Algo no está calzando para los tiempos políticos y los tiempos sociales.
Me refiero básicamente a quienes, desde diversos partidos y fuerzas sociales, tienen como propósito la transformación en la búsqueda de la igualdad; la democracia; la justicia y un ethos social compartido.
Excluyo del análisis a las expresiones políticas y económicas que explícitamente buscan una refundación del neoliberalismo realmente existente. Reconociendo que en este espacio hay un objetivo espesor, porque al interior de no pocas fuerzas que explicitan la transformación, hay también influyentes corrientes neoliberales.
El diagnóstico social de Chile nos muestra que, sin eufemismos, la mayoría del país sigue perviviendo con salarios bajo la línea de la pobreza; las personas de la tercera edad, en un muy alto porcentaje, no acceden a pensiones que les permitan sobrevivir; sobre el 75% de la población no accede a un sistema de salud con estándares relativamente óptimos.
Cuando se inició la llamada “transición”, siglo pasado década de los noventa, la mayoría del país aceptó esperar porque asumió que enfrentar la violenta desigualdad social y recuperar los mínimos de una estabilidad política democrática, implicaba “tiempo”.
Pero pasó y pasó el tiempo, décadas. Y una buena parte de la ciudadanía observó que los estándares sociales de desigualdad se reducían poco, y la acumulación de la riqueza social se incrementaba en un pequeño grupo de personas y clanes.
No ha sido el sistema de partidos políticos el que ha generado un impulso social hacia un cambio profundo. En rigor, han sido las expresiones y movimientos sociales los que han empujado el carro. Más todavía, el sistema de partidos ha sido mezquino; ha tratado de cooptar; y ha buscado formas de reciclaje no vinculantes a las demandas sociales.
Hay fatiga; resentimiento; temor; todos aspectos de la subjetividad que bien han develado estudios del PNUD en varias ocasiones.
Más aún, si no es la única causa, algo explica esto lo volátil del votante que oscila desde la izquierda, el centro, hacia la derecha. Y también el altísimo nivel de abstención que, peligrosamente, se puede transformar en tendencia en Chile.
No pocas definiciones y opiniones que provienen de los partidos, muestran que en ellos persiste el espejo retrovisor.
Y buscan imponer y yuxtaponer lógicas que no asumen el grado de angustia social que persiste en Chile por ya muchos años.
Una ética social democrática, debería entonces contemplar mínimos programáticos sobre la base de superar las angustias sociales que perviven en Chile. Y tal vez por efecto directo, eso implicaría recuperar votación y reducir el peligroso abstencionismo.
El riesgo de un nuevo gobierno de derecha, lamentablemente, se sustenta en una arquitectura del pesimismo; de que finalmente los que sustentan el poder económico, sólo ellos, y casi a su antojo, pueden hacer mejoras sociales significativas.
Por Juan Andrés Lagos. Periodista, encargado de relaciones políticas del Partido Comunista.
Santiago de Chile, 27 de agosto 2018
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