 30 de octubre 2018
Crónica Digital