En Siria nunca hubo una chispa que incendió una revolución sino la creación de un ambiente desestabilizador que desde el año 2011, propició el caos y el terror para crear un esquema de miedo y espanto.
No es por tanto, la repetición hasta el cansancio de conceptos sobre conspiraciones políticas y militares. Muy por el contrario, es la aplicación de una doctrina más indirecta de dominación imperial, desligadas en cierto modo de criterios coloniales o neocoloniales.
Tales mecanismos ‘más indirectos’ y poco convencionales tienen en Siria el ejemplo más concreto con la utilización del terrorismo’organizado’, en una guerra no convencional que implantara el miedo y el espanto e hiciera olvidar el criterio de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
En ese sentido, los esquemas para implantarlos fueron acompañados de una intensa manipulación mediática que satanizó hasta límites impredecibles pero previstos al Gobierno de Bashar al Assad y no argumentó con objetividad el porqué se generalizaba ‘la lucha revolucionaria’ por cambiar un Estado, con más virtudes que defectos. Millones de sirios, desplazados por la guerra en las 14 provincias del país o hacia el extranjero, nunca dejaron de cuestionar errores propios pero en la medida en que los enfrentamientos se hicieron brutales comprendieron que lo que tenían resultaba incomparablemente superior a lo sucedido en casi ocho años de enfrentamientos.
Es por tanto justificable que abrieran los ojos ante el desinterés por la verdad de los medios occidentales, sobre todo cuando palparon el espanto de ciudades destruídas, brutales asesinatos, desplazamientos forzosos o discriminación hasta la muerte por conceptos religiosos.
Siria, que resiste años de ataques en todos los frentes, sufre la retórica sensacionalista y carente de ideas pero su gente, en cualquier calle, aldea o ciudades como Damasco, Alepo, Hama, Homs e incluso la ocupada por los terroristas de Idleb, protestan, abogan y lucha por sobrevivir y superan el miedo implantado.
Así sucedió en las áreas cercanas a la capital del país como Wadi Baradá- centro de abastecimiento del agua potable a Damasco- las sufridas poblaciones de Fua y Kefraya, Gutta Oriental, Alepo y ahora en Daraá y Quneitra.
Justo cuando el camino repleto de obstáculos se despeja, cuando el Ejército sirio y fuerzas aliadas liberan una tras otras granjas, aldeas y ciudades, el pueblo pierde el miedo y despeja el prejuicio de que en cada lugar puede esperarles la paz o el espanto.
Aún falta un largo trecho, todavía la pacificación y las negociaciones no se estabilizan y continuan en Sochi, Rusia, en Astaná, Kazajastán o en Ginebra pero la luz se vislumbra a pesar de las ironías, el doble rasero y las afirmaciones sin justificación de puro impresionismo verbal manipulado no solamente desde Washington, Estados Unidos.
Damasco, 1 agosto 2018
Crónica Digital /PL